Viendo a mi amiga Virginia cantando y bailando copla española de las «más grandes» en el Mogambo, una suerte de Rocío Jurado, Isabel Pantoja o la mismísima Imperio Argentina, con esa pasión que le arrebata el alma, vuelvo a creer que esta vida es una suerte de azar, de sentimientos y de curiosidades. Locura de Amor, como la Montiel en pleno papelón de realeza castellana allá por el año 1948 se nos queda corta. Porque esta vida es tremenda. Una cuestión que da vueltas sobre sí misma, y si te fijas una suerte de repeticiones, de comportamientos? una constante en crecimiento, una evolución en muchas cosas pero en el fondo, más de lo mismo. Desde la Eneida, en Troya, en las mismísimas trincheras del París ocupado por los nazis, en la Castilla de Juana la Loca o en esta España nuestra de color de las 13 Rosas o de Manolete, esta España «cañí»? desde entonces hasta ahora, en cada fotograma hay un hilo común: la más común de las circunstancias, una suerte de pasión. Historias que se han cruzado, mujeres, hombres, y mucho corazón, como diría Willie Deville. La Locura de Amor ha dado culebrones, escenitas, amores imposibles, pasiones irrefrenables, de esas que todos hemos sentido alguna vez (vamos, de lo que no te puedes zafar así como así, y el cuerpo se te va detrás...), preciosas estampas de besos robados, o hasta esos momentos que, como en las películas, el mundo se pone del revés por una mirada? Ha movido el mundo, para bien y para mal y como en Lucy (Luc Bessonestá reventando los cines de medio mundo, hasta en Alicante), es tan primigenio e inherente al ser humano como la vida misma. Y entre otras cosas ha dado lugar a la poesía, la canción, las mejores letras de la música que se recuerden o la magia de una sola pincelada, como las lágrimas de Dora Mars o esas miradas perdidas en el horizonte de la melancolía (también es locura de amor) del maldito y genial Modigliani. Y sin ir más lejos, ha invadido cada minuto de nuestros cafés, nuestros sueños, nuestros anhelos y, cómo no, nuestro despertar? en ese microinstante en el que casi casi dejarías la piel a tiras por el olor del otro. Por eso, me niego a escuchar cosas como las que esta semana he tenido que oír en la tele, leer en los periódicos o soportar estoica en la radio. El piropo español, ése que desde que la obra de al lado de tu casa (todos hemos tenido obras en el recuerdo de la adolescencia, ¿no?) te despertó a la vida con el primer piropo. Vamos, ése que te lanzaba hasta «el butanero» (clásica figura del juglar patrio por excelencia?) y que amenizaba la mañana de ir a la universidad o al curro, con legaña pegada y maldiciendo la cosa del amerizaje matinal, casi alunizaje? Pues ahora resulta que el piropo va a ser posiblemente prohibido por ser un acto de «micromachismo». ¡Pardiez!... consternada me he quedado. Pero por dios, que alguien me diga cómo se puede llegar del piropo al asesinato en un plis plas. Vamos, (y sin menospreciar jamás, máxime porque yo lo he tenido que sufrir precisamente, a las mujeres maltratadas) es un insulto la frivolidad de la propia propuesta. Que de un piropo del fontanero o del panadero o del repartidor, o porqué no, de la repartidora, vaya viéndose la conducta de un acosador o acosadora, una potencial «situación de vejación micromachista» que conlleva conductas violentas, acosadoras y dignas de ser prohibidas, reprobadas y hasta consideradas delictivas y con multazo incluida o incluso (alguna dijo tan contenta ella) de cárcel... Me vuelvo a la Pantoja, que al menos me enseñó algo, «no te aferres a un imposible». Si es que las folclóricas sí que saben.