Lo digo repetidamente, treinta y dos grados y nadie quiere leer bajo la sombra de los sauces llorones de la alameda. El agua del mar burbujea entre las piernas de los turistas mientras los ladrones vacían sus mochilas de toallas, carteras, y besos de amantes. Uno es riguroso. Miro a la señora que habita bajo una pamela gigante. Extrañamente tiene un libro abierto, no quiero ni saber que libro, es la única persona en diez hectáreas con un libro abierto. Otro hombre, acalorado y colorado mira la prensa deportiva. Un gol se le ha caído debajo de los pies. Cuando venga a darse cuenta ya es hora de volver al secano de la tierra profunda: el mar, con este aire, es sólo un excusa de vida.

Pues decían, dice, que estaba muriéndose, pero la mar no muere nunca, que me lo advirtió un primo lejano que es pescador, antes anduvo embarcado en la mercante, recorriendo puertos y lupanares, no era nadie, un pieza, oiga, un viejo lobo marino, él nos lo dijo un día, borrachín como estábamos: primo, la mar se muere. La mujer que habita bajo la pamela ya ha cerrado su libro de tapas duras, levanta un culo en bañador y lo mueve siguiendo las pautas del camino. Se ha puesto el tomo junto al pecho, dos enormes tetas pecosas que acompañan a su culo alejándose.

Ahora sí que es verdad: entre mil personas nadie lee, acaso el del gol entre las piernas mira la contraportada del As porque hay una foto retocada de una modelo semidesnuda. Esto sí que es material, tengo un primo lejano que anda con una gachí como esta, fíjense, pero es extranjera, en españa no hay gachís así desde, que se yo, desde Celia Gámez o Sara Montiel, esas curvas, ese cuello, mire, mire, mi primo si que sabía, ah, claro ya se lo había dicho, era un viejo lobo de mar que se juntó con una francesa, vaya como estaba la francesa. .... me marcho bajo la sombra de los sauces llorones a dormir, ...yo tampoco tengo un libro.