¡Viva el zombi!

Alguien ha muerto, de preferencia poco tiempo antes y en circunstancias violentas, y sorpresivamente despierta a una nueva vida

Fotograma de The survival 
of the dead (George A. |  
ROMERO , 2009).

Fotograma de The survival of the dead (George A. | ROMERO , 2009). / porRaúlRodríguezFerrándiz*

Raúl Rodríguez Ferrándiz

En esa categoría de la ficción fantástica –los no-muertos– caben varios géneros, especies e incluso individuos: fantasmas, vampiros y zombis, aunque habría que incluir también por lo menos al monstruo de Frankenstein y a toda su progenie de seres hechos de retales y reanimados por la ciencia y la técnica. Vean si no Pobres criaturas (2023). Y también los resucitados en cuerpo y alma, tal y como eran justo antes de morir, devueltos al mundo sin memoria de que lo habían abandonado y desconcertados por cómo son recibidos por sus seres (no tan) queridos, como sucede en la serie francesa Les revenants (2013) o en la australiana Glitch (2015).

Aquí vamos a dedicarnos al zombi, sin duda la especie más aborrecida. Mientras el vampiro es brillante, refinado, aristocrático, el sangre azul de los no-muertos, y el fantasma es etéreo, casi traslúcido, flota sobre el suelo (un alma sin cuerpo), los zombis (cuerpos sin alma) son criaturas repugnantes que arrastran los pies y se desplazan en contorsiones ridículas, de encefalograma plano, no porque estén muertos, sino porque las neuronas parecen sus células más dañadas, hasta el punto de ignorar su identidad como individuos y moverse en hordas permanentemente hambrientas.

Aunque no siempre fue así, el zombi moderno, como el vampiro, convierte a quien muerde a su condición. Pero mientras el vampiro es selectivo y el mordisco es algo casi orgásmico, tan placentero para él como para su víctima, el zombi es indiscriminado: cualquier ser humano vivo forma parte de un menú nada elaborado, un fast food de crudités donde el plato fuerte es la casquería.

Zombi de la serie 
The Walking Dead
(AMC, 2010-2022). | ROMERO, 1978).

Zombi de la serie The Walking Dead (AMC, 2010-2022). | ROMERO, 1978). / Raúl Rodríguez Ferrándiz

Permitido disparar contra el zombi

La condición subalterna y alienada del zombi es evidente. Mientras los vampiros siempre parecen salir de un club exclusivo o de una fiesta privada con derecho de admisión, los zombis son como esas multitudes que revientan las puertas de los comercios un día de rebajas, que saltan al terreno de juego por la victoria de su equipo o la incompetencia del árbitro, que persiguen, fanatizados, a la celebridad que les tiene sorbido el seso o que se agolpan ante las vallas fronterizas para cruzar al paraíso prometido.

Los zombis en un centro
comercial en Dawn of the
dead (George A.  |  ROMERO, 1968).

Los zombis en un centro comercial en Dawn of the dead (George A. | ROMERO, 1968). / porRaúlRodríguezFerrándiz*

El vampiro es la metáfora del capitalista que succiona la plusvalía que genera el proletario (Marx lo dijo así) y el zombi es este mismo proletario que se toma la revancha irrumpiendo en una boda pija (REC-3, Paco Plaza, 2012), en un reality show (Dead set (2008), estupenda miniserie de Charlie Brooker, el creador de Black Mirror), en el centro de Madrid (El bar, Álex de La Iglesia, 2017), París (La noche devora al mundo, Dominique Rocher, 2018) o Londres (28 días después, Danny Boyle, 2002), en un tren de alta velocidad (Tren a Busan, Yeon Sang-ho, 2016) o en un avión (Guerra Mundial Z, Mark Foster, 2013). Mientras el vampiro es un anti-héroe romántico y apartadizo, noctámbulo a la fuerza, maldito y torturado por la conciencia de su condición, el zombi es un descerebrado que evoca, sin demasiado rebozo, al vulgo en la sociedad de masas y sus apetitos primarios.

Si las masas son siempre los otros, como el infierno, el zombi es el otro radical al que podemos disparar sin remordimiento, porque ya no es la persona que fue. Precisamente al carecer de alma se presta a representar a cierto Otro que nos intranquiliza (el esclavo, el pobre, el inmigrante, el disidente), mientras los defensores de la Humanidad son siempre los Mismos.

George A Romero en 
el set de El día de 
los muertos (1985).

George A Romero en el set de El día de los muertos (1985). / porRaúlRodríguezFerrándiz*

De hecho, el mito, que tiene su origen en Haití, era una especie de continuación de la esclavitud por otros medios. Mediante un rito vudú alguien sometía a su voluntad a otra persona, lo cual era una forma tan mágica como efectiva de orillar a los abolicionistas. Un punto de inflexión en la vida del zombi fueron las películas de George A. Romero. Fue él quien hizo del zombi un caníbal que transformaba a su víctima a su condición, quien omitió dar cualquier explicación al fenómeno (salvo la descartesiana: no pienso, ergo zombi) y le liberó de cualquier servidumbre salvo la de su instinto depredador, y quien ideó el tiro en la cabeza como la única forma de acabar con esa plaga.

En La noche de los muertos vivientes (1968) hizo que el héroe fuera un afroamericano que se atrincheraba en una casa con otros supervivientes blancos. Todos caían y él resultó ser el último resistente... hasta que una milicia de probos ciudadanos comandados por un sheriff, que disparaban desde el exterior, le metieron un tiro entre los ojos (pocos meses antes habían asesinado a Martin Luther King).

En Dawn of the dead (Zombie en España, 1978), sus criaturas sienten una querencia natural por el centro comercial, como si pudieran seguir consumiendo otra cosa que vísceras, pero hete que es allí donde se van a refugiar los supervivientes para estar bien provistos de todo lo necesario, y también de todo lo superfluo.

Cartel de La noche de 
los muertos vivientes
(George A.

Cartel de La noche de los muertos vivientes (George A. / porRaúlRodríguezFerrándiz*

Necropolítica del zombi

Así que a lo mejor podemos darle la vuelta al zombi, hacer de él un superhéroe que nos libera. Ser zombi tiene innegables ventajas. ¿Estudias o trabajas? ¿O ni-ni? ¿Hetero, homo, cis, trans, fluido? ¿Nuclear o solar? ¿Híbrido o eléctrico? ¿Fija o variable? Ninguna de esas preguntas tiene sentido. El zombi no contamina (el cochecito de San Fernando), no genera plusvalías, no ahorra ni invierte, no especula, no copula, no procrea, ni siquiera excreta. No porta armas ni sabría cómo utilizarlas. Basta de culto al cuerpo y de qué me pongo hoy. La moda zombi es casual: lo que llevaras casualmente el día de tu conversión. Es cierto que tampoco hace otras cosas que vuelven la vida digna de ser vivida y amortizan simbólicamente la evolución humana: no habla ni menos canta, no pinta, no lee, no escribe, no baila, no fabrica instrumentos, no cultiva plantas, no guarda recuerdos de su vida anterior ni fidelidades en esta, no se proyecta en el futuro.

Pero sí tiene un superpoder: el zombi muere y resucita inmediatamente en carne y hueso (ambos a la vista), lo cual vuelve irrelevante el juicio final, paraísos e infiernos, teologías, oraciones y mandamientos. La vida eterna es aquí y ahora y no hace distingos: para todos los que se dejan atrapar y morder. Qué forma tan pura de igualdad, qué descanso después de tantas políticas de la diferencia y sus narcisismos, de cultura de la queja, de buscarse una identidad hasta encontrarla y que no sea intercambiable por ninguna otra. En otra película de Romero, Day of the dead (1985), un investigador intenta educar a un zombi, convenientemente atado, con buenas palabras, ofreciéndole recompensas para que se comporte. Pero qué pueden un pedagogo, un cura, un psicólogo, un libro de autoayuda, un influencer, ante un zombi.

Cartel de Memorias 
de un zombi 
adolescente (2013).

Cartel de Memorias de un zombi adolescente (2013). / porRaúlRodríguezFerrándiz*

Zombis veganos, zombis reinsertados, zombis sindicados, zombis vacunados.

Después de las tres primeras películas de Romero el género de zombis ha evolucionado con rapidez. Podemos hablar de manierismos, autorreferencias, hibridaciones, intertextualidades, que es lo que le ocurre a cualquier género cuando se sobreexplota: morir de agotamiento endogámico y resucitar mestizado. Hay zombis que vemos a través de una cámara de vídeo o televisión (la saga REC), o que surgen durante la grabación de una película de zombis (El diario de los muertos, del propio Romero, 2007, o One cut of the dead, 2017). Hay zombis domesticados o amordazados para explotarlos como mano de obra baratísima (Fido, Miss Zombie), hay zombis autoconscientes que se sindican y activismo zombi que lucha por su derechos (Zombied), zombies que tienen un rico mundo interior, de cuyo flujo de conciencia somos testigos (Otto, or Up with dead people). Hay zombis transaccionales o reversibles (Shaun of the dead), comedias románticas con parejas zombi-humano (Memorias de un zombie adolescente), reescrituras de clásicos en clave Z (Orgullo, prejuicio y zombies, Alice in Zombiland, Lazarillo Z, I am Scrooge: A Zombie Story for Christmas o Zombirassic Park).

Y así, el zombi salvaje con el que no se puede negociar se humaniza y desactiva su parte más subversiva, la que representaba la más pura disolución del individuo en la horda neandertal, el andrajoso ejército rebelde contra el Homo sapiens. A cambio, la Humanidad aparece ya vacunada y ni siquiera los zombis podrán con nosotros. Una pena.