El rescate del PP ha costado menos esfuerzo que la salvación económica de España, bienvenidos al rajoyismo absoluto. Los populares no han necesitado ni crecer apreciablemente en votos ni romper con su pasado. Ayer coronaron a un vicepresidente de Aznar, que probablemente será acompañado por otros supervivientes de los últimos ejecutivos populares, en el Gobierno en ciernes.

El 20-N ha consagrado el bipartidismo de partido único. El imán PP/PSOE, que atrapaba en su campo magnético a más del 90 por ciento de los escaños en el Congreso, ha perdido uno de sus polos. Los socialistas salen de escena en estampida y dejan al PP como protagonista único de la vida política española, por no hablar de su agonía económica. La derecha ha consumado el desalojo sin necesidad de mejorar espectacularmente su cosecha electoral. Rajoy vaticinó tras la derrota de 2008 que necesitaba un millón más de apoyos centristas. No podía imaginar que alcanzaría la mayoría absoluta sin moverse del sitio, hasta tal punto cabe centrar lo ocurrido ayer en el naufragio socialista.

Sin más receta que mantener la fidelidad de sus votantes, el PP pasa de una desventaja de quince diputados a una superioridad de 76. La palabra vuelco y sus sinónimos no aciertan a abarcar la magnitud del 20-N. Dado que Rajoy mostró una inusitada beligerancia contra la ley electoral cuando la consideraba contraria a sus intereses, conviene recordar que se acerca al 55 por ciento de los diputados con el 45 por ciento de los votos. Cabe imaginar que la reforma quedará aparcada, aunque está en manos de su mayoría absoluta.

Si bien la referencia inmediata remite al fiasco de Almunia en 2000, la victoria de Rajoy posee la pujanza suficiente para emparentarla con el primer triunfo del PSOE, en 1982. Un feliz augurio garantizaría a los populares una década tan placentera como fueron los ochenta para el socialismo. Por desgracia, la fluidez de los tiempos y el desangramiento económico propician una disolución de las mayorías absolutas a velocidad de vértigo.

Nunca las cifras fueron tan explícitas. El PSOE se descarga de 59 diputados, más de la tercera parte de su bagaje anterior. Al PP le basta con crecer una treintena de fichas para abrir una sima entre ambas formaciones. El estallido nuclear sufrido por los socialistas es tan aparatoso que debería preocupar a Rajoy, en cuanto amaine la euforia. Su preeminencia actual le autoriza a prescindir prácticamente del diálogo pero, si desea un pacto, se le multiplican los interlocutores.

Después del triste colofón a su dilatada carrera, Rubalcaba debe marcharse para poner a salvo su legado. El bofetón electoral no sólo daña mortalmente al PSOE de Zapatero, también se lleva por delante media transición. Liquida asimismo la leyenda de González, y la onda expansiva se propaga a figuras legendarias como Carrillo o Tierno. La izquierda ha desaparecido con su etiquetado actual, por falta de fuelle. Ni un cambio de maquillaje ni una dieta le devolverán la juventud. El abstracto 15-M se aproxima más a sus votantes que a fórmulas clásicas. ¿Prodigaría hoy el presidente fotografías junto a Botín?

La fractura del PSOE en varias mitades es una posibilidad real y casi inmediata. La pérdida del poder estatal, autonómico y municipal digno de mención elimina los anclajes imprescindibles desde donde ejercer la autoridad. El alcalde de una Fuenteovejuna socialista supera en presupuesto a la suma de estrategas de Ferraz. Los cargos residuales son ejércitos de un solo hombre, la igualdad entre diputados se hace absoluta. ¿Qué medidas disciplinarias se pueden adoptar contra un parlamentario díscolo? El PSOE es un partido sin autoridad ni atractivo en su actual configuración.

El descalabro socialista se traduce en el peor resultado del bipartidismo. El portaviones PP/PSOE no alcanza el 75 por ciento de sufragios, frente al 84 de hace cuatro años. El aflojamiento de la asfixia que ejercían ambos partidos es otra prueba del desperdigamiento de la izquierda. Hasta once fuerzas minoritarias ven franqueado su acceso al Congreso. Sin embargo, y si se examinan los crecimientos de IU y UPD en las condiciones más favorables, carecen del empuje para consolidarse como alternativa. Su objetivo nunca expresado consiste en erigirse en suplemento para mayorías futuras más ajustadas.

El nacionalismo catalán de CiU ha recibido una recompensa notoria, muy por encima de las ajustadas predicciones de los sondeos. Sus 16 diputados serán fundamentales para los nombramientos que requieren el sustento de mayorías más holgadas que la absoluta. Indirectamente, el resultado convergente avala la dura política de recortes de Artur Mas. En cuanto al responsable del éxito, Duran Lleida puede recuperar su raya diplomática, tras bordear el hooliganismo en campaña.

No puede hablarse de sorpresa en el auge de Amaiur. Al igual que sucedió con Bildu, la coalición abertzale se ha beneficiado de la publicidad gratuita brindada por las fuerzas estatales al "gallinero de partidos" -por recurrir a la denominación que le adjudica ETA-. En este capítulo merece una mención especial el fragmento más radical del PP, experto en la satanización ciega de formaciones como Esquerra Republicana. Se tiende a olvidar el desgaste que conlleva la gestión, como la derecha tendrá oportunidad de experimentar en sus propias carnes desde mañana mismo.

Visto el ascenso de Amaiur, los populares se enfrentan al dilema de retocar la ley electoral en lo tocante a las circunscripciones provinciales, pero sin modificar una normativa especialmente generosa con la derecha estatal. La "sabiduría de las multitudes" ha hablado. Rajoy se sobrepone incluso al durísimo perfil que le endosó ayer el Sunday Times de Murdoch. Para obtener la mayoría absoluta, no es imprescindible saberse el programa electoral.