Equipo inédito en el barrio de La Mina

Las pioneras gitanas del fútbol femenino: "Queremos romper estigmas"

El club surgió en el barrio de La Mina hace 23 años para brindar una oportunidad a chavales y ahora una quincena de mujeres también pisan su campo

El primer equipo de fútbol femenino de La Mina se crea con mayoría de jugadoras gitanas

El primer equipo de fútbol femenino de La Mina se crea con mayoría de jugadoras gitanas / MANU MITRU

Jordi Ribalaygue

Quienes pisan sus calles confiesan que no habían visto nada igual. ¿Mujeres gitanas de La Mina (Barcelona) haciendo deporte para competir? No existen precedentes, salvo algún caso testimonial en lucha grecorromana, la disciplina en que el humilde vecindario a las puertas de Barcelona ha sobresalido. Frente a toda aspiración atlética se imponían la tradición, la temprana asunción de responsabilidades, el abrigo de la familia y el barrio y la lealtad a una identidad que, perseguida y estigmatizada durante siglos, teme diluirse y quebrar los valores fraternales que ha conservado. 

Pero ninguna costumbre, ninguna reticencia ni ningún cimiento, por secular que sea, resisten al empuje del fútbol femenino, un vendaval con fuerza suficiente para subvertir algo más que los anquilosados estamentos del balompié. Su eco también retumba en la ráfaga con que el Tramontana La Mina airea la barriada. Es un club modesto, surgido hace 23 años para brindar una oportunidad a chavales a los que las carencias anclan en la periferia. Ahora ha articulado el primer equipo que se forma allí con mujeres. No llegan a ser una quincena y todas viven en la zona, siempre en permanente lid por sacudirse los prejuicios que la condicionan. La mayoría son gitanas. 

Alba Blanco -29 años y madre de una pequeña de 15 meses- es una de las jugadoras del conjunto, encuadrado en categoría amateur. Siente que sembrar el fútbol femenino en La Mina es importante para vencer a “los estigmas" que pesan "sobre las mujeres gitanas”. “También lo es para que se vea la evolución del barrio”, apostilla. 

Ester Gómez Vidal, de 16 años, es la benjamina de la plantilla. Ágil con el balón, también lo es al responder. “Es un cambio importante en el barrio, muy radical, porque la cultura que tienen aquí es muy diferente -observa-. Estoy orgullosa de que, por fin, se abran puertas para que las mujeres de La Mina puedan jugar a fútbol”.

Inspiradas por la selección

A los títulos, la generación que encabezan Alexia Putellas y Aitana Bonmatí suma inspirar que algunos de los muros de la desigualdad se vengan abajo. A la cuenta cabe añadir que el deporte femenino empiece a arraigar en La Mina: hubiera costado todavía de no ser por la gesta de la selección española en Australia. 

“Todo arranca con el equipo de las campeonas del mundo”, señala Toni Porto, fundador del Tramontana y 'minero' inquieto. Miembro de la amplia comunidad calé del lugar, dio la alternativa a las chicas, aficionadas a probar con el balón y ejercitarse, si bien nunca antes habían estado federadas en una liga. 

Antes de reclutarlas, Porto habló en persona con los padres de las jóvenes, para deshacer eventuales reservas. Asegura que no halló ninguna. “Nos dijeron que lo veían bien, que fuéramos al ataque”, recuerda.

Que las familias no pusieran reparos revela “un cambio bastante positivo”, opina el responsable de la entidad. El clamor del 'se acabó' también se ha abierto paso en La Mina. “Es un barrio donde los gitanos miramos de otra manera que las chicas jueguen, pero eso se tenía que acabar, que estamos ya en 2023", postula Porto. "Hemos querido romper los moldes -agrega-. Hay que dar una oportunidad, no es nada malo que las chicas jueguen a fútbol y puedan divertirse”. 

“Depende de qué familia, a lo mejor le resulta una dificultad que sus niñas jueguen a fútbol, porque no les gusta y supuestamente es de niños -aduce Ester-. Es un avance que cojan a sus padres, les digan que han creado un equipo de chicas y que pueden jugar”.

Sin dinero para la cantera

La implantación del fútbol femenino en el vecindario se ve limitada, por ahora, a un solo conjunto sénior, sin categorías inferiores. Hay padres que han ido con las crías al Tramontana para que puedan entrenarse, pero la falta de dinero traba de momento armar una cantera.

Piden una mano para que las niñas puedan jugar al fútbol en La Mina, Barcelona.

Piden una mano para que las niñas puedan jugar al fútbol en La Mina, Barcelona. / MANU MITRU

“Estamos luchando por ello. Si una empresa o alguien nos echara una manita, sería positivo para las niñas”, ruega Porto. Comenta que el club está “subvencionando al completo” a la escuadra femenina. “La mayoría de los chavales no pueden pagar y nos hacemos cargo. Cada ficha cuesta entre 120 y 130 euros, y los arbitrajes nos cuestan de 75 a 85 euros cada uno... Requiere unos gastos que no podemos afrontar”, advierte.

Las estrecheces también obligan a que el plantel de jugadoras sea corto. “Muchas mujeres del barrio querrían apuntarse pero las cargas familiares, las dinámicas de vida como madres, amas de casa, trabajadoras… lo complica”, se percata Alba.

En todo caso, Porto aprecia que la comunidad gitana ha recibido con agrado que sus muchachas la representen vistiéndose de corto. “Cada vez que juegan, vienen bastantes espectadores que no son familiares de ellas, sino chicas gitanas del barrio. Les emociona ver a un equipo femenino por primera vez aquí”, resalta.

Alba corrobora que la afición está "a tope" con ellas. “Animan un montón, se emocionan con los goles, animan, aplauden… Vas por la calle y los niños siempre te paran para preguntar: ‘¿habéis jugado? ¿habéis ganado?’”. Por encima de todo, repara en las familias que acuden con sus hijas, adolescentes, a verlas jugar: “Están en una edad clave, con 15 o 16 años, cuando en muchas casas igual están pensando más en que puedan pedirse [para casarse] o en otros asuntos familiares. Me alegra ver que vienen con sus madres, con sus padres y que todos nos animan. Me enorgullece ver cómo el barrio va evolucionando”.

Aún joven, Alba aporta experiencia al grupo: es una veterana del balonmano que llegó a jugar un par de temporadas en primera división. Concilia la adrenalina de volver a competir con la maternidad, ayudándose de sus parientes y alguna amiga. “Si no, me sería difícil ir a un partido”, admite. Leonesa, la han adoptado como a una más en el barrio, donde se quedó por su pareja, mujer y gitana, con dos hijos y también futbolista. Ambas madres son dos de las pioneras que, al mismo tiempo que desmontan tópicos, enorgullecen a La Mina.