Zaplana encabeza el equipo de asesores de matas

El pasado lunes a las diez de la noche, en un postinero restaurante cercano al madrileño Paseo de la Castellana, se reunían a manteles los exministros conservadores James Matas y Eduardo Zaplana. Había junto a ellos un tercer comensal, con toda la barba. Durante el transcurso de la cena, el político valenciano y mentor de la carrera del mallorquín llevó la voz cantante, con papel a la cabeza del equipo de asesores del acuciado Matas.

El discípulo atendía con aplicación a las palabras de su espejo en la vida pública. En el restaurante, el humilde Matas tuvo que aguardar durante veinte minutos la llegada de su poderoso interlocutor, que en Telefónica ha implantado la tarifa Zaplana. Se ha invertido la jerarquía que siguió a las generales de cuando el desalojo del Gobierno Aznar convirtió al expresidente de la Comunidad Valenciana en un asiduo de Mallorca, refugiado en el califato del Govern del PP. Se alojaba en los mejores hoteles de la isla, hacía footing por Puerto Portals, pulía su impecable bronceado, se pasaba más tiempo en Mallorca que el propio Matas, viajero en hoteles a mil euros la noche. Nada nuevo, ya Hesiodo culpaba a los nobles de su época de "devorar regalos". He sido testigo de los momentos de ocio compartidos por Zaplana y su gran amiga María Salom de España.

La candidata a suprimir el Consell de Mallorca también ha consolado a Matas en ágapes madrileños. La importancia de los consejos de Zaplana fue comentada a sus íntimos por el propio Rafael Perera, hasta no hace mucho abogado de Matas, que se encontró a menudo con los dos inseparables exministros durante la preparación de la defensa de uno de ellos. Con Perera desesperado y obligado a renunciar, Zaplana es casi el único amigo que le queda en Madrid a Matas. Sostiene que su nuevo abogado es el único que puede pagarse -todo un canto a la calidad del letrado-, y el jurista replica que está encantado con la "autodefensa" de su cliente.

También a mí me agradaría que los lectores se aliñaran esta página a su gusto, aparte de que la mejorarían notablemente.