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Tribuna

El Principito

Ustedes recuerdan el primer libro que leyeron? Sí, ese que tuvieron en sus manos siendo niños, cuando aprendían a leer. Yo lo recuerdo perfectamente. Mitad de los años ochenta, un pequeño colegio del barrio de Campoamor, un aula de EGB. Leíamos en voz alta uno de esos libros que parece escrito para niños pero que encanta a los adultos: El Principito. Cada uno leía un fragmento según los personajes que iban apareciendo. A mí me tocó la parte del aviador. Me parecía alucinante esa historia de un avión estrellado en mitad del Sáhara y de un piloto que se encuentra a ese niño que viene de otro planeta. Desde entonces, ese libro me ha acompañado en los viajes y tengo una pequeña colección de ejemplares en más de treinta lenguas. Muchos años después he sabido que su autor, Antoine de Saint-Exupéry, un aviador francés, se enamoró del cielo y del mar alicantino hace casi cien años, de sus palmeras y su clima, pues hacía escala en nuestra ciudad durante sus viajes como correo postal desde Francia hasta África. Y aterrizaba con su avión en el aeródromo de San Vicente que luego se convertiría en el campus de la Universidad de Alicante, y que aún conserva la torre de control y la estructura del hangar de aquellos tiempos de aviación. ¿No les parece una hermosa conexión que el autor de uno de los libros más leídos y traducidos del mundo, que ha cautivado a generaciones de lectores, sintiera esa fascinación por este pedacito nuestro del Mediterráneo?

Nosotros en el HLA Alicante tenemos nuestro particular Principito. Sí, un niño que vive en un mundo de adultos, que se ha abierto camino en un entorno hostil como es este planeta llamado LEB Oro. Hablamos de Guillem Arcos González, el canterano lucentino que, con 16 años, debutó con el primer equipo y que ahora, a sus veinte, tras haber hecho sus pinitos en Estados Unidos y ser uno de los jugadores más destacados de la liga EBA, ha encontrado su sitio en las rotaciones de Pedro Rivero para cubrir la plaga de bajas que asola al equipo esta temporada.

Acumula dos jornadas en el quinteto titular, y en el último partido, el coach confió en él para jugar los últimos y decisivos minutos ante el todopoderoso Río Breogán de Lugo, que nos había empatado el encuentro a dos minutos y medio del final. Dice el Principito que el desierto es hermoso porque esconde un pozo de agua en algún lugar. En este momento tan delicado de la campaña lucentina, cuyos últimos partidos se han disputado con una plantilla muy mermada por las lesiones de sus jugadores clave, Guillem se ha convertido en el revulsivo que necesitaba el equipo. En ese pozo de agua en mitad del desierto. Un niño sin miedo a penetrar frente a férreas defensas rivales; a jugar por fuera o a entrar hasta la cocina; a rebotear, a cortar pases, a dirigir el juego, a asistir, a sacar faltas, a lanzar triples y hasta marcarse vistosos alley-oops propulsado por unas rodillas prodigiosas. Entendiéndose con pesos pesados del vestuario como Txemi Urtasun o Justin Pitts y recibiendo la bendición del capitán con un cariñoso abrazo al final de la contienda. Un niño que representa el futuro de un proyecto fraguado entre sueños, que nos da frescura, savia nueva. Esperanza. Con la misma alegría con la que el Principito de Saint-Exupéry celebraba los encuentros, los lucentinos aguardamos el partido de mañana contra Destino Palencia, última parada del periplo de la liga regular. Es el preludio de la fase más interesante de esta LEB Oro: el playoff por el ascenso a ACB. Pocos alicientes mayores para competir hasta el final. Parafraseando al aviador francés, si me dices, por ejemplo, que jugaremos el domingo, yo seré feliz desde el sábado.

Es un sentimiento; no traten de entenderlo. Solo pueden verlo con el corazón. Se escribirá una y mil veces, en más de doscientos idiomas. Porque en nuestro particular universo del baloncesto, en mitad de este desierto y con un singular principito, también lo esencial es invisible a los ojos.

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