Chispazos de la vieja ira juvenil
Metallica entrega un álbum enojado en el que discute las pautas educativas de la infancia y reconstruye con precisión su decálogo metalero
Jordi Bianciotto
Metallica ha dejado felizmente atrás los tiempos en que parecía a punto de implosionar o, quizá peor, de morirse de aburrimiento (St. Anger, 2003), y va entregando álbumes, aunque sea con cuentagotas, en los que se las apaña para rearmar un antiguo vigor y dejar en el camino notables regueros de canciones. Así, después del revitalizador Hardwired… to self-destruct (2016), llega este 72 Seasons, en el que afronta todo un papelón: convencernos de que la ira que sintió en su juventud sigue siendo un combustible inspirador y creíble, aunque ahora ellos sean unos señores acomodados y sesentones.
Ahí está el cuerpo inspirador del disco, el pulso con la cólera a partir de los moldes educativos y las pautas implantadas por nuestros padres. Las 72 Seasons nos hablan de esas tantas estaciones que configuraron el camino hasta los 18 años, y ponen el punto de partida con un aparatoso festival del riff que, encadenando acelerones, abre el álbum sin dar respiro. Tema titular de 7 minutos y 39 segundos, advirtiéndonos de uno de los peligros de este largo cancionero, la tendencia a estirar en exceso algunas dinámicas instrumentales.
El arranque de 72 Seasons mantiene las espadas en alto en su tríada de bienvenida, con Shadows follow y Screaming suicide evocando los viejos mandamientos del trash metal y maridándolos con agudos giros melódicos, solos con wah-wah y estampidas a tumba abierta. Metallica en posición abiertamente ofensiva, dejándonos claro que este va a ser un álbum sin baladas, aunque no por ello exento de atractivos recesos. Ahí está el bajo de Robert Trujillo, marcando el paso en el musculoso groove de Sleepwalk my life away, con un James Hetfield metido en su papel de sonámbulo extraviado. Y la pulsión pétrea, heredera del hard, que se abre paso en You must burn!, un trofeo que cae a plomo.
Su tema más largo
Poco aventurado, pero eficaz, resulta ser ese torpedo llamado Lux aeterna (el primer sencillo, lanzado en noviembre), a alinear con otras piezas apreciables, como la enrarecida Chasing light o esas abrasivas Too far gone? y Room of mirrors. Mención aparte para la composición final, Inamorata, un tour de force de más de 11 minutos (la mayor duración de la historia de Metallica) en el que percibimos al Hetfield más sentido, matizando la oscuridad del álbum, si bien la banda se relame en exceso en su tramo instrumental de guitarras dobladas.
Con todo ello, la banda demuestra que sigue viva como ente creativo, aunque sea revisando todos y cada uno de los registros metaleros que la hicieron famosa. 72 Seasons no disimula en su mirada al pasado para coger impulso, o para quemarlo, como insinúa esa portada en la que una cuna aparece fulminada por un rayo.
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