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La afirmación de Arias Cañete de que no acosó a su contrincante, Elena Valenciano, en el debate que celebraron ambos ante las cámaras porque es de mala educación atacar a una mujer desvalida ha sido calificada de machista y, por ende, tenida por suficiente para descalificar al varias veces exministro como primer espada del Partido Popular en las elecciones al Parlamento europeo. Yo creo que sostener eso es hacerle un favor. Arias se equivocó por completo en el manejo táctico del debate -incluso los analistas de la derecha admiten ese error, aunque se lo atribuyen a los estrategas del PP-; se fue por las ramas y desaprovechó por completo su ventaja indudable respecto del conocimiento de los entresijos de la política en Luxemburgo y Bruselas. Volvió a errar al atribuir su mesura a la benevolencia; una equivocación que seguiría siéndolo de haber debatido con un caballero de barba en vez de una señora -espero que el festival de Eurovisión no me haya estropeado la referencia-; lo crucial ahí es que el señor Arias Cañete recurrió a un argumento de politesse para justificar lo injustificable. Que haya dado pie a las acusaciones de machismo supone, pues, un tercer error; puede que el peor de todos por las armas que proporciona al contrario habida cuenta de los tiempos que corren pero, en términos de análisis de lo que debe ser un candidato, menos grave que el de ser competente en un determinado campo y no aprovecharlo.

Da lo mismo; lo que cuenta es que la señora Valenciano es eso, mujer, y por tanto las presunciones de estar desarmada se han atribuido más a su condición femenina que a su ignorancia relativa de lo que son las tripas políticas de la Unión Europea. Todas las críticas que he leído llegan desde ese frente. Me pregunto, pues, al margen ya de las elecciones europeas -que interesan tan poco como para que se augure una abstención brutal- si es posible mantener determinados comportamientos tenidos hasta hace muy poco por educados sin que sean vistos como un ejercicio de machismo infame. Yo sostengo la puerta de salida de un edificio para dejar que pase quien viene detrás tanto si es hombre adulto, adolescente o niño. ¿Debería dejar de hacerlo cuando se trata de una mujer? ¿Tengo que abstenerme de abrirle la puerta del coche y de acercarle la silla a la mesa en un restaurante a una dama? Besar la mano ya no lo hace casi nadie salvo que se trate de un obispo; algo que encuentro todavía más embarazoso.

Las barbaridades del machismo están terminando con la buena educación. El señor Arias Cañete ha contribuido a ello con sus palabras tan torpes como mentirosas y es, entre todas sus equivocaciones, la que más lamento. Porque, aun a riesgo de que me lapiden, prefiero seguir haciendo lo que me enseñó mi abuela Camila, mujer, inglesa y harto sujeta a las buenas normas. Aunque sólo sea para evitar que se dé la vuelta en la tumba.

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