Entrevista

Siddharth Kara: "Los niños del Congo mueren para que nuestros hijos puedan aprender con móviles y ordenadores"

El profesor y escritor acaba de publicar en español 'Cobalto rojo', una radiografía sobre las "brutales prácticas de extracción" de cobalto en las minas del país africano

Miles de personas trabajan en una mina de cobalto en el Congo.

Miles de personas trabajan en una mina de cobalto en el Congo. / SIDDHARTH KARA

Carles Planas Bou

Aunque no puedas verlo, un hilo invisible conecta el móvil que llevas en tu bolsillo con las minas de la República Democrática del Congo. El segundo país más grande de África es también la mayor reserva mundial de cobalto, un metal estratégico altamente preciado por sus propiedades magnéticas, que dan vida a las baterías recargables que componen desde 'smartphones' a ordenadores portátiles o coches eléctricos. Detrás de la última tecnología de vanguardia promocionada desde Silicon Valley se esconde una sucia realidad que afecta a las vidas de cientos de miles de personas, también niños.

Siddharth Kara (Knoxville, Estados Unidos) lleva más de dos décadas investigando la esclavitud moderna, una exhaustiva tarea que le ha permitido documentar de primera mano cómo operan las redes de explotación sexual, los sistemas de servidumbre o el trabajo forzado a menores. Profesor global de la British Academy, Kara también asesora a las Naciones Unidas y a gobiernos como el de Estados Unidos en materia de derechos humanos.

Ahora acaba de publicar en español 'Cobalto rojo' ('Capitán Swing'), cuya edición en inglés ha sido un superventas. En su último libro investiga las "brutales prácticas de extracción" de cobalto en las minas del Congo, da voz a sus víctimas y rastrea el hilo invisible que conecta al eslabón más bajo —aunque esencial— de la cadena de suministro global con las grandes empresas de la electrónica de consumo.

Kara atiende a El Periódico de Catalunya, del grupo Prensa Ibérica, en una videollamada.

¿Qué le impulsó a documentar las minas de cobalto?

En 2016, colegas de África me explicaron qué está pasando en el Congo. Es terrible. No tenía ni idea y en 2018 viajé ahí por primera vez. Mi plan era sentar las bases para un investigación académica, pero lo que vi fue tan grave y la escala fue tan enorme que sentí que el mundo necesitaba conocer este asunto cuanto antes.

Las condiciones de trabajo son infrahumanas. Es como si el reloj hubiera retrocedido a la época colonial

¿En qué condiciones se trabaja ahí?

Las condiciones son infrahumanas. Es como si el reloj hubiera retrocedido a la época colonial. Es una degradación humana absoluta. Las condiciones son violentas, tóxicas y completamente destructivas para las personas y el medio ambiente en el sureste del Congo, donde se encuentran las minas de cobalto. Es una catástrofe que nace de la fiebre por alimentar de cobalto la cadena para satisfacer la demanda que tenemos de dispositivos recargables y vehículos eléctricos.

Muchas de esas minas están controladas por el ejército, equipos de seguridad o grupos armados. ¿Cómo funcionan?

Imagina una parte del mundo completamente empobrecida, desgarrada por la guerra y donde hay un gran tesoro bajo tierra. Malos actores de todo tipo se abalanzan para explotar esas condiciones. Todo el mundo se aprovecha de la gente porque hay mucho dinero en juego. Las empresas mineras pueden permitirse el lujo de tener soldados o equipos de seguridad armados vigilando sus minas, pero no se trata de mantener a la población segura, sino los minerales. La gente está atrapada en esa lucha y la única manera que tienen de sobrevivir es pasar 10 o 12 horas al día rebuscando entre pozos tóxicos para llenar un saco de cobalto y ganar uno o dos dólares, lo suficiente para comer y vivir hasta el día siguiente. Están rodeados de violencia, lo que no les deja otra alternativa para sobrevivir.

¿Qué lleva a niños de menos de 10 años a terminar en las minas?

Se trata de la supervivencia básica en el Congo. La gente como tú y yo no podemos funcionar durante 24 horas sin cobalto. Y tres cuartas partes de su suministro mundial se extrae en un pequeño pedazo del Congo, uno de los lugares más pobres del mundo. Las empresas mineras han ocupado casi todo ese espacio, desplazando a cientos de miles de personas, que ya son pobres, que viven en chozas sin electricidad ni saneamiento. La única forma que tienen de sobrevivir es buscar cobalto en condiciones tóxicas y peligrosas. Eso afecta a toda la familia. Cuando una madre y un padre sólo ganan un dólar o dos al día, eso no es suficiente para que la familia coma y tenga cobijo y ropa. Así que los niños se unen a sus padres. Niños y niñas de ocho a 12 años pasan su infancia en las minas. No van a la escuela, no aprenden, no juegan, sino que se empapan de tierra tóxica y sufren fracturas de huesos para sacar cobalto de la tierra para que nuestros hijos puedan ir a la escuela y aprender con dispositivos recargables. Todo esto tiene un coste, pero son los congoleños quienes pagan la factura. Incluidos sus hijos, que sufren y mueren cada día.

Niños y niñas de 8 a 12 años pasan su infancia en las minas. No van a la escuela, no aprenden, no juegan, sino que se empapan de tierra tóxica para sacar cobalto de la tierra

Es una crisis humanitaria, pero también medioambiental.

Todos los congoleños que viven en las provincias mineras de cobalto están muriendo lentamente. La tierra, el aire y el aguan han sido contaminados por empresas mineras extranjeras y millones de árboles han sido talados. Se están envenenando lentamente hasta la muerte. Es una descomunal catástrofe de salud pública con enormes aumentos en los niveles de cáncer, enfermedades respiratorias, neurológicas y del corazón. Otras muchas personas mueren de forma horrible cada día. Espinas dorsales, cuellos y piernas son destrozados en accidentes mineros. Muchos terminan enterrados vivos cuando se derrumban los túneles, que es todo el tiempo.

¿Cómo se entiende entonces que se venda el cobalto como esencial para innovaciones que permitan cumplir con los objetivos de sostenibilidad climática?

La transición a energías sostenibles y vehículos eléctricos se basa en una completa hipocresía porque se está produciendo a costa de la destrucción total del corazón de África y de la contaminación de su medio ambiente. ¿Cómo salvamos nuestro planeta? ¿Destruyendo el suyo? Toda esta agenda de baterías recargables necesita corregir estas injusticias antes de seguir adelante.

La extracción de cobalto es altamente tóxica y aun así trabajan sin ningún tipo de protección.

Así es. Esas personas no cuentan. Nunca contaron. No han contado desde que los europeos se encontraron por primera vez con la gente en el corazón de África en 1482, cuando los portugueses llegaron a la desembocadura del río Congo. A partir de ese momento, la gente de África, del Congo, sólo contaba como esclavos para arrancar los tesoros de la tierra. Si mueren, otro pobre congoleño ocupará su lugar. Esa es la lógica del orden económico mundial que se ceba en la población del Congo.

¿Qué te trasladaban los mineros?

La gente del Congo quiere que el mundo sepa el precio que están pagando por nuestra comodidad. Y que sepamos que legar un planeta más verde a nuestros hijos significa destruir la vida de sus hijos. Esa es la realidad. Y ninguno de los gobiernos occidentales ni de las empresas tecnológicas quieren que se hable de ello. Por eso es tan importante escuchar lo que los congoleños tienen que decir.

La gente del Congo quiere que el mundo sepa que legar un planeta más verde a nuestros hijos significa destruir la vida de sus hijos

Compañías como Apple, Tesla o Microsoft aseguran que el cobalto de sus productos no viola los DDHH...

Es trágico porque esas empresas tienen amplios recursos para garantizar que cada participante en su cadena de suministro es tratado con dignidad y respeto, pero en lugar de hacerlo se limitan a hablar. Todo este sufrimiento no tiene por qué ocurrir. Y la única razón por la que ocurre es porque, al menos a los ojos de estas empresas, esas personas en África no merecen el esfuerzo. Al final todo se trata de hacer dinero.

Uno podría pensar que tener abundantes reservas de recursos naturales como el cobalto sería una bendición.

Durante siglos no ha sido más que una maldición. Un pirata, un saqueador y un imperialista tras otro han descendido sobre el país para extraer sus valiosos recursos con fines lucrativos mientras explotaban, esclavizaban o brutalizaban a las personas que viven allí. Esta maldición se remonta a los tiempos coloniales, cuando el rey Leopoldo II de Bélgica desató sus escuadrones del terror para obligar a la población a extraer neumáticos de caucho utilizados en la primera revolución del automóvil. El Congo también tiene diamantes, oro, coltán, níquel, litio. Y ahora, por supuesto, con esta segunda revolución del automóvil, la lucha es por el cobalto. Una vez más, el Congo cuenta con el tesoro que el mundo desea.

¿Cuál es el primer paso para revertir esta catástrofe?

Todos somos partícipes involuntarios. Cuando compras tu móvil no piensas en que unos niños del Congo van a morir, pero esa es la relación que se nos ha impuesto porque las empresas que nos venden esos aparatos no veían a los africanos como dignos de protección. Tenemos la opción de hacernos consumidores. El cambio empieza con personas como usted, yo y los lectores de esta entrevista. El cambio no puede producirse hasta que el mundo se entere del horror. La conciencia debe seguir extendiéndose por el mundo e inevitablemente llegará un momento en el que la comunidad se active y diga que esta injusticia no puede aguantar más. Esos son los líderes que la historia recuerda.

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