Conflicto en Oriente Próximo

El mundo presiona para la solución de los dos estados tras la guerra de Gaza: ¿todavía es viable?

“La solución de los dos estados es el único camino para garantizar la seguridad a largo plazo para israelíes y palestinos”, escribió Biden en una reciente tribuna en ‘The Washington Post’

Edificio destruido por ataques israelíes en el sur de la Franja de Gaza

Edificio destruido por ataques israelíes en el sur de la Franja de Gaza / Europa Press

Ricardo Mir de Francia

No era más que un cadáver muerto y enterrado, pero la violencia atroz desatada por el ataque de Hamás sobre el sur de Israel el pasado 7 de octubre y el posterior asalto militar israelí sobre Gaza ha vuelto a poner en órbita la vieja fórmula de los dos estados para solucionar el conflicto entre palestinos israelíes. El estatus quo simplemente no funciona. No aporta paz ni seguridad a ninguna de las partes. Una conclusión incontestable que ha llevado a Estados Unidos, la Unión EuropeaChina o los países árabes a reclamar la apertura de un proceso político en cuanto acabe la guerra basado en la fórmula de paz por territorios. Solo falta saber si la opción sigue siendo viable, dada la intratable realidad sobre el terreno, y si en la retórica internacional hay algo más que las mismas palabras huecas y estrategias fallidas que han hecho de los dos estados un fracaso permanente

La retórica bienintencionada está ahí. España quiere organizar una conferencia de paz en cuanto callen las bombas. Bruselas insiste en que es la única solución, a la que “debemos dedicarle toda nuestra energía política”, en palabras de Josep Borrell. Y, desde Washington, el mantra es todavía más más insistente. Últimamente se repite a diario por una cuestión puramente doméstica:la reelección de Joe Biden podría depender de ello, después de que su carta blanca a Israel haya enfurecido a muchos votantes demócratas. “La solución de los dos estados es el único camino para garantizar la seguridad a largo plazo para israelíes y palestinos”, escribió Biden en una reciente tribuna en ‘The Washington Post’. “Esta crisis lo ha hecho más imperativo que nunca”.

El consenso internacional es compartido en gran medida por los israelíes y palestinos que aún abogan por una solución medianamente justa al conflicto, aunque no necesariamente crean en su viabilidad. La alternativa, un Estado binacional con igualdad de derechos para israelíes y palestinos, nunca ha cogido tracción. “Los palestinos tendrían que renunciar a su derecho a la autodeterminación y los israelíes a vivir en un Estado judío y democrático. Es una locura y la población no lo aceptaría”, asegura el exministro de Justicia israelí, Yossi Beilin, quien fuera líder del partido izquierdista Meretz y uno de los negociadores en los fallidos procesos de paz.

A nadie se le escapa que los dos Estados solo podrán coger algo de vuelo si la presión externa es masiva y hay una voluntad de penalizar las acciones que contravengan los objetivos del acuerdo. “Solo podría funcionar si no se repite el mismo manual de los últimos 30 años”, afirma la comentarista política palestina Nour Odeh. “Para crear un horizonte político, el mundo tiene que dejar claro que se tienen que acabar la ocupación israelí y la expansión de los asentamientos, y que el proceso político no puede prolongarse indefinidamente”, añade en una entrevista.

Liderazgo problemático en ambos bandos

Pero antes deberían desaparecer los líderes actuales en ambos bandos, cada uno por motivos distintos. El palestino Mahmud Abás, que gobierna en Cisjordania como un autócrata desde hace 19 años, porque ha perdido toda la legitimidad entre su población, por más que sea el caballo blanco de Europa y EEUU por su compromiso inquebrantable con la paz. Todo lo contrario que Hamás, que lucha actualmente por su supervivencia en Gaza. Ni Israel ni Occidente aceptarán nunca que los islamistas sean un interlocutor válido por su recurso al terrorismo y porque una parte de su organigrama no acepta un Estado judío en un solo centímetro de la Palestina histórica.

Finalmente tendría que marcharse Binyamin Netanyahu, quien ha dedicado su carrera política a torpedear un Estado palestino, fragmentando su territorio, azuzando sus divisiones internas y promoviendo a Hamás para que sirviera de pretexto al inmovilismo israelí. O para ser más exactos, su continuo expansionismo. “El Gobierno de Netanyahu caerá en cuanto acabe la guerra”, dice Beilin repitiendo la opinión de consenso en Israel. “Ya sea mediante elecciones o un voto de censura. Y si no se va, la gente lo echará con protestas en la calle”. Como alternativas viables capaces de abrazar un proceso de paz señala a los principales líderes de la oposición: Yair Lapid y Benny Gantz, ambos actualmente en el gobierno de unidad.

Hasta aquí la parte teóricamente más ‘fácil’ del embrollo: la voluntad política, tanto interna como externa, indispensable para empezar a hablar. La parte más difícil es la letra pequeña del acuerdo y las condiciones sobre el terreno para poder implementarla. Y es aquí donde todo se complica un poco más, aunque después de tres décadas de múltiples iniciativas fallidas, los contornos de cómo debería ser el acuerdo están bastante claros. “Históricamente lo más difícil ha sido Jerusalén y la suerte de los refugiados palestinos, pero ahora el gran problema es la masiva presencia israelí Cisjordania”, asegura Beilin en una entrevista telefónica.

La endiablada realidad sobre el terreno

En 1993, cuando se firmaron los Acuerdos de Oslo, el primer intento para una solución de dos Estados, había allí 90.000 colonos judíos. Hoy hay 500.000, distribuidos en unos 350 asentamientos, algunos poco más que un puñado de caravanas y otros auténticas ciudades, por más que todos ellos sean ilegales según el derecho internacional. “La mayoría de asentamientos están ubicados estratégicamente para romper la continuidad del territorio palestino e impedir que pueda establecerse allí un Estado”, asegura el activista Dror Etkes, uno de los israelíes que mejor conoce el entramado de la ocupación israelí en Cisjordania. “Todo el sistema israelí está orientado a apoyar la colonización, de modo que Israel tendría que reinventarse a sí mismo si quiere acabar con el proyecto”.

Pensar que toda esa estructura podría desmantelarse es poco menos que ilusorio. Los colonos controlan hoy amplios espacios en el Ejército y el poder político israelí, están fuertemente armados y no aspiran a compartir el territorio, sino a vaciarlo de palestinos. Y aunque estos últimos aceptaran que los grandes bloques de asentamientos queden bajo soberanía israelí, seguirían quedando al menos 130.000 colonos dentro de las fronteras del hipotético Estado palestino. Los más radicales entre ellos, para ser exactos.

Escepticismo entre la opinión pública

Pero si hay voluntad política, nada es técnicamente imposible. Hace dos años Yossi Beilin presentó junto a la negociadora palestina Hiba Husseini y sus respectivos equipos una detallada propuesta para crear dos Estados confederados con Jerusalén como capital compartida. “El punto principal de la confederación es que los colonos que lo deseen podrían permanecer en Palestina como residentes permanentes y manteniendo la ciudadanía israelí. El mismo número de palestinos podría quedarse en Israel en condiciones análogas”, explica Beilin.

De los cuatro expertos consulttados, el histórico líder de la izquierda antiocupación israelí es el único que se muestra algo optimista en las condiciones actuales. El resto es tan escéptico respecto a los dos Estados como la opinión pública en ambos lados. Semanas antes del inicio de la guerra, solo el 35% de los israelíes creía posible convivir en paz junto a un Estado palestino, mientras que solo un 24% de los palestinos apoyaban esa fórmula, 35 puntos menos que en 2012. 

“Solo si hubiera sanciones contra Israel y tuviera que rendir cuentas por sus acciones podría moverse el péndulo, pero nada de eso va a suceder en el clima político actual”, asegura Diana Buttu, quien fuera portavoz de la OLP y asesora legal en los procesos de negociación. “A menos que haya una intervención coercitiva por parte de la comunidad internacional, ambas partes seguirán matándose porque hay demasiado odio y fundamentalismo religioso. El conflicto no está mejorando, sino todo lo contrario”, afirma el israelí Dror Etkes.

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