Las guerras púnicas

Caínzos durante el último partido en Alicante

Caínzos durante el último partido en Alicante / Alex Domínguez

Mar Galindo

Mar Galindo

Piensen en algún gran estratega militar. Alguien que ganó muchas guerras, que realizó numerosas conquistas. Quizá les vengan a la mente Alejandro Magno, Napoleón, Gengis-Kan, Julio César. Pero, en realidad, ninguno de ellos fue capaz de construir una imagen tan poderosa, tan increíble, con tanta fuerza y valentía como la de aquel general cartaginés que tuvo la osadía de cruzar los Alpes a lomos de elefantes. Sin duda, el mayor «no hay huevos» de la historia. El puto amo de coger al rival por sorpresa. El gran golpe de efecto bélico de la Antigüedad. The one and only Aníbal Barca. 

La rivalidad entre Roma y Cartago era patente. 2200 años antes de nuestro tiempo, ambas potencias pugnaban por el control del Mediterráneo, un codiciado botín que las llevó a enfrentarse durante décadas en lo que para los romanos fueron las guerras púnicas y, para los fenicios, las guerras romanas. Como buenos comerciantes, los cartagineses tenían una estupenda flota de barcos, los más veloces de la época, que los romanos se apresuraron a estudiar para combatirles por vía marítima. Pronto lograrían hacerlo. Así que la familia Barca, que controlaba el este de Hispania, planeó el asalto por vía terrestre. La lucha no se produciría en los territorios hispanos que Roma mantenía bajo su control, sino que pondrían en marcha una estrategia mucho más audaz: plantarían cara a los ejércitos romanos en la mismísima ciudad de las siete colinas, un movimiento que nadie esperaba. La expedición, liderada por Aníbal, partió de Cartagena, cruzó la Península hacia el norte atravesando los Pirineos y desde allí, cruzando también los Alpes, puso en jaque a Roma durante más de una década. Con casi cien mil hombres de distintas tribus y más de treinta elefantes, el general de Cartago ganó una batalla tras otra hasta hacer peligrar la supremacía romana en el mundo antiguo. Poca broma con Don Aníbal.

Y aquí entra en juego nuestro Lucentum, que también se ve cruzando la península para asaltar la romana ciudad de Norba Caesarina. Antonio Pérez Caínzos, cual general fenicio con un ejército de checos, búlgaros, canadienses, americanos, suecos, senegaleses, catalanes y canarios, llega con sus elefantes a extender los dominios de esta potencia mediterránea hasta los confines de Lusitania. Después de conquistar Melilla, Gipuzkoa, Cantabria y Fuenlabrada, el campamento fenicio se instala en tierra extremeña para afrontar el asalto al pabellón verdinegro en un combate sin piedad. Las fuerzas romanas de Roberto Blanco utilizarán toda la artillería disponible para neutralizar la ofensiva de Davison, los embates de Barro, los lanzamientos de Hook, la tropa de infantería que esconde Kostadinov en sus manos. Si el asedio no fuera suficiente con estas armas, nuestro Aníbal gallego siempre puede echar mano de la caballería desbocada de Bercy, el soldado universal Gatell, el veloz jinete númida Rodríguez y el guerrero sin igual Harris. 

Dice la leyenda que, tras la durísima travesía de los Alpes, Aníbal reunió a su ejército en la cima y, señalando las llanuras del Po, arengó a sus soldados a conquistar Roma. Su audacia, su valor y su espíritu combativo fueron las claves de su triunfo durante más de diez años de guerras. El secreto del éxito de un ejército que, con menos recursos, fue capaz de poner a Roma contra las cuerdas a golpe de estrategia, astucia y un liderazgo indiscutible. El mejor táctico de todos los tiempos que, a buen seguro, habría sido un gran entrenador de baloncesto.

Seguro que nuestro general Pérez Caínzos, con su gran ejército de hombres que hablan varias lenguas y pelean con la fuerza de cien elefantes, lo dará todo este viernes para extender su imperio desde orillas mediterráneas hasta los límites de Hispania. La gran potencia fenicia de la LEB Oro escribe otra página de su historia bélica para buscar la quinta victoria seguida conquistando la todopoderosa ciudad romana de Cáceres. ¡Que Aníbal nos guíe y nos proteja!