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La canción del verano

Los poetas han puesto la letra, han añadido el ritmo y han servido de inspiración para diversos proyectos musicales

La canción del verano

«La canción del verano suena más que la Eneida», escribía Juan Antonio González Iglesias en Esto es mi cuerpo (1997). Veinte años después, pocas cosas han cambiado en los canales navegables de la radiofórmula y en las frecuencias moduladas de la poesía. De este modo, por más que infinitos estribillos ratoneros nos horaden los tímpanos y amenacen con instalarse durante las vacaciones en nuestro hipocampo, algo nos dice que el compacto universo estético de Enrique Iglesias -noches en vela, bailes desesperados, celos compulsivos y comas etílicos-, que el contoneo pélvico-verbal de Shakira o que el reguetón sin plomo de cualquier Daddy X, Don Y o DJ Z nada tienen que ver con los dones líricos de la musa Erato ni con las bandas sonoras auspiciadas por su hermana Euterpe. Siguiendo el camino inverso, también algunas antologías han tratado de aproximar el paradigma de los 40 Principales al espacio de la lírica, aunque esta haya demostrado ser más dura que el mármol al discreto encanto de los números redondos.

Así las cosas, parece más productivo reflexionar sobre aquellos casos en los que la poesía y la música sí han conseguido fundir sus respectivos lenguajes en un singular esperanto artístico. Sin ir más lejos, en 2016 cumplió su vigésimo aniversario Omega, aquel monumental homenaje a Poeta en Nueva York donde Enrique Morente puso el quejío y Lagartija Nick la electricidad. En la voz rota de Morente, «La aurora» o «Pequeño vals vienés» mezclaban el arraigo racial de Romancero gitano con las imágenes vanguardistas que cristalizaron en los rascacielos de una megalópolis donde convergían los delirios futuristas de Fritz Lang, la negritud del rey de Harlem y los espectros de un capitalismo que había dado signos de congestión nerviosa. El que suscribe tuvo ocasión de asistir en La Mar de Músicas al espectáculo inspirado en aquel álbum, un portentoso aquelarre de percusión vocal e instrumental, de versos pronunciados a corazón abierto y de baterías desbocadas en un apocalipsis furioso. Omega tiene duende.

En 1995, un año antes de Omega, un cantautor catalán alto, encorvado y que parecía maullar más que cantar había sacado un disco titulado Supone Fonollosa. En él, Albert Pla orquestaba un conjunto de (per)versiones a partir de dos libros de José María Fonollosa - Ciudad del hombre: New York (1990) y Ciudad del hombre: Barcelona (1993)-, un poeta catalán fallecido en 1991 del que apenas nada se sabía y que algunos tomaron por un heterónimo canallesco de Pere Gimferrer, a la sazón prologuista de la primera Ciudad del hombre. Aclarada la identidad real y potencial de Fonollosa, los susurros subversivos de Pla daban forma a un lirismo a veces cercano a lo patibulario y otras veces rayano en una especie de escepticismo compasivo. Además de los versos de Fonollosa, Albert Pla incluyó en aquel homenaje una particular versión del Walk on the Wild Side de Lou Reed, traducido libremente como El lado más bestia de la vida.

Y aunque Antonio Martínez Sarrión fue el primero en transcribir unas palabras de Lou Reed en un poema -«Canción triste para una parva de heterodoxos», que glosaba el desgarrador desenlace de Sad song-, sin duda le corresponde a Roger Wolfe el mérito de haber hecho del cantante neoyorquino una figura retórica disponible para la tradición lírica española. En 2006, Wolfe y Diego Vasallo (la «otra» mitad de Duncan Dhu) manufacturaron un disco bautizado como La máquina del mundo, en el que alternaban los textos recitados por Wolfe y las canciones de Vasallo compuestas a partir de aquellos. Entre los poemas musicalizados se encuentra «La poesía», que tras enumerar un caótico inventario de escenas prosaicas termina apuntalando con un rotundo epifonema la intención del autor: dar cabida a «toda esta poesía que nunca cabe en un poema».

Esa poesía inadvertida protagoniza los tres discos «literarios» de Loquillo - La vida por delante (1994), Con elegancia (1998) y Su nombre era el de todas las mujeres (2011)-, que permiten escuchar las confidencias elegiacas de Gil de Biedma, los blues castellanos de Gamoneda y el culturalismo galante de Luis Alberto de Cuenca en la voz de quien confesaba que el futuro se había transformado en una ilusión «cuando el rock and roll conquistó mi corazón».

Y aún hay más. Cantantes con letras que envidiaría más de un poeta (Xoel López, Sr. Chinarro, Nacho Vegas) y poetas que se basan en las letras de cantantes (Alberto Santamaría y los Ramones, Juan Antonio González Iglesias y Robbie Williams) nos demuestran que hay vida más allá de la canción del verano. Aunque de momento nos toque movernos pasito a pasito.

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