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La soledad de vivir en compañía

Un anciano de la residencia de Altabix narra lo difícil que ha sido su estancia durante la pandemia, alejado de la familia y aislado en un centro que arrastra múltiples deficiencias

Francisco Muñoz frente a la residencia de Altabix donde reside desde hace una década. | ANTONIO AMORÓS

Una pandemia mundial arrasó hace más de un año con las relaciones sociales y las residencias de ancianos fueron de las primeras en blindarse del exterior. Los mayores han sido los grandes damnificados de la crisis y Francisco Muñoz sabe de primera mano lo que es vivir lejos de la familia, sin saber donde queda el horizonte.

Este ilicitano de 73 años, de origen manchego, es uno de los cerca de cien usuarios de la residencia de ancianos de Altabix, centro público de gestión privada que trae de cabeza a residentes y familiares por la multitud de deficiencias que arrastra en su mantenimiento. Ha estado sin ver a sus nietos más de un año por miedo a que se contagiaran. Incluso cuando se decretó el estado de alarma sus hijos le propusieron que se fuera con ellos a casa y él se negó por protegerles, por lo que ha vivido el drama de los contagios desde dentro. De igual forma, siente que no quiere ser una carga para su entorno, «porque tengo una experiencia de mis padres casi 20 años enfermos y se lo que es eso, lo tengo grabado». Hasta ahora sólo pueden venir del exterior con visitas concertadas y controladas.

Las carencias del centro las sufrió en plena pandemia cuando se contagió de coronavirus y tuvieron que aislarlo del resto de residentes. Relata que el virus no le hizo mella pero pasó cerca de diez días en una habitación en el otro ala de su cuarto habitual sin televisión ni internet, con la persiana rota y bajada por donde se colaba el aire y sin calefacción, según recuerda.

Explica que lo que más le ha fastidiado han sido los cambios de habitación «porque por ejemplo no te llevan tu ropa adecuada, han sido tiempos muy malos», expone. Estos meses también ha perdido a varios compañeros a causa del virus dentro de las instalaciones. Familiares de residentes apuntan que han podido fallecer a causa del coronavirus una veintena de internos durante la pandemia, aunque el centro nunca ha facilitado los datos.

Durante la crisis sanitaria ha remitido varias reclamaciones a la Conselleria para que se atajen ciertos problemas con la calefacción o el aire acondicionado. Precisamente lo que más lamenta de todo es la decadencia que ha sufrido el edificio con el paso de los años y cómo de limitado está el personal en la actualidad. Narra que cuando él entró junto a su mujer hace una década lo hizo de forma voluntaria porque creían que era la mejor manera de pasar la vejez, teniendo en cuenta que su esposa, que falleció hace dos años, sufría alzhéimer en estado avanzado y era de las mejores opciones para que cuidaran de ella.

Aquellos tiempos fueron complejos y dolorosos para Francisco porque a su mujer le daban crisis y hubo reticencias para atenderla al principio, señala. Sin embargo, recuerda que en aquella época había muchos matrimonios que optaban por pasar sus últimos años en este tipo de centro residencial y por lo tanto era un lugar cómodo donde vivir, se sentían acompañados los unos con los otros, e incluso formaron una especie de pandilla. Se montaban sus pequeñas fiestas y jugaban a juegos de mesa.

Este septuagenario cuenta que ahora la situación es crítica porque la mayoría de usuarios son dependientes y no encuentra a nadie para conformar grupo para cosas tan sencillas como tomar un café. «A una edad avanzada todo son manías, achaques. Hay quiénes han entrado por Servicios Sociales o familiares, mientras que cuando entré había unas ocho o diez parejas que ingresaron voluntariamente». Apunta que de aquellos viejos amigos sólo siguen en el centro dos mujeres, que ya están muy mayores y han perdido habilidades comunicativas.

De igual modo, percibe que la atención asistencial se queda corta precisamente porque entiende que no se ha reforzado el personal. «Ha habido años que era caótico porque los residentes entraban encamados y necesitan más atención sanitaria, porque si se tienen la misma plantilla es complicado». Apunta que se ha pasado «mucho tiempo» sin médico en el centro y han tenido que recurrir al centro de salud «y eso se lleva tiempo».

Al hilo, defiende que hay «auxiliares y enfermeras majísimas, pero no tienen tiempo material para pararse a hablar y van siempre corriendo», por lo que de cierta manera se siente solo.

Su distracción es salir al jardín a tomar el sol o caminar por la naturaleza, ya que suele hacer rutas por entornos naturales como el Pantano para distraerse. Cuando llega a su habitación, compartida con otro usuario porque las habitaciones se diseñaron dobles, dedica el tiempo a ver la televisión, leer o escribir parodias y crónicas de fútbol para sentirse más cerca de la afición que comparte con uno de sus tres hijos.

Esta semana volvía de su primer viaje en años a su tierra natal, para conectar con sus orígenes. Explica a INFORMACIÓN que su deseo es que la residencia vuelva a tener brillo porque el edificio es grande y está bien ubicado. «Y quiero tener una salud de hierro y juventud, de la que todavía me queda algo».

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