Shangri-la, el paraíso perdido existe. Se encuentra en un recóndito rincón en las estribaciones del Himalaya, rodeado de montañas, allí donde lo imaginó James Hilton, el creador de este lugar mitológico de la eterna juventud en su novela Horizontes Perdidos, que fue llevada al cine por el prestigioso director Frank Capra. Esta es la crónica de un viaje a Shangri-la, el paraíso en la Tierra.

Shangrila, el mítico paraíso perdido

Llegar hasta Shangri-la desde España no es nada fácil, ya que, por supuesto, no hay vuelos directos ni a Shangrila ni a Kunming, que es la capital de la provincia china en cuyos confines se encuentra. Es más, son necesarias hasta tres conexiones desde Madrid, y un total de casi 20 horas de vuelo, a las que hay que añadir varias más con los tiempos de espera en cada aeropuerto. La mejor combinación que encuentro, tras rastrear las distintas compañías aéreas, es la de China Southern Airlines, con un primer tramo Madrid-París operado por Air France, que conecta con el vuelo París-Cantón, de 12 horas de duración, y que enlaza con el tramo a Kunming, la capital de Yunnán. El coste asciende a 525 euros.

Templo con pagodas en Kunming

Me queda aún un último vuelo final hasta el aeropuerto de Diqing, el más cercano a Shangrila, pero decido posponerlo unos días y disfrutar de la capital de Yunnán, una atractiva ciudad que ya conocí en un anterior viaje hace 20 años. Una de las visitas obligadas aquí es el Bosque de Piedra, una maravilla geológica declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y que ha hecho famosa a esta ciudad entre todos los viajeros del mundo por su rareza, ya que solo existe otro lugar en el mundo con tal acumulación de grandes y puntiagudas rocas de piedra caliza y se encuentra en un lugar de difícil acceso en la isla de Madagascar.

El Bosque de Piedra, cerca de Kunming

El bosque de Piedra se encuentra a unos 80 kilómetros de Kunming y la forma más barata de llegar es mediante transporte público. Los autobuses salen de la Estación del Este, tardan unas dos horas y cuesta cuatro euros. Lo más caro es la entrada al bosque, que vale 30 euros, un coste desorbitado para lo barato que resulta prácticamente todo en China. Como consuelo hay que advertir que la entrada es gratis para todos los mayores de 70 años, seas chino o extranjero. Solo necesitas el pasaporte para acreditar la edad y no hace falta guardar colas, vas directamente a los revisores de entradas, muestras la fecha de nacimiento del pasaporte, y muy amablemente te dejarán entrar.

Puntiagudas rocas del Bosque de Piedra

Solo un consejo para los que visiten el Bosque de Piedra. Hay que evitar visitarlo los sábados y domingos y también los meses de julio y agosto, periodo vacional chino, por la gran afluencia de turismo interior, que provoca grandes colas y aglomeraciones. Yo estuve un jueves de junio y no tuve problemas de masificación. Recorrer el bosque de piedra, con sus caprichosas y curiosas formaciones kársticas te ocupa un mínimo de tres horas. El lugar se ha convertido también en un escenario ideal para fotografiarte con la colorista indumentaria de algunas etnias minoritarias de Yunnán.

El encantador Bosque de Piedra

Pese a que estoy cuatro días en Kunming, me falta tiempo para ver sus más destacados atractivos. Entre las visitas más interesantes se encuentra la ciudad antigua de Guandu, actualmente un barrio de la ciudad que conserva todo el sabor de la China tradicional de hace 500 años. También es destacable el templo budista de Yuantong, con su pabellón en el centro de un encantador estanque, y las colinas del Oeste, las Western Hills, con un par de templos encantadores y unas vistas preciosas sobre el lago Dianchi.

Templo de Yuantong, en Kunming

Desde Kunming decido olvidarme del avión lo máximo posible y hacer un recorrido mediante transporte terrestre por Yunnán dejando como broche de oro final a Shangrila, especialmente porque se encuentra en los confines de la provincia, en un montañoso y escondido territorio en las laderas del Himalaya, a unos 3.500 metros de altitud. Esta etapa final a Shangrila la hago desde la encantadora Lijiang, una de las ciudades más bonitas de China, declarada con toda justicia Patrimonio de la Humanidad y que también visité hace 20 años.

El estanque del Dragón Negro, en Lijiang

Solo hay dos formas de llegar a Shangrila, en avión desde Kunming y desde alguna otra ciudad china, o en autobús desde Lijiang. Yo elijo esta segunda opción. Son menos de 200 kilómetros por una sinuosa carretera en buen estado y continuo pero suave ascenso que completa el recorrido en casi cinco horas, incluyendo un par de paradas de relax. He tomado el autobús a las 5 de la tarde por lo que cuando llego a la ciudad de Shangrila es de noche. En las puertas de la ciudad llama la atención un imponente chorten, la estupa budista tibetana, perfectamente iluminada.

Gigantesco chorten, una estupa tibetana, en Shangrila

El autobús discurre por la parte moderna de Shangrila, una ciudad con grandes edificios y avenidas, que me llama la atención por el gran despliegue de iluminación en calles y edificios destacados. He elegido un pequeño hotel en el casco antiguo de la ciudad, al que me tengo que dirigir a pie ya que se trata de una zona peatonal. No es nada fácil, sino más bien todo lo contrario, entenderme con el taxista y es que solo cuando estás en China te convences de la razón que tienen quienes cuando quieren expresar que no entienden absolutamente nada responden que "a mí como si me hablaran en chino".

Imagen de un rincón de la ciudad vieja de Shangrila

Sí, es completamente imposible entender una sola palabra de chino y lo peor es que tropezar con algún chino que hable inglés por estos lares es como encontrar una aguja en un pajar. Tras más de media hora de un diálogo para sordos, y ya casi al borde de la desesperación, consigo, gracias al traductor del chino al inglés del móvil, barruntar el recorrido que debo hacer desde donde me deja el taxi hasta el hotel. Afortunadamente tengo el nombre del hotel y la dirección en chino y lo encuentro pronto sin más complicaciones.

El yak abunda en Shangrila, a 3.500 metros de altura

A la mañana siguiente me levanto muy temprano para visitar lo que para mí es una de las razones fundamentales de este viaje: Songzanlin, el legendario monasterio identificado como el auténtico Shangrila, el paraíso perdido. Se encuentra a unos 5 kilómetros de la ciudad y la forma más sencilla y barata de llegar es mediante el autobús. Consigo localizar la parada y cuando subo compruebo que el resto de pasajeros son en su totalidad mujeres, todas ellas luciendo similares y llamativos vestidos de origen tibetano, que se dirigen cual peregrinas al monasterio.

Peregrinas tibetanas con su vestido tradicional

A medida que el autobús se acerca a Songzanlin crece mi nerviosismo y me surgen serias dudas e incluso cierta preocupación: por unos momentos presiento que voy a sufrir una gran decepción y que mi idealizada imagen de Shangrila se va a desvanecer como un castillo en el aire. Estoy dándole vueltas a esta idea cuando noto que el autobús se para y que, pese a que aún no estamos en el monasterio, todas las peregrinas se bajan. Lo dudo unos instantes pero finalmente decido hacer lo mismo. Cuando pongo el pie en tierra y miro al frente, tengo que pellizcarme para constatar que estoy despierto y que lo que ven mis ojos es real: sobre la falda de una suave colina se levanta un conjunto de bellísimas edificaciones con techos dorados que refulgen como el oro y que se reflejan nítidamente sobre las aguas de un pequeño lago. No hay duda, estoy en Shangrila.

El monasterio de Shangrila impacta a primera vista

Es incuestionable que el monasterio de Songzanlin se asemeja a la imagen idílica que James Hilton idealizó de Shangrila hasta el punto de que son muchos los que creen que no se trata de una mera coincidencia y consideran que el escritor británico se inspiró para su paraíso en la tierra en unos reportajes de National Geographic sobre rincones perdidos del Himalaya entre los que se incluía este monasterio. Este es, al menos, el argumento del gobierno chino para justificar que en el año 2001 decidiera cambiar por Shangrila el antiguo nombre de esta localidad que se llamaba Zhongdian.

La mítica Shangrila entre banderas de plegaria tibetanas

La medida del gobierno chino fue tildada de oportunista y se le acusó de intentar apropiarse y explotar comercial y turísticamente el mítico paraíso perdido. En cualquier caso, soy testigo de que aunque Songzanlin no es Shangrila la idílica imagen del monasterio y su reflejo en el lago es asombrosa y creo que no desentonaría mucho de una hipotética Shangrila real.

El monasterio reflejándose en las aguas del lago

Una pasarela de madera permite recorrer el entorno del lago y contemplar el monasterio desde todos los ángulos. Su recorrido concluye conectando con el camino que conduce directamente a la entrada del templo budista en una amplia explanada donde se agrupa la gente, en su inmensa mayoría peregrinos tibetanos. La presencia de turistas extranjeros es mínima hasta el punto de que a lo largo de toda la mañana no llego a contar ni media docena. Desde el pórtico de entrada hasta el monasterio hay que salvar una escalinata de 150 escalones que resulta un tanto engorrosa especialmente porque nos encontramos a más de 3.000 metros de altitud y la falta de oxígeno ya comienza a notarse.

Pórtico de entrada al monasterio de Shangrila

En lo más alto de la colina se concentran los grandes templos budistas rematados por las ruedas del dharma y los molinillos de oración que relucen como el oro. En el interior destacan las imponentes y gigantescas imágenes de Buda así como bellas pinturas y thangkas tibetanas. Hay carteles advirtiendo que no se hagan fotos pero la vigilancia es mínima y ante tal despliegue de belleza resulta casi imposible resistirse.

Gigantesco Buda en el interior del monasterio

Pese a encontrarme en la frontera con el Tíbet Shangrila apenas tiene turismo extranjero por lo que los lugareños se muestran abiertos y espontáneos y casi ninguno pone reparos a las fotografias, al contrario de lo que sucede en Lhasa y en las poblaciones importantes del Tíbet. Aprovecho la oportunidad y plasmo la imagen de peregrinos con sus coloridos vestidos ancestrales que caminan rodeando el monasterio en su tradicional ritual giratorio religioso.

Pareja con el traje tibetano de fiesta

Me paso toda la mañana visitando el monasterio y ya a mediodía, cuando nubes negruzcas amenazantes empiezan a cubrir el cielo, regreso a la ciudad. La parte vieja es la más interesante. Es un conjunto de construcciones de madera, restauradas y habilitadas como comercios y establecimientos turísticos, que conforman un barrio peatonal encantador. No obstante, se aprecia que la mayoría de casas son reconstrucciones ya que el 70 por ciento de ellas fueron destruidas por un voraz y desastroso incendio en el año 2014. Una pena.

Nubes de tormenta asoman en el cielo de Shangrila

Junto al caso antiguo se encuentra una colina con tres templos y un molinillo de oración tan gigantesco que presume de ser el mas grande del mundo. Hay que subir una fuerte escalinata para poder visitar los templos y aprovechar la vista panorámica desde lo más alto. Por la noche los juegos de luces de colores son espectaculares.

Colina de Shangrila con el gigantesco molinillo de oración

En cuanto a la parte moderna de Shangrila, el gobierno chino ha efectuado una gran inversión para dotarla de grandes y amplias avenidas, bien urbanizadas, con edificios de viviendas que respetan en su mayoría la tipología tibetana, pero en verdad hay que reconocer que tiene muy poco encanto salvo algunas edificaciones aisladas.

Edificio cultural en la zona moderna de Shangrila

A media tarde la tormenta que se avecinaba descarga y la temperatura, que no suele superar los 25 grados en verano, empieza a bajar, hasta comenzar a sentir algo de frío. Bajo el paraguas y abrigado con el plumas descubro que pasear así por entre las viejas casas de madera tiene también su encanto. Por la noche me dirijo al aeropuerto de Diqing, como se llama internacionalmente, aunque para China también es el aeropuerto de Shangrila.

Casa de madera de la zona antigua de Shangrila

Un vuelo 90 minutos me trasladará hasta Kunming. Atrás dejo un lugar que, sea Shangrila, Songzanlin, Zhongdian, o como quiera que se le llame, no me cabe la menor duda de que aunque no sea el paraíso perdido de James Hilton, es un lugar especial que merece sobradamente una visita.

Jovenes tibetanas de Shangrila

Desde Kunming y en un vuelo de apenas una hora llegó a Xishuangbanna, la zona de China limítrofe con Myanmar y Laos, y que más parece Tailandia que China, pero esto ya es otra historia...

Pagoda de estilo birmana en Xishuangbanna, al sur de China

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