Como cada verano he pasado unos días en el pueblo de mi suegra, Fuensanta. Esta vez me ha dado por observar la austeridad y la sencillez, norma habitual por estos lares, sobre todo entre los más mayores. Ellos que en su momento superaron una época de escasez material que seguramente hoy te resultaría abrumadora. Aun así la recuerdan con nostalgia e incluso como una etapa de la que extrajeron grandes aprendizajes.

De estas circunstancias de carencia material aprendieron que tener más no te hace más feliz, que la felicidad no anda entre los objetos, las posesiones ni la exuberancia, que la felicidad se asoma en esos instantes en que sientes que nada te falta.

Ser austero no tiene tanto que ver con una cuestión cuantitativa como con una cuestión actitudinal frente a tus posesiones, por llamarlas de alguna manera, ya que en realidad nada posees y tarde o temprano te darás cuenta de ello.

La austeridad habla de cómo te enfrentas a la vida desde la sencillez, la naturalidad, la presencia.

Image by Tom Cuppens

Aquí en el pueblo todo es calma. Por el día piscina, o en casa refugiados del calor, leyendo, contando historias de cómo era la vida antes o disfrutando del exotismo de algún deporte inusual en las Olimpiadas. Por la noche a la plaza, a charlar sobre la vida, con calma, mientras los niños juegan al balón o al escondite y los ancianos, a la fresca con una fina rebeca, charlan pausados en la casapuerta.

De vez en cuando un pequeño se cae del columpio y los lloros interrumpen la paz nocturna, pero al minuto vuelve todo a la simplicidad natural. El tiempo va pasando, sin prisa, más a lo ancho que a lo largo. No ocurre nada y sin embargo todo ocurre. Ocurre la vida.

Y mientras esta estampa sucede reflexiono sobre la polarización que se nos está viniendo encima. Por un lado vivimos inmersos en un movimiento de consumo masivo, inconsciente e insostenible, apoyado por la publicidad y los medios de comunicación, pero en paralelo está creciendo otro movimiento revolucionario consistente en volver a la esencia de las cosas, en el que se valora lo básico, lo cercano, lo artesano, lo natural y se dejan a un lado las estridencias, los excesos, el barroquismo, tratando de que la persona nazca de nuevo a la sencillez como forma de vida apacible.

Está dándose una minoritaria pero cada vez más creciente vuelta a lo rural, al naturalismo, a la sobriedad.

Una vida austera es una elección, nada tiene que ver con el nivel de ingresos ni con el nivel cultural, tiene que ver con saber apreciar que en los pequeños detalles reside el goce de la vida.

Deseo más

Vives programado para desear siempre más, querer más novedades y estímulos que te generen endorfinas. Te has convertido en una rata yonqui de laboratorio que necesita darle a la palanquita del consumo para recibir su recompensa con urgencia.

Demasiados estímulos te están haciendo adicto a una serie de actitudes tóxicas que te producen gratificación inmediata pero que no hacen más que mantenerte en la órbita del desear más, de la inmediatez, del individualismo ególatra.

Menos es más

William Shakespeare a lo largo de su vida tuvo a su alcance la información equivalente a lo que cabe en un solo periódico, sin embargo se dice que hoy a lo largo de un solo día puedes recibir estímulos informativos equivalentes al contenido de 175 diarios. ¿Qué haces con toda esa información?

Al igual que si te das un atracón tu sistema digestivo va a saturarse, con la bulimia informativa que vives cada día tu sistema nervioso se va a resentir: estrés, ansiedad, depresión, desmotivación, cansancio crónico...

Cuando comienzas a plantearte vivir una vida más austera, te obligas a identificar qué es lo básico para ti, qué es lo que verdaderamente te hace sentir bien, y haces criba de aquello que no te aporta, aquello que lo único que hace es molestar y suponerte una carga.

Lo fundamental comienza a emerger hacia la superficie de entre todo aquello que te sobra y poco a poco te vas quedando con aquello que enriquece tu vida.

Para vivir desde la austeridad has de poner foco en lo que tienes y dejar de pensar en lo que te falta. Has de tener bien amueblada la cabeza pues todo estímulo externo continuará impeliéndote hacia el maximalismo.

Si te centras en ver de lo que careces entrarás en un círculo codicioso en el que nunca tendrás bastante y malgastarás tu vida en el ‘quiero más’.

Un exceso de objetos materiales, de deudas y gastos fijos te hará mantener interferencias a la hora de comunicarte con la Fuente. El peso de lo material te deja poco tiempo y espacio para vibrar más alto en la frecuencia de lo espiritual.

Si hicieras un exhaustivo inventario de todo lo que tienes alucinarías. No digo que vivas como un menonita, pero nunca está de más reflexionar sobre cuántas cosas posees, y cuantas de ellas resultan superfluas.

Una vida austera no es una vida aburrida, ni gris, ni triste. Una vida austera es aquella lo suficientemente sencilla para que nada estorbe la esencia. En la que el ser domina el tener, en la que la conexión se produce porque entras en contacto con lo básico, lo natural, sin adornos ni florituras.

Vienen tiempos de volver a la sencillez o bien perderte en lo frondoso del ‘progreso’ humano.

Camina ligero de equipaje pues sabes que nada material vas a llevarte de este mundo. Manera 84 de conectarse a la Fuente: Sé austero

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