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En la canícula de julio

Nos han cogido de lleno las bolsas de aire sahariano. La medicación -la que me va a llevar al crematorio de San Juan del ídem vertiginosamente, y no digo más que luego me critican diciendo que tengo acciones y que todo es un mecanismo publicitario para ganar más pasta que un urdidor urbanístico- añadida a las pocas ganas de hacer nada, hace que uno ande planchado, arrastrándose como buenamente puede y sudando como un negro en la zafra cubana. Cuando estudiaba con Pérez Tapias, teníamos un compañero nigeriano llamado Poli Chukwemeka. Se enfadaba al oírnos decir: «Trabajo como un negro», y respondía siempre: «Descanso como un blanco». Nunca me di por aludido porque soy piel roja.

Leo periódicos a la sombra de mi olivo y salta una noticia curiosa: un guardia civil, que abandona su destino en la embajada de España en Roma, va a hacer en bicicleta el camino desde Roma a Santiago. Ese guardia fue ciclista profesional, por eso puede, que más de dos mil quinientos kilómetros no los hago yo ni dopado con clembuterol. No llego ni a Elda.

El cardenal Cañizares, que anda por Roma y se ha enterado de la mezcla de Giro, Tour y Vuelta ciclista, dice que le va a dar una bendición especial. ¿Qué efectos tiene eso? ¿Cómo son las bendiciones especiales? ¿Dan energía para pedalear en las cuestas, sirven para orientarse sin mapa? Los que lo han hecho dicen que el Camino de Santiago -las rutas son innumerables dependiendo de donde se salga- es una experiencia inigualable. Culturalmente fue un puntazo en la Edad Media, vía de transmisión de sabidurías, de corrientes políticas y de pensamiento e importante motor turístico y económico. Santiago no vino a España -está demostrado-, por tanto es difícil que esté enterrado en esa magnífica catedral aunque se empeñen en situar su tumba junto al Códice Calixtino, ese que hurtó aquel electricista despechado. En política, en ideologías y religiones -Marx dixit- la infraestructura económica es determinante. Lean el último novelón negro de mi amiga Rosa Ribas, El gran frío, editado en Siruela, una delicia para refrescarse en estos calores asfixiantes, que va de milagros increíbles y de muchas más cosas.

En medio de la lectura y del sopor veraniego, he adquirido la adicción a las tertulias. Soy un tipo raro: no guasapeo, no veo películas por la sordera de artillero, no entro en redes sociales, no estoy apuntado a páginas para ligar (imposible a las puertas del crematorio y sin un duro), pero leo todos los periódicos y escucho mil tertulias políticas.

Desde la Segunda Guerra Mundial, las grandes potencias no se pegan entre ellas sino que lo hacen a través de desgraciados interpuestos. Dan salida a sus arsenales, funcionan a tope sus fábricas de armamento, repudian las masacres de boquilla, hablan de sanciones espeluznantes?, pero son otros los que mueren.

Los israelíes están machacando al pueblo palestino en Gaza. Hay poco que comentar viendo las imágenes. Hacen con los palestinos exactamente lo mismo que hicieron los nazis con ellos. Las conductas se repiten y la víctima se convierte con facilidad en victimario. Más de ciento veinte niños muertos y los niños -todo el mundo lo sabe- son terroristas peligrosísimos que se refugian en hospitales.

Los rebeldes prorrusos ucranianos -impunemente por ahora- han derribado según parece un avión comercial con casi trescientas personas a bordo. Un crimen contra la humanidad en toda regla. Como el anterior. El mundo sigue como si no pasara nada. Los presuntos autores dicen que el misil iba contra el avión de Putin, lo cual es una excusa bastante peregrina e increíble. ¿Poseen la tecnología para derribar un avión que vuela a más de diez mil metros de altura y no saben a qué avión disparan? Hay avisos de sanciones que quedarán en eso porque los poderosos, entre ellos, procuran no hacerse daño. Se miran de reojo, dicen frases de cara a la galería, expresan su gran dolor y su gran repulsa y pare usted de contar. Una represalia terrible: no invitarán a Rusia a la cumbre del G-8. Los rusos están temblando.

El gran emprendedor, el genio empresarial que fundó Gowex ha resultado ser un pufo para los cinco mil que invirtieron en el negocio del futuro. La señora de la limpieza cobró 300 euros por firmar como empresaria y el auditor trescientos mil -que no declaró a Hacienda- por ver menos que Rompetechos. Magníficos y operativos los controles.

Dejo los periódicos y voy al mercadillo de San Juan. En doscientos metros, del crematorio a los puestos, hay cuatro pobres con carteles similares: tengo hambre. Dos asociaciones piden dinero para el cáncer y para los discapacitados. No sé si dudar de la recuperación que pregonan. ¿Es verdad que la riqueza de las familias y las empresas se ha incrementado en un 26% por ciento? La misma duda se la he oído hoy a Fernando Onega.

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