El club de la lucha en Washington

Macarras y pendencieros: los republicanos pierden las formas en el Congreso de EEUU

El martes los conservadores protagonizaron en las Cámaras dos altercados más propios de un patio de colegio o del club de la lucha que de la sede del poder legislativo

El senador estadounidense Markwayne Mullin reta a una pelea al presidente de Teamsters, Sean O’Brien, durante una sesión en la Cámara alta

El senador estadounidense Markwayne Mullin reta a una pelea al presidente de Teamsters, Sean O’Brien, durante una sesión en la Cámara alta

Idoya Noain

Solucionar a mamporros las diferencias es típico de peleas de bar, de broncas entre macarras y, ahora también, de los republicanos en el Congreso de Estados Unidos. El martes los conservadores protagonizaron en las Cámaras dos altercados más propios de un patio de colegio o del club de la lucha que de la sede del poder legislativo, un triste espectáculo de matonismo que ratifica las tendencias pendencieras de algunos conservadores y la erosión acelerada del decoro en la política estadounidense.

En el Senado, la sala donde el comité de Salud, Educación, Trabajo y Pensiones desarrollaba una vista bajo el título: “Alzarse contra la avaricia corporativa: cómo los sindicatos están mejorando la vida de las familias de clase trabajadora”, estuvo a punto de convertirse en un cuadrilátero cuando el senador de Oklahoma Markwayne Mullin retó a un enfrentamiento físico a Sean O’Brien, un líder sindical que comparecía como testigo. Lo impidió Bernie Sanders, que preside el comité, que intervino para evitar que la cosa pasara a mayores. Pero los seis minutos de tensión han quedado ya para la historia gracias a a las cámaras de C-SPAN, la cadena que retransmite en directo la actividad en Capitol Hill.

El altercado

La mala sangre entre Mullin, un hombre de 46 años, y O’Brien, de 51, viene de tiempo atrás y el senador citó varios mensajes que el sindicalista había colgado hace meses en X (antes Twitter) y leyó uno donde instaba al político de Oklahoma a dejar de mostrarse como un tipo duro en las vistas y escribió: “Sabes dónde encontrarme. Donde quieras, cuando quieras, cowboy”.

Mullin, que ha sido luchador de artes marciales mixtas, tomó esas palabras de forma literal y empezó su reto. “Este es un sitio y un momento”, dijo. “Podemos ser dos adultos que consienten y acabar esto aquí”.

El cruce fue escalando (“perfecto” “¿quieres hacerlo ahora?” “Me encantaría”. “Levanta el trasero entonces”. “Levántalo tú, grandullón”). Mullin llegó a ponerse en pie y hacer el amago de quitarse su alianza de casado. Y ahí intervino Sanders, intentando con golpes de la maza y palabras recuperar el orden. ‘¡Es un senador de EEUU, siéntese!”, recordó a Mullin. “Dios sabe que el pueblo estadounidense siente suficiente desdén por el Congreso, no lo hagamos peor”, imploró.

Los esfuerzos de Sanders, que luego tildó lo ocurrido de “patético”, impidieron que se llegara a los puños pero no evitaron que el senador y el sindicalista siguieran cruzándose insultos. Y en varias declaraciones a medios Mullin reiteró su convicción de que algunas cosas deberían resolverse a puñetazos, o con duelos como antaño, y defendió que sus votantes quieren que sea un tipo duro. "Solo represento los valores de Oklahoma", aseguró.

¿Codazo en los riñones?

El otro altercado de la jornada no lo grabaron las cámaras pero se produjo frente a periodistas. Y en ese caso los protagonistas fueron dos congresistas republicanos, también con mala sangre acumulada entre ellos. 

Tim Burchett, representante de Tennessee y uno de los ochos congresistas que votaron a favor de la destitución de Kevin McCarthy como presidente de la Cámara Baja, estaba siendo entrevistado por la radio pública cuando pasó por detrás de él McCarthy. Burchett sintió un golpe en la espalda y se lanzó a correr detrás de McCarthy, acusándole de haberle propinado un codazo en los riñones. “¿Por qué me has dado un codazo? ¿Tienes agallas? ¿Qué tipo de movimiento de gallina es ese? Eres patético, tan patético”, clamaba.

McCarthy, que ya ha sido acusado en varias ocasiones y por distintos colegas de actuar como un "bully", negó haber asaltado intencionadamente a su compañero de filas aunque admitió que quizá le golpeó al cruzarse por el pasillo, según él sin darse cuenta. “Imagino que nuestros hombros chocaron”, dijo, antes de recurrir a un tono chulesco para asegurar: “Si golpeara a alguien esa persona lo sabría, si le doy a alguien en los riñones estaría en el suelo”.

El declive del decoro

Aunque Burchett descartó elevar una queja sí lo hizo ante el Comité de Ética Matt Gaetz, precisamente quien inició la revuelta contra McCarthy que acabó con su destitución y que en enero casi es agredido por un compañero de filas cuando también protagonizaba la resistencia para elegir a McCarthy para el cargo. “Este Congreso ha visto un aumento significativo de rupturas de decoro como no hemos visto desde antes de la era de la Guerra Civil”, dijo el representante de la extrema derecha (que por otras cuestiones está siendo investigado por ese mismo comité de Ética).

No había un ápice de ironía en las palabras de Gaetz, aunque es el ala radical la que más ha contribuido al deterioro en las formas en los últimos años, empezando por cuando un representante del Tea Party gritó “'¡mientes!” a Barack Obama cuando ofrecía un discurso sobre el estado de la nación, algo que también gritó la ultra Marjorie Taylor Greene a Joe Biden en el solemne discurso de este año.

Lo cierto es que para encontrar precedentes al nivel de agresividad que se está viviendo en las Cámaras expertos como Joanne Freeman, profesora de historia en Yale y autora de un libro sobre violencia política en el Congreso, se remiten a mediados del siglo XIX. El episodio más grave en aquel momento se vivió cuando un congresista de Carolina del Sur, Preston Brooks, golpeó brutalmente con su bastón hasta dejar casi muerto a Charles Sumner, un senador antiesclavista de Massachusetts.