La canción moderna según Dylan

La canción moderna según Dylan

La canción moderna según Dylan / INFORMACIÓN

Rafael Tapounet

El título del nuevo libro de Bob Dylan, el primero que publica desde que en 2016 fue distinguido con el Premio Nobel de Literatura, es una mentira. Filosofía de la canción moderna, se llama. En realidad, en esta colección de 66 ensayos breves sobre otras tantas piezas musicales hay muy poca filosofía y aún menos canciones modernas: de los 66 títulos elegidos, solo dos fueron compuestos en este siglo. Ilustrado con una rica panoplia de estupendas imágenes cuya relación con las composiciones analizadas escapa a menudo a la comprensión del lector (retratos de artistas, carteles publicitarios, fotogramas de películas, paisajes, viñetas de cómic y fotos icónicas), el libro está muy lejos de dar lo que promete su título, pero eso no quiere decir que lo que ofrece no sea igualmente valioso. Con su despliegue de reflexiones agudas, observaciones irónicas, digresiones alucinadas, apuntes históricos, símiles hiperbólicos y epigramas afilados como el cuchillo de un trampero. Filosofía de la... brinda una extraña pero fascinante inmersión en el mundo dylaniano, ese paisaje de oscuridad impenetrable iluminado fugazmente por ráfagas de escritura de brillo cegador. Después de trabajar en él durante más de una década, Dylan ni siquiera se molesta en explicar el porqué del libro ni el criterio que ha seguido para elegir las canciones, si es que ha existido alguno más allá del capricho personal.

Ni Beatles ni Rolling Stones

Con muy pocas excepciones, la selección es norteamericana hasta el tuétano y prima los géneros que ya estaban en boga cuando Robert Zimmerman echaba los primeros dientes como músico: blues, country, folk primigenio, rockabilly, bluegrass… También hay un espacio generoso reservado para estándares de la era pre-pop y para crooners como Bing Crosby, Frank Sinatra, Dean Martin y, por partida doble, Bobby Darin, a quien considera «el más dúctil» de todos los cantantes de su época. «El tipo era todo el mundo, si es que era alguien», dice de él. Como suele suceder en este tipo de obras, lo más llamativo son las ausencias. En la lista no aparecen los Beatles (que alguna aportación hicieron al concepto de canción moderna) ni los Rolling Stones ni ningún otro grupo británico de los 60 con la única excepción de los Who, a cuyo himno My generation Dylan le dedica una peculiarísima glosa que se abre con una frase para enmarcar: «Esta es una canción que duda de todo y que no le hace ningún favor a nadie». Las otras tres canciones no norteamericanas son dos inglesas (Pump it up, de Elvis Costello, y London calling, de The Clash) y una italiana (Volare, de Domenico Modugno). En su escrito sobre esta última, Dylan asegura que «hay algo sumamente liberador en escuchar una canción en un idioma que no entiendes».

No es algo que tuviera muy en cuenta al hacer la selección. El otro gran déficit del libro es la ridícula presencia femenina. De las 66 grabaciones solo cuatro están interpretadas por mujeres: Gypsies, tramps & thieves, de Cher; Come on-a my house, de Rosemary Clooney; Come rain or come shine, de Judy Garland, y Don’t let me be misunderstood, de Nina Simone. La exigua cuota se ve agravada por la inclusión de algunas reflexiones un tanto extemporáneas, como la defensa que el autor hace de la prostitución - «cuando pagas por sexo con dinero, ese es quizá el precio más barato que existe»- y de la poligamia: «¿Qué mujer pisoteada, sin futuro, apaleada por los caprichos de una sociedad cruel, no estaría mejor como una de las esposas de un hombre rico? Mantenida debidamente en lugar de sola en la calle a expensas de la ayuda gubernamental».

La década de los 50

En descargo de Dylan cabe decir que todo el libro parece escrito desde unas coordenadas temporales y geográficas en las que afirmaciones como esas no debían de causar la más mínima extrañeza. Una época y un lugar en que los cantantes de country iban a la licorería montados en un cortacésped porque sus mujeres les escondían las llaves del coche. No es extraño que casi la mitad de las canciones aquí diseccionadas (28) pertenezcan a la década de los 50, el tiempo en el que el adolescente Zimmerman decidió cambiar de nombre después de descubrir, por este orden, el blues, el country, el rock and roll, el folk y la poesía. Es decir, el mundo.

A juzgar por el contenido de Filosofía de..., se diría que todo lo que ha venido después ha sido una larga e inexorable decadencia. «El rock and roll pasó de ser un ladrillo contra una ventana a ser statu quo: de los engominados con chupa de cuero que hacían discos de rockabilly a las calcomanías con el lema Thug Life.. A los 81 años, Bob Dylan es, decididamente, un hombre de otra época al que no le importa exhibir su anacronismo, tal vez porque sabe que, a la postre, su genio le acaba redimiendo. Y no le falta razón. Es difícil no sucumbir, por ejemplo, al atómico torrente de imágenes que el autor encadena a cuenta del Viva Las Vegas de Elvis Presley. O no reírse con el paralelismo que Dylan establece entre el bluegrass y el heavy metal, «dos formas musicales que no han cambiado en décadas ni visual ni auditivamente». Al final, el nuevo libro del premio Nobel de Literatura 2016 depara muy pocas revelaciones pero es fuente de mucho gozo y asombro.