Una oreja para Manzanares en la gran tarde de Roca Rey en València

Un bravísimo toro de Jandilla propicia la salida a hombros del venezolano

José María Manzanares durante su primer toro en la Plaza de Toros de València.

José María Manzanares durante su primer toro en la Plaza de Toros de València. / EFE / BIEL ALIÑO

PACO AGUADO(EFE)

Un bravísimo toro de Jandilla, «Leguleyo» de nombre y para el que llegó a pedirse el indulto, propició ayer con la emoción de su bravura una vibrante faena de Roca Rey, premiada con dos orejas que, sumadas a la que también paseó del sexto, llevaron al peruano a salir a hombros de la plaza de Valencia.

El astado de Borja Domecq, un serio y hondo castaño chorreado que fue la cima de un encierro encastado y de variado juego, ya salió de toriles exigiendo mando en unas repetidas arrancadas que templó y llevó perfectamente en la brega Antonio Punta después de que acudiera con prontitud al encuentro con el caballo, donde no se le castigó en exceso.

Pronto también en banderillas, se arrancó como una bala a los dos pases cambiados de rodillas con los que Roca le abrió faena en los medios de la plaza, para seguir embistiendo incansable y con el mismo celo en una primera mitad de faena en la que su matador no acabó de cogerle el sitio ni el pulso. Pero, como pedía su gran bravura, fue cuando el peruano le llevó más sometido con la mano izquierda, con los vuelos enganchando y guiando los viajes, cuando afloró la mejor dimensión del de Jandilla, con unas embestidas profundas y entregadas que le daban al encuentro su mayor y auténtica emoción.

De ahí en adelante, Roca se asentó y se enfibró más con el toro, en un auténtico esfuerzo por no verse desbordado por una bravura arrolladora y tan evidente que gran parte del público comenzó a pedir su indulto, a lo que no accedió la presidencia, aunque si a una aclamadísima vuelta al ruedo en el arrastre después de que «Leguleyo» se fuera a doblar en el mismo centro del ruedo, en señal inequívoca de su bravura suprema. Entre el entusiasmo general, Roca Rey paseó las dos orejas de ese gran toro que lo puso todo sobre la arena, y aún se llevaría una más del sexto, otro serio «jandilla» pero menos cuajado, que también pedía mando para sus fuertes arrancadas después de sacar genio en varas.

En este caso, el torero de Lima, tras saludarlo con una deslucida larga a portagayola, aplicó la misma firmeza pero a falta de una mayor autoridad, aguantando y tapándose tras la pantalla de la muleta ante unas fuertes oleadas que no cesaron ni cuando el animal, sin el suficiente grado de gobierno, comenzó a tomar el camino de las tablas, donde Roca remató con los efectismos que calientan las tardes más populistas.

Bravo fue también el hondo cinqueño que abrió la tarde para un Manzanares que se obligó a sí mismo a un mayor esfuerzo del necesario al encimarse demasiado en los cites.

Sin traerlo toreado por delante y cerrándole demasiado el arco de los muletazos, el toro se violentó en varias ocasiones, sin que la faena, pese a la firmeza del alicantino, tuviera la necesaria fluidez antes de volcarse en una estocada de extraña colocación: un bajonazo en el lado contrario.

Al cuarto, con el hierro de Vegahermosa, pese a su voluntad de atacar, le faltaron fuerzas en los cuartos traseros, defecto que no pudieron corregir los bruscos desplazamientos hacia las afueras de la muleta del torero de dinastía.

Alejandro Talavante, por su parte, pasó casi desapercibido por Fallas, ya que su primero se desfondó rápidamente por los sangrientos efectos de un gran puyazo de Manolo Cid, y luego no se fajó apenas, sin que se le viera tampoco con mucha lucidez lidiadora, con un quinto que se defendió rebrincado y sin emplearse.