LA PLUMA Y EL DIVÁN

Comida para todos

Europa da 2,2 millones de kilos de comida para los alicantinos más necesitados

Europa da 2,2 millones de kilos de comida para los alicantinos más necesitados / Jose Navarro

Y a sé que no descubro nada nuevo con afirmar que este es un mundo de grandes y desafortunados contrastes, que en la mayoría de los casos pasamos de largo para no padecer remordimientos o sentirnos unos desalmados.

Las necesidades básicas para la supervivencia marcan esa gran distancia entre los países ricos y los pobres, pero con el agravante de que no existe una línea divisoria racional para dar una explicación a este fenómeno absurdo y desproporcionado.

Hoy en día, en este flamante siglo veintiuno, seguimos con unas cifras de hambruna que pueden sonrojar al más impasible, porque en un planeta pequeño como el nuestro que rondemos el veinte por ciento de personas con hambre crónica, es para morirse de vergüenza.

Lo único que nos deja dormir por las noches es el anonimato de esos casi mil millones de almas que no tienen cómo masticar porque carecen de la materia prima para ello, pero al no tener nombre y apellidos parece que no existieran en nuestro micro mundo.

Podemos pensar inocentemente que se trata de noticias de la prensa sensacionalista que nos quiere amargar la comida abundante de la que gozamos por haber nacido aquí y no allá.

El gran contrate alimenticio se encuentra entre los dos extremos del ranking de obesos mundial, los Estados Unidos como líder de obesidad, frente a Japón el país con menos obesos del mundo por su forma de comer. Pero países como Etiopía o Nigeria están delgados por no tener que llevarse a la boca.

En España sigue subiendo la obesidad, sobre todo la infantil, a pesar de nuestra popular dieta mediterránea, que por lo que parece estamos abandonando a marchas forzadas, entre snacks, bollería industrial y hamburguesas a la americana.

No deja de ser bastante paradójico que los países que entran en los círculos de la obesidad mórbida se tengan que endeudar hasta las pestañas para enseñar a su población a comer de otra forma o a comer menos.

Los del extremo opuesto tienen que luchar hasta lo indecible, para reinventar una alimentación que pueda impedir que sus ciudadanos se mueran de pura hambre, sin contar con medios, ni económicos ni solidarios, para plantearse una solución mínimamente digna.

En los últimos tiempos estamos siendo testigos de una especie de compensación social hacia los obesos, que reivindican su derecho a engordar y sentirse felices por ello. Y mientras los pudientes se vanaglorian del placer de engordar, seguimos visionando impertérritos las imágenes de unos niños escuálidos muriendo por hambre y malnutrición. Si de verdad existiera justicia -divina, humana o extraterrestre- esto sería imposible.