En julio de 2007 Valencia era una fiesta, la Copa de América, la Fórmula 1... Aún guardo en mi retina aquella imagen del entonces presidente de la Generalitat Francisco Camps y de la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, borrachos de euforia entre banderas al viento, confetis y fanfarrias musicales. Tiempos aquellos de vino y rosas y de entusiasmo desbordado, tanto, que pocos meses antes de las elecciones generales del 2008, el hoy presidente del Gobierno Mariano Rajoy ponía a la Comunidad Valenciana como ejemplo de buena gestión económica: «Este es el modelo que yo quiero aplicar para el Gobierno de España», ¿lo recuerdan?

Cuatro años después de haber tocado el cielo con la Copa de América, Francisco Camps había dejado de ser el Molt Honorable President de la Generalitat para sentarse en el banquillo acusado de un delito de cohecho impropio. Hoy, la Comunidad Valenciana presenta la desoladora imagen de una Comunidad endeudada hasta la cejas, incapaz de cumplir sus compromisos financieros y plagada de escándalos de corrupción que vienen sucediéndose, desde hace años, de forma continuada contaminando todo el territorio valenciano: El caso Fabra, Brugal, la trama Gürtel, Emarsa, Noos y el caso de la Cooperación o caso Blasco, un caso especialmente repugnante por el tipo de expolio realizado, seis millones de euros que la Generalitat destinaba a la ayuda al desarrollo de países del Tercer Mundo, fueron desviados a través de distintas fundaciones y no llegaron nunca a su destino. Así pues, lo que ayer fue para Rajoy un modelo a seguir hoy se ha convertido en territorio apestado.

A lo anterior hemos de añadir los múltiples proyectos que fueron en su día financiados con el dinero del contribuyente, presentados como proyectos de gran interés social pero que, sin duda, escondían movimientos especulativos vinculados al urbanismo: Terra Mítica, la Ciudad de la Luz, el aeropuerto de Castellón, inversiones hechas con el dinero de la sociedad valenciana y que hoy se venden a precio de saldo. En esencia, todo un saqueo institucionalizado de las arcas públicas.

Ciertamente, el PPCV desde su llegada al poder en 1991 (en la ciudad de Valencia) y en 1995 (en la Comunidad autónoma), ha estado afanándose en la creación de un proyecto que, durante décadas, le ha proporcionado, la hegemonía social y política. Un proyecto que se ha estado sustentado, a mi modo de ver, en dos extremos. Por un lado, en el pragmatismo ideológico que lo presenta ante la sociedad como el único partido capaz de defender a los intereses de los valencianos frente a siniestros enemigos exteriores, bien porque nos ignoran (Madrid durante el Gobierno de Rodiguez Zapatero) o bien nos quieren invadir (Cataluña). Por otra parte, han sabido vender con indudable maestría un proyecto económico basado en la imagen de prosperidad a través del patrocinio de los grandes eventos y negocios urbanísticos que, en definitiva, solo han enriquecido a una élite vinculada a sus gobernantes.

La teoría del victimismo quedaba inservible cuando Mariano Rajoy ocupó la Presidencia del Gobierno y la imagen de prosperidad, diluida con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. Hoy, son ya varias las encuestas que auguran la derrota de los populares en las urnas. Como diría Joan Manuel Serrat, vayan bajando la cuesta que arriba en mi calle, se acabó la fiesta.