Forma parte de la memoria de toda una ciudad, y ha sido testigo de infinitas historias para el recuerdo más personal de los ilicitanos y de un pasado ligado al desarrollo urbanístico y social de Elche. La Glorieta es mucho más que un lugar de encuentro, es el centro neurálgico del casco antiguo y el escenario de paso de los desfiles de Moros y Cristianos, la Semana Santa o la Cabalgata de Reyes. Ese punto señalado en el mapa de la ciudad de las palmeras nunca ha dejado de ser una zona de esparcimiento festivo, con la que la burguesía ilicitana estrechó lazos en sus inicios y que después también conquistó a la clase obrera con sus paseos de antaño. Ese espacio fue y sigue siendo una de las plazas más concurridas de Elche, sin entender de las clases sociales.

Poco queda de una arquitectura de finales del siglo XIX y principios del XX, que vio la luz donde estaba el antiguo convento de las Clarisas, de ahí a que inicialmente la Glorieta se conociera como la plaza de las Monjas.

Sobre aquel foro se levantaron frondosos árboles que enriquecieron el lugar, junto a otros elementos simbólicos del pasado que ya no están. Uno de ellos fue el templete para las bandas de música, donde cada domingo había actuaciones en directo.

Otras de sus señas de identidad fue la biblioteca popular Maciá, de los años veinte, o el verjado que rodeaba toda la Glorieta y que sufragó el doctor Campello, cuyo nombre también figuró en esta plaza pública. Pero lo que sin duda queda más cerca del recuerdo de los ilicitanos fue la fuente de las corales, construida en los años setenta y desplazada de la Glorieta en los noventa.

Ahora, con todos esos emblemas en la memoria, todavía queda un legado vivo que ha sobrevivido a las dos de las principales transformaciones urbanísticas que sufrió la explanada a lo largo del tiempo, la última fue hace dos décadas. Una réplica de la Dama de Elche, como la que la sociedad cultural Blanco y Negro donó en los años treinta, se alza en el centro de la plaza.

Aunque modernizados, algo queda de los kioscos de antaño que, desde 1908 abastecieron el centro de prensa, lotería y otras delicias. Los bancos decorados con azulejos y con diversos motivos ilicitanos también son otra de esas peculiaridades del lugar de encuentro de los ilicitanos. La fuente con el Ángel del Misteri es, quizás, uno de los símbolos más jóvenes que atesora la plaza, emplazada en su mismo epicentro.

Con esa esencia del pasado, Elche ha sabido preservar la hostelería en torno a la plaza, que desde sus inicios estuvo muy presente con bares y cafeterías míticas, como El Marfil y La Florida, y sus terrazas en plena calle.

Con todo ese legado, el centro de Elche camina de la mano de una glorieta que marcó su pasado, presente y marcará su futuro. Todo un ejemplo y un motivo de estudio para numerosos ilicitanos de diferentes ámbitos de la cultura y la sociedad. «Es un espacio urbano que se va transformando en el tiempo hasta hoy mismo y que en sus inicios siguió el ejemplo de plantaciones y de construcciones de plazas públicas», explica Gaspar Jaén i Urban, arquitecto y escritor de numerosas publicaciones, entre ellas «La Glorieta d'Elx: formació i transformació d'un espai urbà central».

El ilicitano y urbanista recuerda que la transformación de la plaza siguió el procedimiento que albergaron otras ciudades europeas y recuerda la eliminación del antiguo arbolado como «una de las destrucciones del desarrollismo en España que más afectó a la gente». Como él, el historiador Joan Castaño hace alusión a esa añoranza que han mantenido viva los ilicitanos por recuperar una plaza ligada al paseo y a los noviazgos.