Lo ‘happy’ está de moda, pero cuidado con confundir la felicidad con los colorines y el edulcorante barato, con el maquillaje vital y la motivación de cursillo.

La alegría es un estado en el que no te puedes instalar de manera perenne porque cuando la vida duele, duele y punto, y si no averiguas la causa de ese dolor, difícilmente podrás hacer que deje de fastidiarte.

En la época del Paracetamol y el Prozac, nadie quiere padecer dolor. No es que te invite al masoquismo, pero sí a que reconozcas que tu dolor existe porque tienes algo que resolver, algo que extirpar de tu vida o algo que necesitas transmutar.

Ante un dolor vital crónico no bien identificado, que es el mayoritario entre la población, solemos huir de él. Cada uno elige su estilo: acción compulsiva, exceso de trabajo, alcohol, entrega sin freno a una causa, depresión, cuidado extremado de tu familia, victimismo…

No son más que mil y una maneras de olvidarse de sí, de tratar de escapar de tu runrún cotidiano, de tu dolor existencial, de tu desconexión con la Fuente, volcándote en el exterior, enfocando la vida fuera de ti como la ‘muchacha en la ventana’ de Dalí.

Integra el dolor

Identifica esa corriente subterránea que, como un extractor de cocina, gimotea dentro de ti cada día creando un desgarro allá en lo profundo que te merma las fuerzas de vivir, que te ahoga y te debilita, que te hace reaccionar con rabia o tristeza, con nerviosismo o angustia ante situaciones cotidianas.

Ese dolor no desaparece por mucha tierra que le eches encima, ni por mucho que mires hacia otro lado.

Solo tú puedes integrar ese dolor indagando en tu sufrimiento.

Igual que la Fuente nos ha dotado de uno o varios dones de manera innata, parece ser que nuestro software también viene con uno o varios ‘antidones’o agujeros negros donde escondemos padecimientos no bien definidos que nos lastran.

El dolor deja de doler cuando le prestas atención, entonces se disuelve.

Siente tu sufrimiento, por sutil que te parezca, bucea en él, ahonda hasta separar por capas qué es lo que te hace sufrir y de qué manera.

Tu mochila y tu cruz

Solemos meter en el saco del padecimiento personal tantas cosas, que nos acostumbramos a acarrear una mochila llena de piedras y nuestro camino cada día se hace más lento y pesado. Cuando te das cuenta tu vida se ha situado en una empinada cuesta en la que te es cada día más difícil avanzar.

Trabaja por vaciar esa mochila o se convertirá en tu cruz y la cuesta dará paso a un verdadero vía crucis. Con la mochila puedes aún avanzar, con la cruz siempre acabas cayendo.

Averigua qué has ido coleccionando en esa mochila, profundiza, rasca, mira, analiza qué aspectos concretos o abstractos te llevan a sentir esa desazón existencial que te debilita.

Cuando consigas descubrir qué ingredientes te lastran, podrás comenzar estrato a estrato a ir quitándote las capas de cebolla que te impiden llevar una vida plena en conexión con tu Fuente primordial.

Superar el dolor duele

Todo proceso de crecimiento duele, pero tomar consciencia de qué cosas te merman en tu camino es uno de los ejercicios más liberadores de tu paso por este capítulo de la existencia.

Si te conviertes en el observador de tu sufrimiento verás que tú no eres tu sufrimiento. Que más bien es la historia que te has estado contando hasta hoy lo que te está haciendo sufrir.

Pedir ayuda forma parte del proceso de sanación. Rebuscar en el desván de tu pesar levanta polvo y ahoga, pero hay muchas personas cerca de ti esperando para poder apoyarte, también muchos profesionales que con su mirada externa te impulsarán a dirigir tu vida hacia estadios más elevados y livianos.

Aunque duela, manera 33 de conectarte a la Fuente: Indaga en tu sufrimiento.