Dos años después de haber perdido la categoría que nunca debió perder, el Hércules se encuentra a 90 minutos de regresar al lugar que, como mínimo, le corresponde por historia. Volver al fútbol profesional servirá para decir adiós al maldito pozo de la Segunda B del que tanto cuesta salir, sobre todo cuando no se acaba la Liga como primero, y recibir dividendos que van más allá de las alegrías que depara el balón. Formar parte de la división de plata supondrá una inyección económica tan grande que permitirá al club sobrevivir por sus medios y no como lo hace ahora, recurriendo a la respiración asistida.

Lograr el ascenso es la alegría que merece una afición demasiado zarandeada en los últimos años, que vio como su equipo se desplomó en un parpadeo desde la élite a esos campos de Dios que forman el paisaje de la Segunda B -aquel bingo en Xàtiva, esos desangelados terrenos de césped artificial del cinturón industrial de Barcelona-. El éxito deportivo también puede tender puentes para recuperar la relación entre la grada del Rico Pérez y el Hércules, un matrimonio que se rompió por última vez con aquella tormentosa salida de Sergio Fernández, golpe mortal que sirvió de prólogo para el descenso que llegó una temporada después.

La plantilla blanquiazul es un grupo humano con buena sintonía fuera del césped y con argumentos futbolísticos suficientes para dar el salto de categoría que persigue el club. Llegar hasta el partido de hoy no ha sido un camino de rosas. Para ello hubo que superar malos momentos, entre ellos la salida de un Manolo Herrero muy apreciado por sus jugadores. Asumido el método de Vicente Mir, el equipo afiló el colmillo y ofreció una intensidad que le permitió expresar su mejor fútbol. Esta noche le queda el último esfuerzo, la remontada contra el Cádiz en un Rico Pérez en combustión que permita la vuelta del Hércules al lugar que le corresponde.