Estalló la crisis del covid-19 y la ciencia se vio superada, avergonzada por su ignorancia sobre una enfermedad que se convirtió en pandemia en solo meses. Pero se reaccionó rápido. Nunca antes se ha investigado tanto en tan poco tiempo. Durante aquellos meses (entre abril y julio de 2020), los pre-prints circulaban entre científicos pero también entre periodistas. Los titulares de trazo grueso abundaban, el sensacionalismo se alimentaba del miedo y poco importaba que aquellos artículos no hubieran sido revisados por pares.

Se habló del papel del perro como propagador del coronavirus a partir de dos casos en Hong Kong que dieron positivo. Después la atención se volcó en gatos, tigres o incluso algún león de zoo y fue entonces cuando nos invadió el peor temor: ¿Si los felinos actuaban como vectores, cómo íbamos a controlar sin registros a millones de animales tan cercanos a las personas?

Aquello provocó más sudores fríos entre los veterinarios que entre una ciudadanía ya en shock. Por aquel entonces formé parte de un grupo de seguimiento del covid-19 en animales creado, al efecto, en el seno del Consejo General de Colegios de Veterinarios de España. Mi inquietud era la misma que compartían el resto de miembros, varios de ellos catedráticos de microbiología.

Póster de una de las últimas campañas de ICOVAL en la que se recomienda -puesto que la Ley no lo exige- identificar también a los gatos.

Hoy ya se ha confirmado que los gatos no juegan papel alguno en la propagación del virus pero, de haberse comprobado –cosa que estuvo lejos de ocurrir-, ¿cómo lo hubiéramos abordado?; ¿imaginan la escena de agentes con trajes de protección biológica entrando en casas al azar o por mera sospecha para poner en cuarentena o sacrificar a tanto gato?; ¿son capaces de recrearla y llevarla a las calles, al control de miles de colonias felinas?; ¿recuerdan lo que aconteció con aquel caso de ébola y el perro Excalibur? Estremece solo pensarlo pero, reitero, asusta porque ni tenemos identificados a sus dueños –cuando los tienen- ni a los gatos, ni su ubicación.

Ley de Protección, Bienestar y Tenencia Responsable de Animales de Compañía

Pues bien, de vuelta a la nueva normalidad que hoy vivimos, aún sin haberle terminado de dar esquinazo a la pandemia, parece que seguimos sin haber aprendido la lección. Llevamos más de cinco años de debates, de preparar una de las leyes que marcarán la legislatura, la de Protección, Bienestar y Tenencia Responsable de Animales de Compañía. Las prioridades del proyecto presentado por el Govern del Botànic pasan por asegurar el bienestar de los animales –considerados como «seres sintientes»- con especial énfasis en la «erradicación» –no disminución- del abandono y del maltrato animal, así como lograr el «sacrificio cero». Y para tan loable aspiración se dice que «uno de los pilares fundamentales» en los que se asentará será «la plena identificación» de todos los animales domésticos. Sin embargo, a la hora de regularlo, el proyecto no concretó qué especies deben ser objeto de identificación obligatoria (sic).

De nada sirvieron las alegaciones presentadas, el texto llegó a Les Corts con idéntico grado de vaguedad. Con las enmiendas, según hemos podido saber, el clamor de veterinarios encontró eco en otros colectivos (sin duda más influyentes) y se pasó a incluir a los hurones, no así a los gatos. ¿Por qué?, pues muy probablemente porque alguna mente preclara apreció que los felinos no se sacan a pasear ni suelen salir de casa, por lo que no deben ser una amenaza (como si no se escapasen, no salieran esporádicamente, no fueran animales grupales o no existiera una ingente población de colonias conviviendo a escasos metros de personas). Eso y que identificar en época de crisis inflacionista era un gasto «supérfluo». Porque vender bienestar animal es fácil pero otra cosa es lo que cuesta garantizarlo.

Gonzalo Moreno del Val, presidente del Colegio Oficial de Veterinarios de Alicante (ICOVAL).

El caso es que no es difícil intuir que, como se temió con el covid, pueda llegar otra zoonosis en la que algún animal doméstico pueda ejercer de transmisor. El 75% de las enfermedades emergentes se sabe, de hecho, que tienen origen animal. Pero, no hace falta especular, porque existen razones de salud pública así como legales que deberían obligar a identificar también a gatos y hurones.

Efectivamente, la normativa comunitaria establece que la fecha de administración de la vacuna antirrábica no debe ser anterior a la de aplicación del transponder de identificación. En tanto en la Comunitat es necesario inmunizar contra este virus a perros, gatos y hurones, también debiera serlo indentificarlos. En idéntico sentido podría hablarse de la Leishmania, otra zoonosis en la que gatos y hurones actúan como reservorio, que es también la más diagnosticada por los veterinarios valencianos y cuya incidencia en humanos viene creciendo exponencialmente.

Erradicar el abandono

Si se quiere «erradicar» el abandono y castigar el maltrato, ¿cómo no extender la obligación de microchipar cada animal para aprovechar un sistema que permite, en sólo horas, identificar y localizar a su responsable legal? Por no hablar, claro, del valor de la información de carácter sanitario (vacunas, desparasitaciones…) que ese pequeño semiconductor facilita…

La práctica totalidad de autonomías que han promovido este tipo de reformas han legislado en esta dirección. Madrid, Cataluña, Murcia, Rioja, Navarra y Castilla La Mancha ya lo han hecho con perros, gatos y hurones; Andalucía y Asturias han ampliado la identificación de perros a gatos y nuestros países vecinos –Francia y Portugal- también obligan a microchipar y registrar a las tres especies.