Desde la Gran Manzana

Black power

Delaney Blaylock

Delaney Blaylock / RAFA ARJONES

Mar Galindo

Mar Galindo

Para que Delaney Blaylock pudiera votar en las elecciones de su país, tuvieron que pasar muchas cosas. Hubo de nacer, hace doscientos años, Frederick Douglass, que era esclavo en Maryland, y a quien le negaron una educación para que no pudiera soñar con ser un hombre libre. Pero Douglass sabía que el conocimiento era el único camino hacia la libertad. Estudió a escondidas y, tras varios intentos, logró escapar de la esclavitud para convertirse en uno de los líderes del movimiento abolicionista, que defendía con una oratoria digna de Obama. “Has visto cómo se convierte a un hombre en esclavo; ahora vas a ver cómo un esclavo se convierte en un hombre”, escribió. 

Para que Delaney Blaylock pudiera ir al colegio, Harriet Tubman tuvo que huir de la esclavitud en la que nació, dejando atrás los latigazos y palizas que casi la matan. Era mediados del siglo XIX y las leyes que permitían la esclavitud llevaban dos centurias vigentes. Su abuela había llegado en barco a Estados Unidos desde África para ser vendida como esclava, como lo fueron también sus hermanos. Pero Harriet logró escapar de la plantación gracias a una red clandestina llamada «el ferrocarril subterráneo», que usaba términos ferroviarios en clave para ayudar a los negros («los pasajeros») a conquistar su libertad. No solo se salvó a sí misma: regresó trece veces al Sur a liberar a casi cien personas, arriesgando su propia vida. La llamaban «la Moisés de los esclavos», y su leyenda dice que ni una sola vez perdió a uno de esos hermanos afroamericanos por el camino. A menudo les cantaba «Wade in the water», uno de esos espirituales que daban pistas de por dónde escapar. Parece una canción religiosa acerca de caminar sobre las aguas (acuérdense de Moisés, o de Jesucristo), pero en realidad era un recordatorio de que la ruta más segura para huir era a través del río, de modo que los perros de los amos no pudieran seguirles las huellas y atraparlos en plena huida.

Frederick Douglass fue uno de esos hombres que formaba parte del ferrocarril subterráneo y que ayudó a Harriet Tubman. Ambos se admiraban mutuamente y contribuyeron enormemente al movimiento abolicionista que luchaba por la desaparición de la esclavitud. Ya siendo un hombre libre, a Douglass lo echaron de un tren por no querer sentarse en el vagón de los segregados, una historia que se repetiría décadas después cuando Rosa Parks no quiso ceder su asiento en el autobús a un hombre blanco, tal como la obligaban las leyes locales. Parks fue arrestada y condenada por ello en 1955, pero aquel incidente fue la semilla de un fuerte movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos cuyas raíces bebían del antiesclavismo. Se produjo un prolongado boicot a los autobuses de Montgomery por la segregación racial (en los buses, los blancos se sentaban delante y los negros detrás, pero tenían que ceder su sitio si faltaban asientos para los blancos) del cual emergió una de las figuras más relevantes del siglo XX: Martin Luther King.

Efectivamente, para que Delaney Blaylock no tuviera que ceder su asiento en el transporte público, Martin Luther King fue arrestado y sometido a una enorme violencia que él contestó con un mensaje de paz y concordia que le valdría el premio Nobel. Para la historia queda su discurso en Washington en aquella marcha por los derechos civiles de 1963, que repetía «Tengo un sueño». 

Para que Delaney Blaylock pudiera hacer deporte en las mismas condiciones que cualquier otro ciudadano, Jesse Owens tuvo que ganar cuatro oros en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 y denunciar que, a pesar de sus logros, tenía que alojarse en lugares específicos para afroamericanos y comer en restaurantes separados del resto. Increíblemente, la Alemania nazi le había tratado mejor allí que su propio país, cuyo presidente nunca le recibió. Más de treinta años después, en los Juegos de México 1968, Tommie Smith y John Carlos seguirían protestando en el podio puño en alto por la segregación racial estadounidense, cuyas consecuencias llegan hasta hoy. Referencias incontestables del baloncesto como Lebron James continúan denunciando la discriminación y la injusticia social de la población afroamericana y luchando por sus derechos. 

Cuando este domingo vean a Delaney Blaylock jugar con el HLA Alicante frente a Cáceres, acuérdense de todas las personas que lo hicieron posible. Piensen en Douglass, Tubman, Parks, Malcolm X, Luther King, Maya Angelou y cientos de personas anónimas que dieron su vida por los derechos de los demás y cuya memoria se reclama en Estados Unidos en febrero, el «Black history month». Cuánto le debe el baloncesto a la comunidad afroamericana y cuánto queda para que veamos más entrenadores negros en los banquillos y como dueños de los clubes. Respect.

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