Una urticaria postra mi piel. Prurito extraordinario, picazón picazonda, joder que pica. Los médicos dicen que es por el gel. Hay geles que producen alergias, limpiezas que causan irritaciones y asepsias que normalizan la mortandad. Imaginemos una bomba de neutrones. En un bang que te crió, asepticamente, se cargará a todo bicho viviente. Entoces tu barrio, es un decir, amanecerá sin hombres ni mujeres, ni perros, ni ratas, ni gatos. Ni árboles, vivos. Pero tu habitación seguirá igual de desordenada y el desayuno se mantendrá, limpio como una patena, encima de la mesa del salón, con la televisión encendida y los simpsons haciendo gracias. Lo bueno de la bomba de neutrones en tu barrio es que pierdes de vista al imbécil del peluquero, ese de madrid que vota al partido conservador y tiene un lío con la vecina del octavo. Lo malo de la bomba es que también te pierdes de vista a tí mismo, desintegrado, evaporado en el éter de la asepsia. El gel ha atacado a mi epidermis, incluso a la dermis. Capas de piel vieja como cebolla vieja. Mi panza de sancho llena de picaduras de un mosquito invisible que hace pompas de jabón. No sabía que ciertas marcas industrializadas producen enfermedades dérmicas. Tampoco sabía que las cucarachas se salvan en el ataque con misiles de neutrones. Cucarachas limpias, jabonosas, asépticamente adaptadas, sin urticarias.