Mario Obrero: «La poesía siempre ha estado en el lugar de los vencidos»

Mario Obrero tiene sólo 20 años y en su trayectoria ya figuran premios como el Loewe (es el autor más joven en conseguirlo) o el Félix Grande. Logros notables que nunca harán que olvide de dónde viene

El poeta Mario Obrero,   fotografiado en  Madrid.

El poeta Mario Obrero, fotografiado en Madrid. / JOSÉ LUIS ROCA

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Nació en una familia obrera en un barrio del sur de Madrid y desde chico fue desarrollando una honesta conciencia de clase que pronto empezó a hermanarse con la poesía. Sus primeros versos los escribió, con 7 años, gracias el envés de las gotas de lluvia en el cristal y ese reverso guía desde entonces su obra y su vida. La pasión por la literatura se la inculcaron sus padres, amantes de las letras, y de sus abuelos aprendió a estar orgulloso de sus orígenes. Esa cabeza suya, poblada de un cabello tan abundante y rizado que podría compararse con un frondoso y fértil bosque, está repleta de poesía libre de prejuicios y ataduras. Ha pasado por la Sorbona, ha sido presentador de uno de los pocos programas televisivos sobre literatura que hay en España y en su último poemario, Cerezas sobre la muerte, tira de memoria para recuperar las voces del exilio. Es Mario un poeta obrero que construye y deconstruye.

¿Qué es la poesía para usted?

Yo creo que tiene mucho que ver con la forma en que se está en el mundo. Es una actitud que nos predispone y nos hace ver la otra mitad que decía Lorca, el envés, el reverso, esos pliegos de los que también hablaba Benjamin que eran los que nos componían. Quien tiene esa visión de pliego, escriba o no, lea o no, es poeta y convive con la poesía.

¿Y de qué forma está usted en el mundo gracias a la poesía?

Yo creo que se está con una atención propia. La poesía no sólo te ayuda a interesarte, a mirar, a escuchar, sino que la atención es contraria a una lógica predominante, homogeneizante, y ahí encuentras un cúmulo de conciencias guardadas, ni siquiera escondidas, guardadas.

¿Qué diferencia hay entre que estén escondidas o guardadas?

Esconderse tiene que ver con aquello que sale huyendo, como si fuera una cosa tan débil y pequeñita que se ha de guarecer en un espacio acotado. Claro que la poesía es pequeña y débil y claro que siempre ha estado en el lugar de los vencidos, pero no tiene de qué esconderse. En su pequeñez, y sin ningún tipo de virilidad, la poesía es valiente desde el momento en que una se atreve a mirar las cosas de otra forma.

Es un posicionamiento ético.

Mucho y, además, la valentía poética es muy interesante porque no es nada patriarcal, no es esa valentía gallarda de quien llega y planta su bandera. La valentía poética es aquella que te permite escuchar lo que otras y otros no han oído. Ni siquiera dar voz, porque esto es una cosa muy conflictiva.

¿En qué sentido?

Los bancos dan hipotecas, las financieras dan acciones. Yo no doy nada a nadie. Cuando das voz, te estás posicionando en el centro porque crees que si no eres tú quien escribe ese poema no lo va a hacer nadie, qué bien que existes tú para dar voz a los que no tienen. Se usa esa expresión con mucha buena voluntad, pero yo creo que no. Habríamos de hablar en términos de escuchar voces, no de darlas. Cuando hablamos de autoras que ahora por suerte están en nuestras librerías, nadie le da voz a Luisa Carnés ni a Ernestina de Champourcín ni a Josefina Latorre. Las voces las tenían ellas, simplemente las escuchamos.

¿Y qué hay de la política?

La conciencia poética por suerte no es dependiente de la conciencia política. Yo puedo sentirme identificado con ciertas luchas, pero no pasan al poema porque yo lo decida, porque esto sería domesticar al poema y llevarle con una correa como si fuera un chihuahua.

¿La da miedo perder la libertad desde la que, estoy segura, escribe?

No me gusta ser catastrofista. Si la poesía ha existido en las cárceles de este país y de tantos otros, entre dictaduras, no va a ser ahora el tiempo en el que muera. Si esa libertad, esa capacidad de lógica poética, ha prevalecido históricamente en los momentos donde el embudo más oprime, no va a ser ahora una cosa distinta. Por supuesto que está ahí el miedo, por supuesto que uno puede acabar haciendo calceta con el lenguaje en vez de poemas, pero soy esperanzado y una vez uno entra a la poesía esta te tira, te cuida y te sabe llamar por tu nombre.

¿Y quién es Mario Obrero?

Me gustaría mucho que pudiéramos decir de Mario Obrero que está feliz con sus amigas o que tiene pareja o parejas o que es una persona que a veces se pasea por el templo de Debod y otras va a al cine a ver alguna película chorra. Me gustaría mucho pensar que la poesía no tiene nada de Olimpo. Lo laboral importa, pero, más allá de la sociología de lo poético, que es muy pequeña, un pequeño cuartito en las alas del pensamiento humano, prefiero quedarme en la poesía que sale de los libros, que vive en las calles, en las fiestas, en el gozo, en la celebración y que a veces incluso puede prescindir de un papel, de un bolígrafo y mucho más de un premio, de una edición, de un bolo, de una lectura, charla o conferencia.

En su vida, además de la poesía, la música tiene un papel notable. ¿Qué relación mantiene por ejemplo con la copla, que tanto le gusta?

En lo último que estoy escribiendo me gusta cada vez más la contaminación y la filtración de todas las voces. Hay que escuchar las voces sin jerarquización. Tan importante es lo que dice mi abuela Carmen como lo que escribe María Teresa León, porque ambas hablan de cosas bastante similares con distintos lenguajes, y eso es lo maravilloso. Si no hubiera distintos lenguajes, seguiríamos haciendo las Coplas a la muerte de su padre. Estoy aprendiendo a reconciliarme con la copla, que es algo que escucho desde hace mucho pero a lo mejor no le dejaba permear ciertas esferas y ahora me define a muchos niveles.

¿Por qué le define?

Porque la copla viene del latín cópula y viene a ser la copulación. Que algo tan popular tenga el nombre de una cosa pecaminosa implica muchas cosas muy buenas. Que la llamemos así y que la copla, por tanto, pase a ocupar casi posturas de herejía me interesa mucho porque yo por otras vías distintas también soy hereje. Y tampoco se puede omitir el discurso político que ha tenido la copla en este país. Miguel de Molina en el 42 era el cantante más escuchado de España. Miguel de Molina estaba exiliado fuera de este país después de recibir una paliza. Cuando pensamos en Juanito Valderrama, hay que pensar en el soldado anarquista que estaba luchando en Córdoba y aquel que le canta a Franco El emigrante, que no venía a ser sino el exiliado, ese medio millón de personas que vivía en campos de concentración. La poesía también tiene esa capacidad de reconvertir los símbolos y los significados. Si decía Pessoa que todo es símbolo y analogía, me atrevería a decir que además de serlo podemos reconvertirlo y encontrar en aquello que ha sido leído de una forma hegemónica su envés y entender la copla también como ese canto popular de las resistencias contra todo tipo de opresión, en el caso de nuestra historia, la opresión fascista.

Alguna vez ha vinculado la poesía con el humus, con la tierra. Teniendo en cuenta que humildad viene de humus, ¿cómo puede ser que el poeta sea humilde, porque es su raíz, y deba batallar con el ego?

Es muy complicado. A mí me encanta recordar una frase que le escribe Naomi Ginsberg a su hijo Allen cuando se suicida: «No te involucres en cosas ridículas». Esa tensión entre humildad y ego reside en las cosas ridículas, todo lo que es extradiegético de lo literario, el fetichismo de la mercantilización. Hay que saber muy bien lo que es de un ámbito y lo que pertenece a otro. Y, una vez vista esta disquisición, no ser purista. El puritanismo no es una vía de postulado ético, porque tiene una condición de clase. Cabe estar bien orgulloso de pertenecer a la clase obrera, porque eso te ubica en un lugar de la historia y de las sociedades en el que yo siempre querría estar, que es el lugar de mi abuela siendo sastre o el de mi abuelo siendo carpintero.

¿Qué importancia tiene la memoria, no ya en su obra, en su vida?

Cuando un escritor con muchas ventas y que sale en El Hormiguero hace una novela sobre el siglo XVI nos parece que tiene sentido porque es ficción y lo entendemos. Cuando un joven habla de memoria histórica, surge esa pregunta de por qué hablar de esto si tú no lo has vivido. ¿Por qué es tan conflictivo hablar de algo que sucedió hace 80 años mientras que hablar de unos acontecimientos sucedidos hace ocho siglos no es más que una herramienta literaria? ¿Y por qué genera tanta crispación que lo haga un joven?

Yo se lo pregunto: ¿por qué?

Yo creo que es por una historiografía de base sociológica franquista, que es la que manda la relación actual que tenemos con la memoria en este país, que es aquella que piensa que Don Pelayo está mucho más cerca que Federica Montseny y la ley del aborto en 1937. Me interesa mucho el debate que se va al 34, al 36, que habla del 70, de la Transición. Me interesa incluso más el que fijamos nosotros en 2023 como personas que hemos nacido en una democracia y no tenemos que hablar desde las cocinas de nuestras casas, que esto ya no es un tema doméstico, nunca lo ha sido. Es un tema de país y es un tema mundial. Hablar del fascismo es hablar del conflicto global del siglo XX. Pero ahora tenemos que abordarla desde otra postura, y a mí la memoria me encanta pensarla desde 2023. Esa memoria al 2023, que hoy está en tensión, que hoy quita placas, quita calles y censura leyes aprobadas por la soberanía popular, es la que más me mueve. «Si alguien lo recordará» es el verso que tenemos de Safo. La memoria siempre ha sido discurso poético. Y en mi caso, además, pasa por mi país, por mi tiempo y por grandísimas anomalías, como tener 114.226 desaparecidas en las 13 fosas comunes de este país.

¿Sigue siendo del Atleti?

Soy del Atleti, supongo que también por memoria. Cuando era pequeño me contaban a la vez dos historias sobre el abuelo: cómo se colaba a veces en el Metropolitano para ver los partidos del Atleti, y cómo en otras ocasiones le llevaban a Yeserías por pedir en la calle, le rapaban el pelo y le duchaban con agua fría. En ese momento de la infancia hay una confusión muy hermosa que tengo y es la de no saber cuándo le detenían por colarse en el campo del Atleti y cuándo por pedir dinero. Hay una especie de conciencia de clase que me lleva a pensar que ambas cosas tienen mucho que ver.