Leemos

La ambigüedad del mundo

Ordenar el mundo con palabras es modificar la naturaleza del mundo: Montevideo de Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas.

Enrique Vila-Matas. / JoséJoaquínMartínezEgido

José Joaquín Martínez Egido

Es cierto que la publicación de una novela nueva de un autor al que sigues desde hace mucho tiempo siempre es un motivo de alegría. Eso me pasa a mí con las de Enrique Vila-Matas. Y me pasaba con las de Javier Marías. Y, a pesar de mi eclecticismo, se puede apreciar con ello que la cabra siempre tira al monte. Por eso, casi me faltó tiempo para hacerme con Montevideo (2022); y, sin embargo, por un no sé qué que sí lo sé, he tardado unos meses en leerla y en disfrutarla. Apuesta segura.

Y así me he introducido en una narración en donde el protagonista en primera persona, el yo literario, trasunto literario del autor con altas dosis de autoficción, y con un buen sentido del humor, reflexiona acerca de lo que es la escritura y de lo que no lo es. Presenta, por tanto, sobre todo en la primera parte, una narración cercana al ensayo sobre la literatura y el escribir. Para esta finalidad, su discurso se articula mediante la exposición de numerosas observaciones sobre este tema, tales como los diferentes tipos de escritores que puede haber, las opiniones sobre el narrador omnisciente («Tabucchi decía de pronto que ‘por su omnipresencia’, el novelista decimonónico se parecía demasiado a Dios» p.27); sobre el cuento como género textual y sobre lo que hay que contar («El secreto de aburrir es contarlo todo», según Voltaire, p. 28). Todo ello con el auxilio de las referencias a las que han sido las lecturas de ese protagonista, en donde se advierte cierto protagonismo de Cortázar con su cuento La puerta condenada, para llegar a algo muy peligroso como es el plantearse qué es realmente la literatura, y más allá, qué es lo que el lector actual tiene a su alcance, pues, citando a Flaubert: «El arte es un lujo que precisa de manos tranquilas y blancas. Haces un día una concesión y luego viene otra, y al final ya todo da igual» (p.68).

Con la premisa del bloqueo del escritor y del juego de las puertas que se abren y nos llevan a espacios no reales; con las puertas condenadas de los hoteles, como el misterio de una habitación que desaparece sin ninguna explicación en un hotel de Montevideo, el Cervantes, se articula la novela como viaje, en el que la ficción existe en sí y por sí misma, por lo que no hay que explicar la realidad de acuerdo con ninguna lógica, más allá de la que el escritor marca.

Cada uno de los lugares que se constatan constituye un punto de estructuración de la novela. Son cinco ciudades, cinco topónimos, cinco estancias (se empieza en París y se sigue por Cascais, Montevideo, Reikiavik y Bogotá, para terminar de nuevo en París). Todas se conciben y se convierten en fusión y representatividad de los lugares imbricados en el hecho de concebir la literatura y de narrar una historia real con aspectos de ficción inverosímil. Aspectos como la productividad, la no escritura, la ficción inverosímil, el ver las cosas como nadie antes las había visto, la creación de espacios y tantos y tantos aspectos, son los que Vila-Matas muestra en su narración precisa siempre con la voluntad de profundizar en la ficción.

Montevideo es una novela escrita a partir del «hueco de la no es escritura» (p.267) en el que el protagonista ha caído. Parece producirse una transformación de la vida en literatura, en la que la concepción que debe asumir, por la temática que trata, sea el que esta novela contenga, según el yo literario: «la biografía de mi estilo» (p.37). Esta idea contribuye a una concepción de la novela alejada del argumento como eje central, que se refleja en las palabras del propio Cervantes recogidas como referencia en el texto: «El argumento quedó parado y sobrevino la felicidad» (p.225).

Y ¿Por qué deberíais de leer esta novela? En primer lugar, porque se trata de lo que puede denominarse metaliteratura, la cual entraría en la consideración de alta literatura, es decir, en arte; y porque puede ser un ejemplo, a modo de ejercicio metafísico, de que es cierto que, desde el momento en que se ordena el mundo con palabras, se modifica su naturaleza. Ahí es nada para la sociedad en la que vivimos, presidida por una ambigüedad disfrazada de verdad incontestable.