En Nagaland, un lugar remoto del noreste de la India, entre el Himalaya y Birmania, se celebra cada año el festival Hornbill, en el que 16 tribus, hasta hace escasos años feroces y desconocidas, se reúnen para mostrar sus asombrosas indumentarias, ritos y costumbres en la que es, posiblemente, la más impactante exhibición de grupos étnicos del mundo, junto con el Sing-Sing de Papúa Nueva Guinea. Este es el relato de mi azaroso viaje a este insólito y asombroso evento.

En el festival intervienen las 16 tribus de Nagaland

Enterado por distintos aventureros a través de Internet de la existencia del festival Hornbill, lo incluyo entre mis próximos destinos preferenciales ya que reúne alicientes más que sobrados: se trata de una concentración de etnias de Nagaland, una de las zonas del mundo más aisladas e ignotas ya que era prácticamente imposible para un extranjero obtener un visado de entrada hasta hace apenas 20 años. Las razones de este aislamiento eran consecuencia de la existencia de conflictos bélicos entre grupos guerrilleros independentistas y el ejército de la India, país que se anexionó estos territorios en fechas tan recientes como 1963. Una situación que, afortunadamente, ha desaparecido con el acuerdo de una amplia autonomía suscrito a finales del siglo pasado.

Todavía quedan participantes que fueron cortadores de cabezas

Finales de noviembre de 2019. Vuelo desde España hasta Calcuta, la ciudad de la India de obligada conexión para llegar a Dimapur, la localidad con el aeropuerto más cercano a Kohima, la capital de Nagaland donde se celebra el festival. Desde el aeropuerto tomo un tuk-tuk o rickshaw, una especie de motocarro de transporte en gran parte de Asia y que en Nagaland es fundamental ya que los taxis urbanos prácticamente no existen.

La indumentaria de las tribus es netamente bélica

Me dirijo a la plaza principal de Dimapur, frente a la estación ferroviaria, desde donde se pueden contratar vehículos colectivos para llegar a Kohima, situada a unos 70 kilómetros. Aunque existe autobús de línea, lo descarto porque solo verlo produce espanto: son cacharros destartalados y que salen atiborrados de pasajeros y bártulos para un recorrido que se prolonga muchas horas por la exigua velocidad y las múltiples paradas. Que no se produzcan accidentes en estas condiciones casi me hace creer en los milagros.

Cada tribu tiene su propia y original indumentaria

Por informaciones de internet me entero de que para recorrer los 70 kilómetros de Dimapur a Kohima se precisan unas tres horas por las malas condiciones de la carretera. Por fin consigo una plaza en un vehículo que en sus orígenes fue un todoterreno pero que ahora es un trasto que si circulara por España su conductor sería detenido por amenaza contra la seguridad vial. Una de las puertas no tienen cerraduras y hay que atarla con cuerdas para cerrarla, el cristal del parabrisas está rajado y los asientos son tablas de madera cubiertas con mugrientas telas. En fin, hago de tripas corazón y finalmente monto porque me dicen que es posible que no haya más opciones ya que son las 3 de la tarde, en Nagaland anochece a las 5 en diciembre y con la oscuridad se paraliza todo. El precio es de cinco euros y somos seis viajeros y el conductor, de los que cuatro, entre los que me incluyo, viajemos, obviamente apretujados, en los asientos traseros.

La vestimenta de algunas tribus es espectacular

Decir que la carretera está en malas condiciones es una definición muy amable. La realidad, cruda y real, es que es una ruta infernal plagada de enormes baches, que discurre entre montañas y con continuas curvas, casi en su totalidad sin asfaltar, por la que damos más tumbos que en la más atroz atracción de feria, pese a que prácticamente nunca sobrepasa los 30 kilómetros por hora. A mitad de recorrido el motor se recalienta y comienza a salir humo, lo que obliga a una larga parada para que se enfríe y reponer el agua.

Parada obligada para echar agua al motor

Durante el recorrido observo un gran despliegue de camiones descargando materiales de construcción para reparar tramos del vial con lo que, con un poco de suerte, en un par de años puede estar practicable y en condiciones.

Puesto que no hay tren, ni aeropuerto, ni otro vial que pueda ser llamado con propiedad carretera, la única opción que queda para trasladarse de Dimapur hasta Kohima es en helicóptero, pero claro, con tarifas inasequibles para mi presupuesto. El helicóptero está operativo y se utiliza a diario durante el festival ya que cada día hay relevantes mandatarios nacionales e internacionales que acuden al espectáculo y las autoridades de la India se evitan el sonrojo que supone la existencia de una vía de transporte en tan penosas condiciones.

Las mujeres también son protagonistas del festival

Casi cuatro horas más tarde, y ya noche cerrada, llego a Kohima, la capital de Nagaland.Desde allí aún me quedan 12 kilómetros, que completo en un taxi normal pero que tras la paliza del viaje me parece el más cómodo del mundo. Por fin llego a la Naga Heritage Village, lugar donde se celebra el festival, y en cuyos alrededores tengo el alojamiento. En Kohima y su entorno apenas hay una docena de pequeños alojamientos, casi todos ellos modestos. Durante el festival es imposible encontrar plazas libres en ellos salvo que lo reserves con meses de antelación, por la afluencia de visitantes, aunque extranjeros no calculo más de un millar en mis dos días de estancia de los 10 que dura el festival, cada año del 1 al 10 de diciembre.

Dientes y cuernos se integran en la indumentaria guerrera

No he tenido otra opción que hacer una reserva en un camping, "camp David Kigwema", muy cercano al lugar del festival, y por el que pago 18 euros por noche por una tienda de cierta amplitud y un modesto pero agradable desayuno. Las noches de invierno son muy frías en Kohima, por debajo de los 4 grados, pero me facilitan un saco de dormir. Por la mañana madrugo para llegar al recinto del festival sobre las 8 de la mañana ya que aunque el programa de actos arranca sobre las 9,30, la mejor hora para las fotos es a primera hora cuando las distintas tribus se preparan y ensayan junto a sus cabañas. Al estar alojado junto a la villa no pago entrada para ver el festival, pero es que, para el resto de visitantes, el precio de la entrada no llega al euro, incluido la tasa por fotografías, un precio ridículo para un espectáculo que muy pronto voy a comprobar que es fascinante.

La escasez de alojamientos obliga a pernoctar en campings

La villa en la que se celebra en festival Hornbill está distribuida en varias zonas. Una de ellas, de gran amplitud y en pendiente, es la que acoge a las chozas y cabañas de cada una de las 16 tribus censadas en Nagaland, todas ellas reproducciones fidedignas de los ancestrales hogares de estas, hasta tiempos recientes, agresivas tribus. Junto a las cabañas de las distintas tribus se instalan quioscos y tenderetes a modo de restaurantes donde se cocinan los platos tradicionales así como otros internacionales para atender a los visitantes foráneos.

Una de las chozas, llamadas morung, de las tribus

Otra zona la abarca el campo de exhibiciones, de gran tamaño y con amplias gradas donde tienen cabida todos los espectáculos, que incluyen desfiles, bailes, conciertos y representaciones de todo tipo. Finalmente, hay también un gran espacio destinado a la venta de productos típicos y artesanía, en un edificio circular de tres plantas, así como otras instalaciones para museos, muestras e incluso la práctica de actividades tradicionales y artesanales.

El espectáculo se celebra en un amplio campo con gradas

Cuando llego a la villa del festival, tan temprano, apenas hay visitantes, pero ya hay mucha actividad de los componentes de las distintas tribus, que ensayan junto a sus chozas los espectáculos que van a desarrollar en el programa previsto para este día. Es la oportunidad ideal para poder hacer fotografías sin interferencias e incluso para pedirles a los mejor ataviados que posen o que compartan un selfi. Todos lo hacen amablemente y nadie pide propina ni nada a cambio. Sorprende que hasta 1969, hace apenas 51 años, algunas de estas tribus todavía se enfrentaban entre sí y rivalizaban por cortar cabezas de los contrarios. Cada una de las 16 tribus se distingue por su propia indumentaria, una para hombres y otra para mujeres.

Las mujeres también lucen un aspecto guerrero

Sobre las 9,30 horas los componentes de cada tribu comienzan a dirigirse, perfectamente agrupados, hacia el campo de espectáculos, una superficie del tamaño similar a un campo de fútbol cubierta de césped con gradas y un entoldado central destinado a las autoridades. Cuando llego al campo las gradas ya están repletas en su mayoría por los miembros de las tribus que van a participar en el programa de actos a lo largo de la mañana. La agrupación de las distintas tribus en las gradas depara una atractiva imagen que es aprovechada por el ya numeroso público asistente para disparar sus cámaras. Los grupos étnicos son conscientes de la atracción que provocan entre los asistentes y se prestan a las fotografías sin el más mínimo reproche e incluso con la sonrisa en los labios.

Las tribus bailan sus danzas y cuentan con sus propios músicos

El comienzo del espectáculo, consistente, en danzas y exhibiciones de las distintas tribus, se retrasa hasta pasadas las 10 porque se está a la espera de la llegada del helicóptero que trae a algunos jerifaltes extranjeros, pero nadie se queja ya que permite más tiempo para las fotografías. Cuando tras los discursos oficiales arranca la exhibición opto por sentarme en el mismo césped, pegado a la valla que lo delimita, porque es un lugar estratégico para las fotos y es el lugar más próximo a los participantes permitido para los fotógrafos.

Al festival asisten destacados jerifaltes indios y extranjeros

A lo largo de la mañana, con un descanso de unos 40 minutos sobre las 12 horas, veo desfilar y actuar, con danzas guerreras, rituales y bailes, a los lugareños ataviados con impactantes indumentarias de llamativos colores y adornados con complementos de todo tipo, incluyendo especialmente plumas de aves, dientes y colmillos de hueso y marfil, collares, pulseras y brazaletes, así como distintas armas, que incluyen desde espadas y lanzas hasta fusiles y otras armas de fuego.

Miembros de una de las tribus preparados para su actuación

Hace una mañana espléndida, con un sol que eleva la temperatura a mediodía hasta los 24 grados, lo que contribuye a la brillantez del espectáculo. A partir de las 14 horas el sol se esconde detrás de las altas montañas que rodean la Naga Heritage Village por lo que el tiempo empieza a refrescar y sobre las 14,30 horas concluye el espectáculo. Las exhibiciones de cada grupo son muy cortas dada la gran cantidad de tribus, 16, y a que hombres y mujeres actúan por separado, por lo que no hay tiempo material para que participen todas las tribus en un solo día.

Mujeres de una de las tribus durante su actuación

A la conclusión del espectáculo me dirijo a la zona de restaurantes para la comida, y selecciono un tenderete especializado en verduras gratinadas con salsas muy ligeras, acompañado de cerveza de arroz, de carácter artesanal, y única bebida alcohólica permitida en el estado de Nagaland, donde el alcohol está prohibido pese a ser uno de los escasísimos estados de la India donde la mayoría de su población no es ni musulmana ni hindú, ya que es cristiana, consecuencia de la labor de proselitismo de distintas sectas de procedencia europea y norteamericana, especialmente bautistas, a lo largo del siglo XIX, para "adoctrinar" a estas tribus tildadas de "infieles" por ser animistas.

Interior de una choza o morung de una de las tribus

Las diferencias con el resto del país no solo se ciñen a la religión. Son tantas que quien conozca la India tendrá muchas dificultades para adivinar que se encuentra allí, especialmente porque los semblantes de los habitantes de Nagaland son muy distintos y más similares a los rasgos asiáticos de otros países como Birmania. Si a esto unimos la escasez de templos hindúes o de mezquitas y las notables diferencias en la forma de vestir y hasta en la alimentación, llegamos a la conclusión que Nagaland y los demás estados del noreste de la India tienen muy pocos que ver con la auténtica India.

Las etnias de Nagaland son de rasgos asiáticos y no hindúes

Tras la comida recorro el resto de instalaciones de la villa en la que se celebra el festival de Hornbill, incluyendo un amplio edificio circular destinado a la venta de productos locales y artesanías, con multitud de comercios en tres plantas. En las cercanías hay una serie de talleres en los que también se puede apreciar el trabajo artesanal con la madera, los tejidos y otros productos, efectuados con gran maestría por hábiles manos utilizando maquinaria rudimentaria y ancestral.

Morung en cuyo entorno se instalan los chiringuitos para comer

Llama la atención la existencia de un destacamento del ejército indio, que se ocupa de la seguridad, antiguamente muy problemática por estos parajes pero en la actualidad totalmente pacificada desde la firma del acuerdo de autonomía entre el gobierno central y las tribus autóctonas. De hecho, los vehículos, uniformes y armamento que lucen los militares son un atractivo más del Festival y son muchos los visitantes que los utilizan para hacerse selfis.

La presencia del ejército indio es notoria pese a que la zona ya es tranquila

Cuando comienza a oscurecer llega la hora de la cena, para lo cual hay también una amplia oferta de menús de todo tipo en los distintos chiringuitos y tenderetes montados por las distintas etnias junto a sus chozas, a las que ellos llaman "morung". En algunas empiezan a encender fogatas porque el frío se va intensificando en cuanto el sol se pone. Los menús, como todo en el festival, son baratos ya que se puede cenar dos platos, postre y bebida por unos 5 ó 6 euros.

Mujer de una tribu de Nagaland durante el festival

La jornada se cierra ya en plena noche con un festival de rock, que se celebra en un amplio y moderno escenario con la tecnología electrónica más avanzada y que se ubica junto al campo donde se celebran los espectáculos. En el programa leo que esa misma noche está prevista la actuación de grupos locales e internacionales de calidad, pero opto por regresar al camping después de tan intenso y ajetreado día.

Mujeres en plena danza tribal

La mañana del día siguiente la ocupo en completar las fotos de las 16 tribus participantes en el festival, algunas con vestimentas llamativas e impactantes y otras más modestas, pero todas ellas auténticas y que han venido utilizando como indumentaria habitual, en algunos casos, hasta mediados del siglo pasado. Es tal el apego que tienen a sus tradiciones que además del festival, cada tribu celebra en su localidad su propio festival en el que vuelven a reencarnarse en los feroces guerreros que fueron sus antecesores. Como son tantas tribus prácticamente hay festivales de cada tribu a lo largo de todo el año.

Miembros de una tribu posan amablemente ante los visitantes

Esta anocheciendo cuando llego a la plaza de Kohima para negociar el transporte de regreso a Dimapur. No me resulta nada fácil ya que a los lugareños no les gusta viajar de noche, pero finalmente consigo plaza en un turismo, con solo otro pasajero más, por nueve euros, un precio irrisorio para un traslado de 70 kilómetros. Me resigno a soportar cuatro horas de bandazos y trompicones por la infernal carretera y monto en el vehículo, un modesto Renault 5 en aceptables condiciones. Por lo menos los asientos están ligeramente mullidos y aunque los amortiguadores están destrozados no tengo que soportar los embates de otros pasajeros como en el viaje de ida.

Otra de las chozas o morung de las distintas tribus

Llego a Dimapur sobre las 9 de la noche y me alojo en Seb Tower, un hotel de tres estrellas calificado por las centrales de reservas de hoteles como uno de los mejores de la ciudad, cosa que en esta ocasión ratifico, con una excelente relación calidad-precio ya que me cuesta 27 euros con desayuno incluido. Tras dos noches en el camping es un placer poder disfrutar de una ducha caliente y de una cómoda cama en una limpia habitación. Un acierto, incluyendo también el yantar, con una carta amplia de platos muy bien preparados especialmente las verduras.

Los antaño feroces guerreros se han pacificado

Dimapur tiene escasos puntos de interés, salvo las ruinas medievales del Reino Kachari, en las que destacan unos singulares pilares en forma de setas, restos de palacios y edificaciones de esta civilización. Mi vuelo es a mediodía por lo que tengo tiempo de visitarlas antes de trasladarme al aeropuerto y embarcar en el avión de India Airlines que me traslada hasta Calcuta, escala hacía mi próximo destino, Ahmedabat, en el Estado de Gujarat, para continuar mi tour por La India, un país amado y odiado casi a partes iguales pero que a nadie deja indiferente.

Restos de columnas en forma de hongo del medieval Reino Kachari

TODAS LAS IMÁGENES DE MANUEL DOPAZO