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UN GOL AL ARCO IRIS

Cuestión de dinero

Imagen de archivo del Rico Pérez

Siempre el maldito parné, que decía la canción que sonaba en boca de las folclóricas por la radio de los cincuenta a todas horas, y que hoy canta como los ángeles la Niña Pastori. «Maldito parné que por su culpita deje yo al gitano que fue mi querer». El dinero mueve el mundo, el dinero mueve las naciones, el dinero mueve las sociedades, el dinero mueve el espectáculo, y el dinero mueve también el balompié. Cómo no. Entre otras cosas el Hércules está hoy en día en la situación agónica en la que se encuentra por culpa del parné. Por lo que debe a sus acreedores, entre ellos la insaciable agencia tributaria, y por lo que el máximo accionista insiste en decir lo que a su persona se le adeuda, o ha puesto durante su largo mandato como propiedad. Todo es cuestión de dinero. Aunque a veces, y no pocas, el dinero no tiene la razón, y de hecho ocurren circunstancias que motivan al ciudadano de a pie a seguir con su gris y tranquila vida sin tener que recurrir a esa ambición desmedida que a veces conlleva la querencia del parné.

Los casos del Deportivo, Racing, Córdoba, Real Murcia o Hércules son ejemplos claros en los que el dinero no lo puede todo. Con plantillas confeccionadas para el ascenso, con los presupuestos más altos de la categoría, y hablamos de un centenar de clubes, se encuentran en el oprobio de tener que luchar por no bajar a la cuarta división del balompié patrio, y algunos de ellos por lo acaecido hasta la fecha, tienen todas las papeletas de cruzar ese antagónico Rubicón hacia el abismo, hacia la derrota final. Parece que tras la victoria en Cornellá, el Hércules no se encuentra entre estos últimos. Tras la remontada en el césped artificial, ha ascendido a la segunda posición y se encuentra en situación pareja a los cuatro equipos catalanes, que será con quienes se dispute las dos primera plazas que dan acceso a la nueva categoría, salvavidas de un más que probable descenso a los infiernos de no lograr el nuevo objetivo.

Cuestión de dinero es también la aparición de los doce del patíbulo del fútbol mundial, pues lo que hagan los clubes europeos tiene trascendencia en todo el orbe. Esos doce, por el momento, tres españoles, seis ingleses y tres italianos, han decidido crear una Superliga por su cuenta, con el apoyo inestimable de fondos de inversión y la banca Morgan, una de las empresas financieras más antiguas y solventes, pero con el riesgo de reacciones en oposición frontal a esta innovación del espectáculo futbolístico de los actuales grandes tenedores del deporte con más seguidores en el planeta, UEFA y federaciones estatales, lo que les va a suponer un muro de dificultad suprema.

La controversia está servida y todo es por el maldito parné. Todos quieren más, y además controlar la tarta, ser quien parte y reparte. Ese y no otro es el estímulo que ha servido para tomar la decisión de crear para un club de elegidos una nueva competición que supla a la actual Champions, la denominada por ellos Superliga. Los plutócratas del balompié están decididos a que los méritos en el deporte sean eliminados, a que los que desde abajo construyen con esfuerzo y dedicación canteras y equipos representativos de ciudades sean postergados y olvidados.

Nadie se ha parado a pensar que no todo lo que se «exporte» desde EE.UU., tiene que ser per se bueno o aplicable a la idiosincrasia y cultura europea. El formato de la NBA, que tiene tantas cosas buenas, carece de la proximidad de los ciudadanos, de los aficionados que siguen a sus equipos, a sus clubes por ser de su ciudad, de su país. Ese sentimiento tan arraigado en el deporte, al menos en España y la mayoría de los países europeos, es tan vital para la competencia y el espectáculo como cualquier otro, y en casos definitivo. Al menos yo nunca querré o apoyaré un sistema que aborte de facto mis ilusiones de que mi equipo llegue algún día al olimpo futbolístico.

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