Que a los habitantes de la "terreta" nos gusta con creces la fiesta y el jolgorio, es algo que podemos descubrir prácticamente desde las primeras luces del Año Nuevo: festividad de los Reyes Magos, Porrate de San Antón, Carnavales, Pascua, Romería a la Santa Faz, Fogueres de Sant Joan, Moros y Cristianos... y así un largo etcétera de celebraciones que, al igual que un bucle sin fin, terminan -o empiezan, según se mire- en la Nochevieja.

Los Carnavales o "Fiesta de Locos" es de todas ellas, quizá, la de origen más antiguo o incierto. Aunque forma parte del ser humano desde la protohistoria, documentos helenos fehacientes auguran sus inicios en unas fiestas honoríficas a Dionisio, dios de la embriaguez y el éxtasis total. Tradición oculta siempre bajo sus raíces paganas, fue en la Edad Media cuando el Cristianismo tuvo que aceptar -suponemos que a regañadientes- esas manifestaciones populares de permisividad y excesos, dando como buena aquella locura anterior al "miércoles de ceniza" y la dura Cuaresma.

Si bien desde el año 1936 hasta 1980 (fecha en la que el grupo "Carnestoltes" la inicia tímidamente de nuevo) la alegría carnavalera fue silenciada por las autoridades franquistas emergentes tras la Guerra In-Civil, en Alicante existen datos de tan algarabía popular desde tiempos remotos. En los primeros años del siglo XIX, el Ayuntamiento ya ofrecía a sus ciudadanos diversas instalaciones públicas para su "pública" celebración, "vigorizando con recreo sus espíritus"; a saber, el propio Consistorio, las Casas Capitulares y los teatros. Más tarde, allá por el año 1848, el escenario se fue trasladando al aire libre, ocupando dos lugares muy concretos: la actual Explanada de España y el Paseo de la Reina (hoy, Rambla de Méndez Núñez).

Vestidos de "dominó flotante, de majas, reinas, beatas y princesas" y al son de "frases jocosas y picantes", visitábamos el Malecón por la tarde, extendiendo la fiesta al Paseo de la Reina por la noche y la madrugada. Las clases más humildes y modestas ocupaban la zona central de los mismos, ataviados con disfraces de mal gusto, desaliñados; "sus máscaras andrajosas y, las menos, pulcras (...) y los hombres vestidos de mujeres, que llamaban la atención con gestos procaces". ¡Hay cosas que nunca cambian! Luego llegaban las carrozas por la Explanada, con la deseada lluvia de serpentinas. "Los pollitos más galantes pulverizaban con perfume los rostros de las damiselas con una mano, mientras con la otra lanzaban confetis multicolores que se quedaban pegados en las mejillas".

Los ciudadanos más acomodados, por su parte, visitaban el Teatro Principal -embellecido su patio de butacas con tablones de madera sobre los que poder bailar-, Casino o los afamados cafés adyacentes ("Café Comercio", "Café Español", "Café Novelty"...), donde vivían unas fiestas no tan animadas, aunque sí mucho más elitistas y, según dicen, respetadas. "Una manada de perros que arrastraba tras de sí otra manada de jóvenes de diminuta chistera, que hubiera trocado en aquel momento su naturaleza varonil por la canina, con tal de confundirse en íntimo consorcio con las hembras lanudas que exhalaban perfumes aristocráticos". ¡Siempre ha habido clases!

Tras el paréntesis dictatorial y la recuperación de los carnavales por el colectivo "Carnestoltes", el casco antiguo fue absorbiendo a una "variopinta clientela de gente joven que, con las mil posibilidades que ofrece el disfraz y la chirigota, agudiza el ingenio dando rienda suelta al jolgorio". Los grupos se extendieron por Benalúa, San Gabriel, Carolinas y demás barrios tradicionales, restaurando de nuevo el "guateque" privado en las viviendas como antesala del desmadre callejero nocturno. Y allí surgía la frase que hoy da título a este artículo: "Oye, y tú, ¿de qué vas?", sobre todo cuando el disfraz era tan casero que hacía falta una imaginación detectivesca para descifrarlo.

Como nos contaba en 1985 el afamado escritor Don Alfredo Aracil Aldeguer, "la animación era grande en calles y plazas, motivada por los mismos jóvenes sin más ilusión ni deseo que pasarlo bien (...) y sin protagonizar escándalos o actos que pudieran llamar la atención de personas sensibles".

Algo hemos cambiado en todo este boato; el socorrido "¿y tú de qué vas?" de Don Carnal dista una eternidad de los primeros esperpentos, disfraces y murgas, alejando aún más el recuerdo del aquel porrate añejo de la Candelaria, en el que se vendían "cidras, torró de novia, rosas amasadas con miel o arrope, y las pelaillas, anisos y piñons asucrats". Aun así, los alicantinos vivimos con pasión desenfrenada año tras año unos días que representan la oportunidad más clara y permisiva para satisfacer nuestra afición por las diversiones y los excesos.

Ah.... por cierto. ¿Y usted de qué va?