No apareció el Hércules en una cita trascendental que exigía otro guión y, con ello, se desvaneció el sueño del retorno a la Primera División. El Alcorcón, un equipo hecho y derecho, con cerebro para jugar cuando tocaba y sabiduría para que nadie lo hiciera cuando el momento lo reclamaba, se llevó el gato al agua para meter el cuerpo en la eliminatoria final que le enfrentará al Valladolid a doble partido.

Más que un partido loco que colmara el gusto de Mandiá, el Santo Domingo acogió un encuentro rígido, marcado por una seriedad defensiva que navegó a mejor altura que la intención atacante. De hecho, contabilizar ocasiones claras de gol solo precisan los dedos de una mano (y sobra alguno). En un partido con más presión que puñaladas, el Alcorcón acabó escribiendo un argumento más acorde a lo que necesitaba.

El conjunto madrileño buscó la posesión de la pelota haciendo funcionar a un doble pivote que maneja tiempos y espacios como nadie en su feudo. Rubén Sanz y Sergio Mora colocaron los faros sobre la medular con la única oposición de Abel Aguilar, que no estuvo acompañado como debiera por Tiago. El portugués anduvo demasiado estático, sin la chispa necesaria para aportar por esa zona lo que necesitaba la ocasión.

El Alcorcón tiene memorizadas las dimensiones de este pequeño estadio, donde maneja partidos, busca espacios, crea pasillos y marca líneas, complicando la vida a todo adversario que se precie. Torres altas han caído en este reducido recinto del sur de Madrid, invadido por una marea amarilla que martillea al son del "sí se puede"tras verse cerca de Primera División.

El Hércules alineó un once con galones. Recuperado Abel Aguilar, rehabilitado David Aganzo, el conjunto alicantino puso resistencia y presencia en el feudo amarillo, pero los metros finales no vieron merodear muchas pelotas para hacer año.

Así y todo, con menos posesión que su enemigo, el conjunto alicantino dispuso de un par de ocasiones para meter el aguijón. En concreto, dos. La primera con una falta lanzada por Míchel que se paseó por la línea de gol reclamando una bota que empujara la pelota; la segunda, un cabezazo de Sardinero tras centro medido de Gilvan que salió desviado. Enmedio de todo ello, el Alcorcón ofreció empuje y colocación, pero chocó ante la ordenada zaga herculana, un muro infranqueable con los cinco sentidos puestos en la misión encomendada.

Atados los cabos en la primera parte, el equipo amarillo diseñó una segunda parte con dos premisas: mantener el balón en los pies, alejado en los posible de su área, y perder todo el tiempo posible a la menor oportunidad.

La batalla herculana por dañar arriba encontró un problema: el marcaje a Aganzo. El delantero madrileño se desesperó impotente al ver sin señalar algún agarrón e inició una guerra por su cuenta que no podía traer buenas consecuencias. La grada la tomó con él, y seguidamente, el árbitro anotó su matrícula tras observar continuas protestas.

La única ocasión que encendió alguna luz la protagonizó Míchel. El valenciano se coló en el área de frente, pero acabó dejando la pelota atrás. Fue la única concesión de la zaga local, que abrigó como debía a su portero para mantener ese empate sin goles que le clasificaba.

Al Hércules le faltó carrocería para coger la velocidad necesaria. De frente a la portería no encontró remedios para embocar ni siquiera para amenazar con solidez a un rival que ya tenía pensado matar el partido a base de pérdidas de tiempo, buscando la entrada de la asistencia médica a la mínima oportunidad para limar minutos al partido.

Mandiá dio entrada a Tote y a Calvo, en busca de pólvora atacante en la última media hora y, seguidamente, apostó por Urko Vera tras sacar del campo al central Mora, en el desesperado intento de llegar a la meta rival como fuere. Pero ni con esas. El balón se resistió a acudir a la cita con el destino del gol, manejado de forma experta por un Alcorcón listo, dispuesto para lanzar agua sobre la más mínima cerilla. Una tangana dio la extrema unción al choque. Sergio Mora tocó la costilla necesaria para que Aganzo acabara perdiendo los nervios y viendo una segunda cartulina amarilla que le enviaba fuera del campo. La acción, en el tiempo de prolongación, acabó matando un partido que ya agonizaba en los brazos del conjunto madrileño, con las fuerzas justas, pero listo y preparado para abrir la penúltima puerta hacia el ascenso.

La ansiedad pudo con el Hércules, al que le faltó chispa en la parte creativa una vez dejó atado el menester defensivo.

Aquí acaba el primer proyecto de Sergio Fernández, que ahora entra en un túnel desconocido a la espera de ver qué dispone el que rige los destinos. Este equipo ha creado una base desde la nada, ha ilusionado y ha estado disputando el ascenso hasta 180 minutos del final. Así y todo, ya veremos qué pasa.