«Obediencia y paz» era su lema episcopal. «Paz y bien», repetía muchas veces, recuerda Bienvenido Moreno sobre Francisco Álvarez, obispo de la Diócesis de Orihuela-Alicante entre 1989 y 1995, que falleció ayer, a los 96 años, tras una larga enfermedad. El que fuera su secretario particular durante ocho años lo define como «un hombre sencillo y de Iglesia. Muy organizador, amante del orden y de la puntualidad». Entre los logros de quien le ordenó sacerdote, Moreno destaca el impulso a «una institución diocesana naciente de Vida Consagrada, el que es hoy el Instituto Secular Ignis Ardens, origen de mi vocación sacerdotal». 

 Fue resolutivo y eficaz y tuvo una enorme visión pastoral, cualidades que lo llevaron a peregrinar por cuatro diócesis con sencillez y cercanía. También obispo de Tarazona y Calahorra-La Calzada-Logroño, en 1995 Juan Pablo II lo nombró arzobispo de Toledo, emérito desde 2002. Cuentan que cuando llegó a Orihuela se negaba a subirse en una mula blanca para entrar en la ciudad, tal y como marca la tradición, pero al final se convenció para no entrar con mal pie. Sucesor de Pablo Barrachina (1954-1989), los oriolanos lo recibieron con muchas ganas después de 35 años sin cambios. Quienes asistieron a su toma de posesión rememoran una entrada apoteósica y multitudinaria. 

«35 son muchos años de pastoreo. Uno se acostumbra, se habitúa, y aparece el conformismo», explica José Luis Satorre, párroco de la iglesia de las Santas Justa y Rufina, que por entonces era director de San José Obrero y después cura en la iglesia de San Martín de Callosa de Segura. No decepcionó. Hubo renovación. «Llegó don Francisco y solo en el primer año cambió a 150 curas de las parroquias», prosigue. Realizó «una función administrativa y pastoral propia de los obispos de nuevo cuño», en referencia al concilio Vaticano II, que pretendía una puesta al día y actualización de la Iglesia. Monseñor Álvarez «organizó la Diócesis Orihuela-Alicante según ese espíritu», de forma que «pasamos de unas estructuras rígidas y cerradas a otras más abiertas, con una Iglesia que mira hacia fuera y se abre a la participación», continúa Satorre. 

En su opinión, «Barrachina era enérgico. Álvarez también, pero con diplomacia y mano izquierda». Nacido en Llanera (Oviedo) en 1925, «en contraposición a la efusividad levantina, su estilo era modesto y rígido», pero sobre todo «una buena persona y un buen obispo que dejó su impronta». El sacerdote resume que su paso y trayectoria fue positiva, porque «le dio a la diócesis un talante diferente». Incluso, «aquella base que puso en marcha todavía perdura». 

Organizador nato, ejecutivo, serio y a la vez afable, sus ideas estructuradas sirvieron para poner orden y dar una cambio de rumbo. «Tras Barrachina, levantó muchas esperanzas», recalca José Antonio Gea, deán del cabildo catedral de Orihuela. Y lo logró removiendo a todo el clero de sitio y las estructuras administrativas, que «aún hoy se mantienen, con vicarías, delegaciones y secretariados que luego todos sus sucesores han asumido», detalla Gea. Además de renovar las parroquias, comenta que con Álvarez llegó el primer obispo auxiliar, que fue Francisco Cases, ahora emérito. También «supo, como todos hasta ahora, conjugar Orihuela y Alicante», puntualiza Gea. En palabras de Satorre, mantuvo «Orihuela-Alicante como la marca típica e histórica de una diócesis del siglo XVI». 

Fue un obispo de Orihuela-Alicante, luego arzobispo primado y cardenal en Toledo «verdaderamente extraordinario», afirma el exrector de la Universidad de Alicante y catedrático Antonio Gil Olcina, que explica que el de Orihuela-Alicante es un obispado de primer rango, que funciona a efectos eclesiásticos como un arzobispado. A pesar de que el obispo y la curia tienen su sede en Alicante desde 1968, Álvarez «era consciente de la relevancia de Orihuela, que fue la segunda capital del Reino de Valencia», subraya. En suma, «era un hombre muy inteligente, de gran formación y de tacto y trato exquisito», concluye Gil Olcina.

Estudios y formación

«Una figura entrañable y detallista», insiste Gea, que lo recuerda con gratitud y cariño. A él lo acogió cuando terminó el servicio militar y lo designó formador en el seminario. Álvarez se marchó a Toledo y a Gea lo envío a Roma para ampliar sus estudios, como hizo con otros muchos sacerdotes jóvenes para después inculcar esos conocimientos adquiridos en el seminario de Orihuela, que por entonces tenía muchos seminaristas y pocos profesores. Porque quien cursó en el seminario de Oviedo, diócesis en la que fue ordenado sacerdote en 1950, y se doctoró en Derecho Canónico en las universidades pontificias de Salamanca y Comillas, apostó por la formación del clero. 

El administrador apostólico de Orihuela-Alicante, Jesús Murgui, junto con el colegio de consultores, sacerdotes, diáconos, religiosos y fieles laicos de la diócesis mostraron ayer sus condolencias: «Sentimos el fallecimiento de don Francisco y al mismo tiempo agradecemos al Señor sus años de servicio». «El paso de Dios en mi vida no habría sido el mismo sin el periodo que viví junto a don Francisco. Gracias señor Cardenal por el bien que me has hecho, gracias por tus servicios pastorales. Descanse en paz. Amén», concluye Bienvenido Moreno.