Viñetas raras

Sentir, lo propio, sentir lo ajeno

Sentir

Sentir / porÁlvaroPons

Álvaro Pons

¿Cómo sentimos la vida? Es, evidentemente, una pregunta retórica: toda la filosofía que ha sido y será ha intentado dar respuesta a esa simple pregunta que ha llevado a la humanidad a refugiarse en el cómodo abrazo de las religiones o en la desesperación de la angustia. Sentir el presente de la vida es tomar consciencia del regalo envenenado de su finitud, del aparente absurdo que nace de nuestra necesidad de causalidad, de entender que las cosas que nos pasan tienen una razón de ser. Ser consciente de la vida es, quizás, simplemente ser consciente de ese camino de azar cotidiano.

Sentir

Sentir / porÁlvaroPons

En Nadie como tú (Fulgencio Pimentel), la chilena Catalina Bu aborda esa realidad de las pequeñas cosas, de ese día a día que no tiene más sentido que encontrar un mañana: «Entonces la vida es más o menos así. Pasan cosas en orden aleatorio, se van acoplando, haces cosas urgentes, armas planes, te mantienes ocupada, inventas que vas al banco. Pero en el fondo, al final, lo único importante es. ¿Estaré enferma? No quiero saber. Al menos tengo las uñas lindas», nos cuenta la protagonista. La angustia del día a día que impregna la obra, la presencia constante de la muerte, del dolor de vivir, es extrañamente amable en el discurso de Bu. Resignarse a la realidad de la vida no es hundirse en el fango de la depresión, sino aceptar que no hay respuestas, que tener las uñas lindas es algo tan importante e ilusionante como reunirse con amigas, que morir es solo el otro lado de vivir. Unos dibujos a lápiz, apenas abocetados, reafirman esa sensación de rastro que deja nuestra existencia, de garabatos que serán borrados en el palimpsesto infinito que es la vida, paradójicamente dando a esos pequeños instantes imperceptibles una relevancia trascendental para poder sobrevivir a la zozobra íntima del mañana, para entender que hay luces incluso en las sombras más tupidas, en esos momentos donde las paredes infinitas del pozo parecen hacer imposible que llegue luz alguna. Hay brillos de esperanza en unas simples uñas bonitas.

Dos obras que nos obligan a reflexionar sobre cómo queremos sentir la vida propia y ajena.

Pero sentir esa pulsión personal e intransferible de la vida propia no nos debe hacer olvidar que la vida ajena tiene un valor incalculable, que es nuestro espejo, un reflejo sin el que no tiene sentido una existencia en la que caminamos colectivamente, en un grupo de miles de millones de personas que tejen un tapiz de vidas interconectadas al que llamamos humanidad. Sentir lo ajeno es sentir los desgarros en ese inmenso paño hilado con las existencias de los demás, es vivir el dolor del otro como parte sin el que no existe un nosotros. Hoy, por desgracia, las imágenes de la guerra en Ucrania que diariamente nos escupe la televisión son asimiladas con indiferencia, como si fuera algo que no fuera con nosotros, como parte de una ficción que si se queda sin espectadores no tendrá nueva temporada. Pero cada una de esas imágenes son puñaladas de dolor y muerte, de realidad que existe tras la pantalla. Es difícil entender cómo el ser humano ha llegado a eso, pero los Cuadernos ucranianos. Diario de una invasión, de Igort (Salamandra Graphic, traducción de David Paradela) permiten tener claves para comprender un conflicto que se lleva gestando décadas. Con el bagaje de Cuadernos ucranianos y rusos, el dibujante italiano se convierte en testigo privilegiado del horror desde la perspectiva de un pasado que conoce bien, contando la invasión desde el miedo compartido con los amigos y amigas que sufren el asedio y las bombas, sufriendo la pérdida como propia, sintiendo lo ajeno como algo íntimo y personal, recordando los nombres y apellidos que esconden las cifras, poniendo caras a los muertos de las explosiones y lágrimas a los que los lloran.