NECROLÓGICA | Juan José Yáñez Rico

Recordando a Juanjo

Un hombre en extremo curioso y conocedor de cuanto acontecía en Pinoso que no dudó en muchas ocasiones en comunicárselo por escrito a Su Majestad el Rey o a Su Santidad en Roma. Vivió la época gloriosa de la prensa escrita en papel

Juan José Yáñez Rico en su tienda de Pinoso.

Juan José Yáñez Rico en su tienda de Pinoso. / INFORMACIÓN

Mario Martínez Gomis

Mario Martínez Gomis

Hace poco más de un mes, cuando comenzaba este imprevisible 2023, Juan José Yáñez Rico («Juanjo») se fue, con sus 85 años cumplidos, a los dominios del recuerdo, a ese lugar donde viajan los hombres buenos que se resisten a marcharse sin dejar una cálida huella en sus familiares y amigos. Juanjo era el dueño de un conocido establecimiento comercial en la calle de San Pedro, de Pinoso, llamado con todo laconismo y propiedad, «La Tienda de Juanjo». Una suerte de bazar que, a lo largo de muchas décadas, ofreció a sus paisanos una gran variedad de artículos que, si exceptuamos los del ramo alimentario, iban desde los propios de la droguería y perfumería hasta los que conforman el ajuar de cocina, pasando por la lencería, determinadas prendas de vestir y todo tipo de enseres y de esas rarezas domésticas (antes de que se estableciesen los chinos en la localidad) que, al extraviarse o sufrir una avería, revelan su condición de imprescindibles, y nos obligaban siempre a reconocer que «si aquello no lo tenía Juanjo en su tienda podíamos darlo por perdido».

Entre la variopinta oferta de comercio antiguo, en la que no faltó el despacho de quinielas, Juanjo tuvo, también, durante medio siglo, que se dice pronto, punto de venta para la prensa diaria, revistas, tebeos, novelitas de literatura popular y material de papelería.

Desde muy temprano Juanjo, un hombre en extremo curioso y conocedor de cuanto acontecía en su pueblo, que no dudó en muchas ocasiones en comunicárselo por escrito a S. M. el Rey o a Su Santidad en Roma, tenía la costumbre de echar cumplida ojeada a los periódicos para adelantar a la clientela las noticias relevantes, con la añadidura de algún comentario crítico sobre la opinión más audaz de los avezados columnistas o en torno a su calidad literaria. En este aspecto Juanjo cumplió siempre como el vendedor de prensa amable y locuaz, dicharachero, que forjó el tópico de una admirable profesión que el tiempo se ha encargado de ir enviando poco a poco al olvido, junto a la variedad de kioscos que alegraban las plazas y esquinas de nuestras poblaciones.

Juanjo era el dueño de un conocido establecimiento comercial en la calle de San Pedro, de Pinoso, llamado con todo laconismo y propiedad, «La Tienda de Juanjo»

Juanjo era el dueño de un conocido establecimiento comercial en la calle de San Pedro, de Pinoso, llamado con todo laconismo y propiedad, «La Tienda de Juanjo» / INFORMACIÓN

Juanjo vivió, por lo tanto, la época gloriosa de la prensa escrita en papel y aquellos años en que, junto al diario dominical, se ofrecían fascículos coleccionables de toda laya, libros de bolsillo, piezas de cubertería o vajilla, e incluso modelitos para armar, tales como aviones en miniatura o famosos navíos que combatieron en Trafalgar. Recuerdo, sobre el particular, cierta mañana de domingo, al ir a recoger los voluminosos periódicos con sus suplementos, alguna broma que otra de Juanjo. «¿Qué regalan hoy?», le pregunté. «Pues mire usted -me respondió- de todo, menos un kilo de arroz para la paella que es lo que necesita el personal. Pero todo se andará. Voy a sugerirlo a INFORMACIÓN. Conocedor de su tendencia a cartearse con monarcas o pontífices -que nadie piense que esto es cosa de broma)- no puedo dudar, ahora, en que, tal vez, sugiriese la idea del arroz, también al «New York Times».

El próximo día 12 de febrero Pinoso celebrará, como todos los años, El Día del Villazgo que conmemora el aniversario de la independencia del pueblo con respeto al municipio de Monóvar allá por 1826. Una fecha en la que, entre muchas actividades culturales y folclóricas, las gentes e instituciones del lugar sacan a la calle un muestrario del ajuar doméstico de su pasado familiar, de las herramientas y enseres de sus actividades agrícolas o manufactureras, ofreciendo, incluso, la posibilidad de degustar platos y viandas de su tradicional gastronomía. Los bailes antiguos o la recuperación de las prendas de vestir de antaño por parte del vecindario, ponen una nota de color muy adecuada a la conmemoración del día.

Este año, entre otras ausencias, echaremos mucho de menos a Juanjo que, siempre, en esta festividad, solía poner en la puerta de su establecimiento, por su cuenta y riesgo, una «paraeta» con libros y tebeos, postales, recortables y aquellos restos de los artículos que acompañaban a los periódicos dominicales que quedaron en la trastienda y que vendía a precio de saldo, porque Juanjo lo vendía todo, no regalaba nada, muy de acuerdo con su espíritu comercial semejante al del padre de Manolito, el de la tiras cómicas de Mafalda. Junto a ese material en el que no faltaban ni las primeras cintas de video que se editaron en el país, exponía, para su degustación gratuita, una «catalana» de vino de «fondillón» (aquí a todo vino viejo de cosecha particular se le da este título nobiliario, aunque el suyo en realidad era un añejo en el que aparecía escrito «madre de 1937») y algunas pastas o dulces. Junto a tal muestrario, Juanjo colgaba, en el respaldo de una silla, una gran cartera de cuero y una gorra de plato para recordar al personal que, en su juventud, había desempeñado el noble oficio de cartero del que se sentía orgulloso.

Este año Juanjo no estará a las puertas de su tienda, pero estoy seguro que sus hijas (Enriqueta y María Dolores) cumplirán con el homenaje que el padre, no sé si plenamente consciente de su importancia, rindió en vida a la prensa escrita, al señor Gutemberg y al noble y querido papel. Pero no solo al papel de los diarios y la literatura, sino también a ese otro papel tan entrañable que, antes de internet y el mundo de los teléfonos móviles, repartían los carteros dentro de sobres llenos de palabras manuscritas, comunicando el amor y la amistad, la alegría y la tristeza, las pleamares de la vida condensadas en una fuente documental tan rica como las «cartas», que los muy cultos, antaño denominaron «epístolas». Es decir, una fuente para la historia social y sentimental que nada tiene que ver con las misivas de hoy, reducidas a notificaciones bancarias y encartes publicitarios que nadie guardará en el cajón de una cómoda, envueltos en una cinta roja, como se hacía en los tiempos de nuestro buen amigo y mejor pinosero Juanjo Yáñez Rico, que pronto, para nuestro asombro, serán como los de Maricastaña.