No soy sabio, estoy resabiado. Se lo decía Antonio Garrigues el fin de semana a Monserrat Domínguez, que dedicó su A vivir que son dos días en la cadena Ser al optimismo, a la felicidad. Decía el prestigioso abogado, creador en los ochenta del Partido Demócrata Liberal, que ha vivido varias crisis sociales en su vida, y que si está resabiado es porque de ninguna se aprende, incluso que sabe las cosas que dicen unos y otros porque es lo que siempre se ha dicho. Y cansa. Acaba de llegar de EE UU, donde asegura que la palabra crisis hace tiempo que no se utiliza. Se cambió por esperanza, por ilusión, y la mayoría trabaja en la misma órbita, salir cuanto antes de esta situación. También decía que le repugna que mucha gente, cerca del 80%, no vive en situación de crisis económica, pero actúa como víctima en vez de cambiar para mejorar la situación.

Nada de lo que escribo es textual, pero seguro que acierto en el espíritu de lo que allí se hablaba. Este hombre sabio por resabiado, brillante y culto, sosegado y reflexivo pero nada petulante venía a decir que ese ochenta por ciento de la población que no vive al borde de la pobreza, ni tiene carencias considerables, y metía a los políticos con sueldos más allá de lo digno, no debería de jugar a la política del miedo y la desesperanza sino a solucionar los problemas reales del veinte por ciento restante. Se trata de cambiar un botoncito en el coco, resumen burdo del mensaje del programa del fin de semana. Se habló con otros invitados, con muchos. Hacía tiempo que no escuchaba la radio así, tan seguido y tan atento. Me cuesta dar con un programa hermano en la tele que estimule, provoque la reflexión, y te haga un poco más optimista. Existen, pero no abundan.