Vivimos en la era de los eslóganes. Nadie puede vender algo si previamente no lo esloganiza. El eslogan es una simplificación manipuladora de la realidad. Una manipulación torticera y falseadora. Es una estrategia que tiene como objetivo idiotizar al destinatario. Se dirige a las tripas del usuario, no a la razón. Definitivamente, no los soporto. Los he fabricado -qué le vamos a hacer- y los consumo. Pero no los soporto. Pues bien, he aquí el último que se le ha ocurrido a mi querido Ayuntamiento: "Elche siempre guapa". Qué bonito. Espectacular. Sutil.

Viene como soporte a la campaña propagandística de una suerte de comando de limpieza de intervención inmediata. O, quizás, el comando de limpieza hace de soporte de la campaña propagandística. Ustedes mismos.

Llama la atención, no obstante, que el brillante eslogan sea copia nada disimulada del vecino "Alicante, guapa, guapa y guapa". Cuando se manifestó la revelación de tan brillante lema, en la querida ciudad de Alicante se alzaron no pocas y malintencionadas, pero sagaces, voces desvelando que en el fondo la ilustre Sonia Castedo jugaba al equívoco ejercicio de asimilar lo de "guapa" a Alicante y a sí misma. Pues bien, no son pocos los que en la ciudad de Elche se malician que la alcaldesa Alonso, no sólo ha elegido la misma leyenda, sino que participa de la misma intención. De la misma equívoca metáfora. Claro que hasta donde yo aprendí, la metáfora consistía en poner la parte al servicio del todo. Aquí, sin embargo, sería el todo el que pareciera ponerse al servicio de la parte. La ciudad como metáfora de su alcaldesa.

Sin embargo, habría alguna diferencia no menor entre ambas coincidencias eslogánicas. La alcaldesa Castedo con la dichosa leyenda se habría hecho un homenaje a sí misma. Mercedes Alonso, copiándola, se habría hecho un homenaje a sí misma yÉ a Alicante. Y resulta realmente llamativa la pasión alicantina que arrebata a la alcaldesa de Elche. Son muchas las ocasiones en que no se ha recatado en secundar estrategias capitalinas en las que nada tiene Elche que ganar. En seguir las pautas folclóricas alicantinas. En frecuentar el palco del Rico Pérez. Incluso, en negarse a defender oportunidades ilicitanas -no está tan lejos el caso de la negativa a atraer a Ikea por sus problemas de implantación en el Plan Rabasa- para no incomodar a la ciudad vecina.

Las relaciones Elche-Alicante tienen su cuenta pendiente. Pero, no intacta. Cabe decir que en su evidente fracaso nada tienen que ver las ciudades. Ni sus ciudadanos. Tienen que ver sus gobiernos. Del PP. Y del PSOE. La ambición de Alicante fue ser absorbente. La virtud de Elche fue ser resistente en espera de una aproximación racional y equilibrada, todavía por llegar. El gobierno socialista en Elche durante tres décadas tentó una planificación territorial razonable y acabó en un numantinismo inevitable. Los acercamientos metropolitanos que protagonizaron los gobiernos autonómicos y alicantinistas del PP acabaron con la declaración de "casus belli" por parte del Ayuntamiento ilicitano. El último -PATEMAE- ponía sencillamente a Elche de rodillas ante Alicante. Hasta el líder del PP local, Manolo Ortuño, a la sazón subdelegado del gobierno autonómico, se opuso radicalmente.

Hoy, con el PP ocupando todo el poder de norte a sur de esta sufrida Comunidad Valenciana, la alcaldesa de Elche parece haber encontrado la definitiva solución al conflicto. Elche y Alicante encuentran su confluencia en el folclore. En la pasarela. En la política gazmoña. En el seguidismo. Y nada mejor para la política genuflexa que someterse al encanto del eslogan.

Hay que reconocer que el PP tiene maestros en el arte de la consigna. Es su cultura. Para el PP el eslogan no es una herramienta. Es un acontecimiento. El PSOE, al menos en Elche, nunca pilló la hebra. Gobernó la ciudad, pero nunca acertó a vender su cultura. Y mucho menos supo convertirla en una referencia de su ejercicio del poder y de su permanencia en él. Administró lealmente los intereses de la ciudad, pero nunca proyectó sobre ella sus valores. Respetó los de la derecha, lo que no está mal. Pero no propuso los suyos. Así le fue.

La derecha, sin embargo, se lo encuentra hecho. Y sin rubor. Cultura melindrosa y eslóganes. Cultura melindrosa como cuando Aznar realizó el muy destacable proceso de normaduvalización de la cultura española. Como ahora sigue la alcaldesa proponiéndonos a Raphael y Bustamente como estrellas de la programación cultural ilicitana.

Y eslóganes como ésos en los que el libro de estilo del PP ha desarrollado un apreciable know how. Ésos que dicen lo contrario de lo que significan. "Daré mi sueldo a Cáritas", lo que significa que Cáritas aún no ha visto un euro de su sueldo. "Renunciaré al coche oficial", lo que significa que apenas se baja de él.

Eso sí. "Elche siempre guapa". Pero, más sucia. Mucho más sucia. Y, no sé si guapa, pero había llegado a ser una ciudad limpia. Razonablemente limpia.