«Les assassins des caricaturistes sont les pires caricaturistes de l'islam».

(Edgard Morin)

El balance es de 17 muertos y numerosos heridos. Una Francia angustiada y atemorizada ha visto apagarse la Tour Eiffel. Duele París. El 7 de enero, Francia quedó conmocionada con el atentado perpetrado contra la revista satírica Charlie-Hebdo. No era un atentado cualquiera, fue un ataque al arte de escribir y dibujar que nos hace pensar. Porque la sátira y el humor son un balón de oxígeno en un mundo de fanatismos y totalitarismos. Si lo extinguimos, nos quedaremos sin aire para respirar y con una democracia herida de muerte. A diferencia de la soflama política que es plana, la sátira y el humor agudizan el punto de vista crítico. Salman Rushdie (Washington Times 08/01/2015) dijo que «es necesario defender el arte de la sátira, como una fuerza de libertad contra la tiranía, la falta de honestidad y la estupidez. Las religiones, como todas las demás ideas, se merecen la crítica, la sátira y nuestra falta de respeto sin temor a las consecuencias». Por ello, el grito «JeSuisCharlie» se ha convertido en la reivindicación de la libertad. Una libertad que es como el aire, la respiras sin pensar en ella, pero si te falta, te ahogas. Charlie-Hebdo era provocativo, irreverente, enemigo de políticos, especialmente del FN, sus caricaturas se habían cebado con el Papa, el cristianismo, el Islam y su profeta, Franco y la semana pasada con el propio Houellebecq. Pero Charlie-Hebdo no era islamófobo. Se mofaba del fanatismo irracional que las religiones pueden provocar. Es así de complicado y así de sencillo. El atentado más grave en Francia deja secuelas, consecuencias y plantea desafíos.

Uno, es el temor a la asimilación terrorismo-islam. No es fácil desmontar este argumento populista que algunos políticos se empeñan en asentar. Dos ejemplos, al día siguiente, Marine Le Pen se apresuró a decir que pretendía restaurar la pena de muerte en Francia. Aquí, el alcalde de Badalona, García Albiol, vinculaba, en su cuenta de Twitter, el terrorismo islamista con las políticas migratorias de la UE. La policía francesa se ha movilizado para seguir las pistas de los terroristas a la vez que ha tenido que garantizar la seguridad de los lugares de culto de los musulmanes. En un par de días han aumentado y se han sucedido actos vandálicos contra las mezquitas de toda Francia y la población francesa de confesión musulmana teme las represalias y la estigmatización. Los imanes de las mezquitas y la comunidad musulmana -incluso quienes no se reían con los chistes- han condenado la barbarie terrorista, y recuerdan que ellos nada tienen que ver con los hermanos Kouachi. Es un acto terrorista-extremista, no es obra del islam ni del Corán. El filósofo y antropólogo de origen tunecino Youssef Seddik, reprueba los actos y demuestra su solidaridad como ser humano, no como musulmán; porque se puede ser de origen musulmán y ateo. La reprobación debe mostrarse como personas que somos, no según nuestra confesión. En el atentado fallecieron también Ahmed Merabet, policía francés de confesión musulmana y Mustapha Ourrad, corrector de Charlie-Hebdo, de origen argelino que acababa de conseguir la nacionalidad francesa.

Los autores de los atentados eran tres chicos nacidos y criados en París. Los hermanos Kouachi y Amedy Coulibaly representan una generación demasiado joven para haberse radicalizado, al tiempo que ha sufrido un proceso de desafección con la cultura que les acogió. Se conocían, tejieron lazos en la cárcel y entrenaron juntos para un mismo gurú. Ello demuestra que esto ha sido un proceso paulatino y que, junto a un problema político, es también un fracaso social y cultural. Tal vez las cosas se gestaron en los '90. Cuán lejos queda aquella generación multicultural que ganó el Mundial de Fútbol en 1998. Esos «Blacks, Blancs, Beurs» han seguido recluidos en Banlieues con altas tasas de fracaso escolar y desempleo. Las políticas públicas han fracasado y es un hecho que la estigmatización de los hijos de la inmigración procedente de las antiguas colonias sigue estando presente. París es, por ejemplo, una ciudad cada vez más «guetoizada». Estos atentados demuestran que la actuación de Occidente en Siria, Irak y otros países ha sido determinante como fuente de justificación del radicalismo yihadista. Si sobrecoge la masacre en la sede de Charlie-Hebdo, es porque demuestra que EI, DAESCH o Yihadismo ya no es un problema de «otros». Está entre los nuestros, se gesta entre nuestros vecinos, la célula parisina es una realidad. Pero también demuestra que es un problema multifactorial y que Occidente no combate con eficacia el radicalismo que usa, a su vez, la religión como excusa de los ataques. Paralelamente a la vía policial, militar y pronto legal -se están apresurando los políticos en recrudecer las leyes- contra el radicalismo, no puede olvidarse el ámbito político, económico y social para combatir discriminaciones y estigmas que sólo conducen a un odio polarizado.

¿Qué hacer con el FN? ¿Cómo mantener viva esa unidad nacional vertebrada por los «valores» de la República? Hoy tiene lugar en Francia una Marche Républicaine. Nace viciada y con errores. La marcha ciudadana se concibió como algo anónimo, alentada por la ciudadanía, convocada por partidos de izquierda, asociaciones y sindicatos. No se mandó invitación al FN por considerar que un partido que divide y estigmatiza al inmigrante y al musulmán no tenía cabida. François Fillon (UMP) fue uno de los primeros en hablar de un error peligroso. El gobierno ha rectificado diciendo que toda persona es bienvenida y que el Presidente asistirá. Los organizadores ya han acusado al gobierno de monopolizarla y convertirla en un acto de Estado con representación política internacional. Duele enumerar la complejidad de las causas de este atentado, inquieta calibrar los desafíos que nos plantea a todos, sin excepción.