Entrevista | Marta Sanz Escritora

Marta Sanz: «El arte es la capacidad de hacer que te replantees a ti mismo»

Marta Sanz. elisenda pons | ELISENDA PONS

Marta Sanz. elisenda pons | ELISENDA PONS / porELENAPITA

Elena Pita

El maestro vocifera «¡no te rindas, pon toda tu alma!» mientras los siete kilos que por término medio pesa la cabeza de un humano van pareciendo siete toneladas colgando de un frágil cuello en postura ustrasana modalidad guerrera del yoga kundalini. La idea me ha venido a la mente intentando calcular cuánto le pesará a Marta Sanz (Madrid, 1967) el cerebro, erguido apenas sobre un cuerpo menudo del que brotan ideas como adoquines contra el sistema. Un discurso desgarrado que se precipita desde su ojo negro sobre la realidad y surge con una voz suavísima y teñida de la misma musicalidad que engrandece su escritura. Ha publicado una distopía bufa donde las protagonistas son mujeres solas, y sus drones, guardianes al servicio de una inteligencia del inframundo, ensayando, como en cada una de sus entregas, una nueva manera de narrar un mundo veloz, programado, desmemoriado, obsolescente, que le disgusta. Bañado todo ello de un sarcasmo a veces oscuro y otras hilarante, donde el futuro tiene el sonido estruendoso de Persianas metálicas bajan de golpe (Anagrama). Doctora en Filología, despuntó en 2013 con Daniela Astor y la caja negra (premios Tigre Juan, Cálamo y Estado Crítico). Dos años más tarde, se alzó con el Herralde por Farándula. Pero en el camino, antes de llegar(nos), a punto estuvo de dejar la persiana echada, si no fuera por los vínculos reales que su literatura le había creado con el mundo, su (otro) mundo.

Marta Sanz.

Marta Sanz Persianas metálicas bajan de golpe Anagrama 272 páginas / 19,90 euros / porELENAPITA

«Ética y estética», titula la crítica. La estética a flor de piel, pero ¿cuál es su propuesta ética al lector?

En literatura, la propuesta ética pasa inevitablemente por una búsqueda de estética. La gran propuesta ética, ideológica y política de Persianas metálicas bajan de golpe es: hay otro tipo de literatura posible que hemos de reivindicar en un momento en el que estamos adelgazando nuestro lenguaje y nuestro pensamiento y, por consiguiente, nuestra capacidad de sentir y emocionarnos. Propongo a los lectores una posibilidad literaria que exceda un léxico de 1.500 palabras y una visión más allá de la velocidad o cómo-va-a-acabar-la-historia: no reducir todo lo literario a la narratividad. A cambio le ofrece textos a través de formas lingüísticas más barrocas en los que la música no sea los sonajeros a los que se refería Juan Marsé, sino una capa semántica más. El lenguaje no va por un lado y la historia por otro, sino que han de fundirse en un do.

Luego, ¿no es pura «justicia poética consoladora», como también se ha dicho?

No, no lo creo. En este momento, determinadas maneras de escribir o indagar en la realidad a través del lenguaje terminan por hurgar en lo oscuro, en lo no dicho; y, sobre todo, evidencian todas esas maneras prejuiciosas de sentir que consideramos nuestro sentido común y que no son sino cultura acumulada, ideología, asuntos que damos por hecho y no debiéramos.

«Distopía bufa», bautiza la editorial. ¿Es la literatura distópica la alternativa de estos tiempos encriptados y veloces?

No creo que sea el único recurso, son tantas las maneras de asomarse a la realidad… La distopía me pareció el modo de ir a contracorriente en estos tiempos de buenrollismo, diciendo: no soy una persona ni reaccionaria ni tecnófoba, pero tengo ojos en la cara y sentido crítico como para observar que hay algunos malos usos de la tecnología que están reduciendo nuestra capacidad de concentración y prolongando nuestro trabajo hasta límites de explotación insoportable, porque se convierten en fórmulas intrusivas y adictivas. Para mí, la distopía es una manera de exagerar, a través de la sátira, y de hablar de un presente que no me gusta. No creo que la esperanza se construya solo con píldoras dulces; a veces se hace desde la crueldad y la risa más amarga. Si no utilizamos ese ojo negro que a veces tenemos los escritores, podemos quedarnos encapsulados en un mundo aparentemente feliz, autocomplacido y congelado en sus autosatisfacciones ficticias.

El consumo y las grandes tecnológicas, sus productos «intrusivos y adictivos», ¿nos impelen a vivir el futuro sin tiempo a disfrutar el presente? ¿No le entran ganas de rebelarse -¡qué hartura!- y aferrarse al presente?

Hace tiempo escribí una frase en una columna: «El futuro ya está aquí y es superchorra» (risas), hay quien quiere hacer una camiseta con la leyenda. La necesidad del neoliberalismo de que todo vaya aceleradamente y todo sea nuevo cada día, porque si no es aburrido, no es más que una estrategia de venta. Esto ha provocado que algunas generaciones tengamos una vivencia prematura de la vejez: el esfuerzo que requiere esta adaptación obligatoria y constante cambia nuestro sentido del tiempo. Y también el sentido de la memoria: perdemos capacidad de memorización y almacenamos en memorias extracorpóreas que no nos permiten relacionar lo que pasa con nuestra experiencia de vida ni tener una idea de progreso lógica y racional. Y todo esto hace posible la posverdad: ¿por qué Vox puede erigirse como el salvador de la patria?, porque no hay memoria y el pasado se desdibuja y no importa. Resultado: no hay conciencia de presente donde se pueda actuar y transformar la realidad.

Por ejemplo, hablamos con soltura del metaverso, pero ¿entendemos de verdad qué es?

Probablemente no entiendan lo que es el metaverso ni siquiera los que se han inventado lo que es el metaverso. Si metaverso es lo que plantea todo al mismo tiempo en todas partes, estamos en el mismo mundo convencional de siempre, ¿en qué hemos evolucionado?

¿Se queda con el anterior, que al menos aprecia el placer de la lentitud?

La tecnología contribuye muchísimo a desarrollar el conocimiento científico e intelectivo, cierto. Pero, por un lado, lo estamos malbaratando, con un ocio que nos hace perder profundidad y capacidad de relación: un mundo en el que la literatura es imposible, porque se pierden las destrezas para apreciar un texto complejo o con relieve. Y por otro, desde el punto de vista laboral y económico, la hiperconectividad nos convierte en seres alienados, nos esclaviza, y en un plazo medio puede que nos robe muchos puestos de trabajo.

¿No debiéramos rebelarnos? ¿Qué nos está pasando?

Estamos perdiendo el sentido de lo corpóreo. Esto hace que podamos ser extremadamente violentos en las redes -populismo, visceralidad, anonimia: léase Twitter- y al revés, que expresemos nuestro amor de una manera sobredimensionada -corazones palpitantes que no haríamos en persona jamás: Whatsapp-. Nos falta cuerpo. No debería preocuparnos en exceso que las máquinas puedan llegar a tener emociones, a ser singulares, pero sí cómo los seres humanos estamos perdiendo cualidades y nos dejamos deshumanizar y engañar. Por ejemplo, creyendo que el algoritmo es ideológicamente aséptico o que cuando usamos las redes sociales no repercute en beneficio de alguien, y que todo esto tiene que ver con la libertad y la democracia. Nos están vigilando en cada clic. Nos obligan a vivir permanentemente dentro del mismo bucle.

¿Tiene una idea de la realidad tan aséptica y quemada como la que transmiten sus personajes humanos frente a la inteligencia y la sensibilidad de sus drones?

Las pandemia nos ha hecho muy vulnerables, hemos bajado las defensas frente al robo de intimidad a través de la tecnología, porque teníamos la necesidad de trabajar y comunicarnos. Esto se une a que tratamos de escamotear la idea de muerte, algo que en el género del terror se relaciona mucho con las pantallas: el reflejo dentro del reflejo dentro del reflejo es una metáfora de la muerte, de la pérdida de la singularidad y de la carne, y ese es el mundo en el que estamos.

Uno muere solo, obviamente, pero ¿en tanta soledad como aquí se hace patente?

Creo que con la hiperconectividad de las redes creamos vínculos débiles. Es una fantasía pensar que puedes hablar con muchísima gente en cualquier lugar del mundo cuando al mismo tiempo te encapsulas más en ti misma y no ves qué pasa alrededor. Creo que tanto para la política como para el amor nos hacen falta los vínculos fuertes, la carne, la presencia, pero los estamos perdiendo. Esta pérdida puede redundar en experiencias de soledad terribles que derivan en asuntos tan siniestros como son los suicidios infantiles: el suicidio es la segunda causa de muerte en este país. ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo? ¡Levantemos la persiana de una puñetera vez!

Dron de la guarda y de la guardia, ¿no es una dualidad perversa, un enmascaramiento del control al que estamos sometidos?

Es lo que hacemos con la tecnología: estamos contentas porque si nos perdemos, nos encuentran, pero alguien sabe siempre dónde estás. La gente se cree muy autónoma, pero si extravía su móvil se muere. Hemos naturalizado algo que años atrás nos parecería perverso.

En su distopía, los drones cuidan de las mujeres. ¿Habríamos ganado algo el género de las cuidadoras a las que nadie nos cuida, perversidad aparte?

No son virtuosas las relaciones entre mujeres en esta novela, pero reflejan que los humanos estamos programados por esa ideología que hemos naturalizado como sentido común y que está penetrada por comportamientos machistas que asignan obligaciones: la mujer que no cuida es inmediatamente una egoísta y la que solo cuida es despreciable, porque no tiene papel en la vida pública y no puede ser ejemplar, algo exclusivo del padre.

¿La gente melancólica no puede educar a la juventud, como se repite en la novela?

No vende bien la melancolía, no es fotogénica en la redes, y en la novela se repite con mordacidad: es peligroso que transmitan esa bilis negra a quienes están creciendo. Pero creo que los jóvenes son los suficientemente inteligentes como para que esa mirada crítica no les robe el ímpetu y la alegría. Lo que es preocupante es que haya jóvenes que te digan «esto no lo sé porque aún no había nacido». Estamos creando personas sin capacidad para valorar el progreso.

Existen ya unos 200 títulos literarios declaradamente escritos por ChatGPT, pero ¿cuántos sospecha que habrá firmados por humanos y creados por una IA?

Ni la menor idea. Pero hay ya muchos trabajos de final de grado hechos con una IA en media hora. Lo que pregunta excede mis límites de comprensión y de lo que considero moral y ético, y me lleva a pensar que tenemos una visión de las bellas artes convencional y rutinizada, que elude la dificultad porque no vende. Una IA es capaz de impostar un poema, pero ¿qué poema? Las IA son epígonos, repentizan sobre esquemas asumidos de lo literario, lo musical, lo artístico, pero lo que define al arte es la capacidad para romper todas esas previsiones, y que en esa fractura te plantees preguntas que nunca te habías hecho.

El sindicato de autores de EE UU ha manifestado su preocupación, ¿hay motivo para ello?

Es una manera más de precarizar los oficios culturales y de abaratamiento de un concepto de lo literario identificado con lo cómodo y lo repetitivo, que solo servirá para anestesiarnos en nuestra vida de mierda.

¿Qué hay de la filosofía, la moral, la ética…? ¿Hacen ya mucha falta los filósofos en la empresa, la política, la vida, o esto es solo un sueño de algunos?

Claro que hacen falta los humanistas, y los escritores somos como el pajarito en la jaula que detecta el escape de grisú [Kurt Vonnegut], pero también lo es que haya gente que ejerza la política con valentía y quiera cambiar el mundo. Tengo fe en la política, no creo que corrompa a todo el mundo.

«La literatura es entretenimiento, por supuesto, pero también denuncia, testimonio, una manera de ampliar tu campo de visión, de adquirir una lucidez que pueda ser dolorosa y que al final repercute en que puedas ser más feliz», dejó dicho en el Instituto Cervantes de Londres. ¿Aún se siente reflejada en esa declaración?

No cambiaría ni una coma. La literatura ha de provocar, hacer que te replantees la vida. Pero en ese concepto adelgazado de la literatura al que aludo, la gente encuentra satisfacción y otros ganan mucho dinero tratando a las personas como clientes. Volvemos a su primera pregunta: no quiero reproducir la literatura gentrificada idéntica siempre a sí misma para que, como en el urbanismo, todo el mundo se sienta cómodo en cualquier lugar. Estamos reproduciendo un discurso único en un espacio, la literatura, que debiera ser de libertad.