CRÍTICA MUSICAL

András Schiff, entre lo divino y lo humano

András Schiff, durante su actuación en Alicante

András Schiff, durante su actuación en Alicante / ÁNGEL LUIS JUSTE FOZ

Justo Romero

Volvió András Schiff, nombre grande del piano contemporáneo y de siempre, a la programación amiga de la Sociedad de Conciertos de Alicante, donde el gran pianista húngaro se siente «como en casa». Y lo ha hecho con un recital atípico. Tanto que acaso ni fue recital. Durante cerca de tres horas, Schiff habló y tocó de lo divino y de lo humano, en una escenografía a lo Maria João Pires, mesa camilla incluida. Solo faltaba la toquilla de la abuela y el brasero de picón. Tres horas sin programa previo y a pecho descubierto, entre Bach, Haydn, Beethoven y muchas palabras en las que, a tono con la escenografía, habló a media voz, con un deje templado y confidencial, en un inglés trufado de español e italiano, en el que contó sin tapujos datos, hechos y opiniones. Cuando ya rondaban las once de la noche -el recital había comenzado a las 20 horas-, el público que casi abarrotó platea y palcos se marchó más sabio y enriquecido tras este encuentro sin parangón.

Schiff toca tan maravillosamente como siempre a sus flamantes setenta años (los cumplió el pasado diciembre). Con su Bach sin pedal, su claridad y certezas. Es como si sus interpretaciones no tuvieran alternativa ni cupiera diferente visión. Aunque no levanta la voz, de palabra y toque se muestra categórico y objetivo. Pero también todo lo contrario. «Tenía previsto tocar Mozart, pero su música no se puede interpretar en este piano Steinway, de sonido tan objetivo. Para Mozart -y Schubert- necesito un Bösendorfer. Así que tocaré Haydn». Luego, al final, en las propinas, llegó finalmente Mozart, cuyo primer movimiento de la «Sonata fácil» sonó a gloria subjetiva, incluidas las muy ornamentadas repeticiones que hizo de la partitura.

Fue una velada íntima, casi de tú a tú. Iniciada, claro, con Bach, «el más grande compositor. Cada día, antes de desayunar, tocó su música para purificar mi alma y mi cuerpo». Comenzó con el aria de las Variaciones Goldberg, «perdonen que lo haga con este instrumento extraño que no existía en tiempos de Bach, pero intentaré acercarme lo más posible a la sonoridad del clavicémbalo». Su Bach pianístico se sintió tan genuino como el Mozart de la propina. Luego, en el Olimpo bachiano que Schiff hizo del Teatro Principal, se sucedieron la Fantasía cromática y fuga, y, finalmente, el Concierto italiano. «Bach nunca estuvo en Italia, tampoco en España ni en ningún otro sitio. Siempre en Alemania, pero conocía perfectamente la música que se hacía en el resto de Europa».

Y llegó Haydn, «un compositor que nada tiene que envidiar a Mozart. Que enseñó a Beethoven y creó una obra no menos numerosa que la de Mozart. Pero sus óperas no se programan», se lamentó. Y entonces tocó las Variaciones en fa menor -obra maestra que ya había tocado en Alicante, el 19 de mayo de 2011, en un recital también de la Sociedad de Conciertos-, que él entiende con el sentido, estilo y pureza que lo hacía Alicia de Larrocha, y la última de sus casi setenta sonatas para piano, que Schiff clarifica y expone con visión al futuro inminente del alumno Beethoven, «el más generoso de los compositores», dijo tras afirmar «que nadie sufrió tanto como él, con su sordera, pero nunca estuvo enfadado con el mundo, sino todo lo contrario».

Y de Beethoven tocó las Seis bagatelas opus 126, contemporáneas de la Missa solemnis y la Sonata opus 109, «primera de las tres últimas, y que es mi sonata preferida entre las 32 que compuso», dijo tras establecer un curioso paralelismo con las Variaciones Goldberg: «ambas obras concluyen en la misma atmósfera serena del comienzo, con un episodio muy tranquilo, en el que lo sagrado y lo terrenal se mezclan, como si fuera una zarabanda, la maravillosa zarabanda de España». Antes, comentó que la cuarta bagatela, en si menor, «tiene la particularidad de ser la única obra de Beethoven formulada en esa tonalidad».

Beethoven, sin Mozart ni Schubert, fueron el final de este nuevo encuentro alicantino con Schiff, con su persona temperada y su piano incomparable. Si Mozart llegó en el turno de propinas, Schubert no corrió la misma suerte. En su lugar, el atípico recital se cerró definitivamente con la Arabesca de Schumann, que se sintió cargada de libertad romántica y ardorosa efusión. Fue la rúbrica de esta velada sin parangón en la que Schiff se mostró como el más objetivo y el más subjetivo pianista de nuestro tiempo. Luego, ya pasada la medianoche, cenó, bebió, comió, bromeó, sintió, chismorreó y se desternilló como cualquier hijo de vecino. Solo faltaron Mozart, Beethoven y su maestro Haydn. Pero Bach, «el más grande», dijo que no iba a esas cosas ¡Ni siquiera en Alicante!