Es un trabajo de campo relativamente sencillo. Basta con hablar unos minutos con jóvenes estudiantes alcoyanos que estén haciendo la carrera o el bachillerato. Cuando uno les pregunta sobre dónde creen que tendrán que desarrollar su futuro laboral, la respuesta mayoritaria resulta desalentadora: la inmensa mayoría considera que tendrán que marcharse fuera de Alcoy a buscarse las habichuelas, ya que están totalmente convencidos de que la ciudad que les ha visto nacer no les ofrece ninguna posibilidad de futuro. Ahondando en este análisis de sociología pedestre, he constatado dos reacciones opuestas ante este mismo interrogante: hay jóvenes que asumen la necesidad de emigrar con una cierta tristeza y otros, a los que la simple formulación de la pregunta les produce un ataque de risa floja, que se puede traducir con un "¡cómo me voy a quedar aquí, si esto está más muerto que la momia de Don Pelayo!"

Colocados ante esta negra perspectiva, llega inevitable la versión local de la pregunta que se hacía el Zavalita de Vargas Llosa: ¿en qué momento se jodió Alcoy? Teóricamente somos una ciudad mediana con una buena calidad de vida, cercana a la costa y situada en medio de un privilegiado entorno natural. Teóricamente somos un sitio agradable, con una aceptable actividad cultural y con unos servicios públicos relativamente buenos. Sin embargo, a pesar de todo eso, nuestros jóvenes consideran que Alcoy no les ofrece ninguna oportunidad y han llegado a la conclusión de que la única manera de sacar cabeza es coger la recién inaugurada autovía y poner tierra de por medio.

Para encontrarle alguna explicación a este fenómeno alarmante, hay que analizar la historia de Alcoy a lo largo de las dos últimas décadas. Se comprueba enseguida que esta ciudad ha funcionado con el piloto automático, sin un modelo claro de futuro. Colocada ante la crisis de su centenaria tradición industrial, esta comunidad no ha sabido encontrar su sitio en los nuevos tiempos. A lo largo de las dos últimas décadas se han sucedido las propuestas, sin que ninguna de ellas haya llegado a ser mínimamente creíble: turismo, construcción, servicios, industria tecnológica o ciudad universitaria forman parte de un paquete alternativas que se han quedado flotando en el limbo de las buenas intenciones.

Hasta el momento, los alcoyanos no hemos sabido coger el camino adecuado para salir de este laberinto. Llevamos años metidos en un violento y estéril debate sobre quién es el responsable de esta situación, sin darnos cuenta de que lo realmente importante es averiguar cómo se sale de ella. Hasta que no tengamos claro que la fuga de nuestros jóvenes es un problema de mucho más calado que las eternas polémicas sobre los polígonos industriales, la urbanización de Serelles o el bulevar, no podremos salir de este bache de la historia.

Las gentes que dirigen Alcoy desde la política y desde las instituciones económicas y todos los alcoyanos en general haríamos bien en respondernos una pregunta: ¿cómo vamos a atraer inversiones externas y empresas que reactiven nuestra economía, si somos incapaces de generar ilusión entre nuestros hijos?