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Tribuna

Tertulianos

El famoso publicista deseaba ser rico para levantarse a las diez, desayunar en un bar y afeitarse en la barbería.

Algunos soñamos menos y nos conformamos con jubilarnos para levantarnos tarde y punto pelota, como dicen que se dice ahora.

Pero lo que ni pasaba por nuestra mente anticipativa era que el pensionado nos traería además de no tener que tragar la jefatura de jefes día sí y otro también, poder ver que no contemplar la tele del telar a todas horas y sobre todo en horas laborables, también llamadas penosas por la pena del sueldo o salario siempre escaso, se mida por días, semanas o meses.

Hasta hace no mucho esas horas se suponían de visión exclusiva de las mal llamadas amas de casa, porque el puto amo siempre ha sido de género que no necesariamente sexo masculino.

Pero con eso de los «jubilata» en aumento exponencial según la del FMI, los chismorreos han transmigrado de lo simplemente de moda a lo político, que, de una parte para acá, conlleva más morbo, mayor suspense e intrigas por doquier.

Tan ha sido así que de las puras mañanas o media tarde como mucho, el modo tertulia, esperamos que sólo sea moda, ha pasado de lo matutino a las horas de mayor "share" que diría el cachi, vamos, a las horas en que se pueden decir sapos y culebras sin miedo a ofender.

Vale, los denominados programas de corte político o mejor partidario, porque de eso se trata dejando aparte el invento de Aristóteles por demasiado serio y para letrados, llenan horas y horas televisivas, multiplicándose por canales diversos según ámbitos, con encarnizada emulación y derramadas en formatos de intención cada vez más provocativa, muchas sin conseguirlo.

Y así resulta que los participantes en tales tertulias (con perdón de Tertuliano, el único padre de la iglesia que no llegó a santo a lo peor por algo parecido a lo de su nombre) se van convirtiendo en famosillos unos, famosos otros y hasta candidatos muchos, mediante pantallazos sucesivamente multiplicados.

Bueno, así es si así nos parece, pero ante el fenómeno cabe preguntarse como simple espectador, sintiendo que algo malo habremos hecho cuando nos auto obligamos a padecer semejante tortura a todas horas.

¿No sabrán que la conversación se convierte en guirigay cuando hablan todos a la vez, sin comas, ni puntos y comas o puntos y seguido o aparte? Es decir sin la más mínima ortografía verbal.

No nos importa un pepino lo que «creen», porque no se trata de fe (aunque por los énfasis así lo pareciera) sino de información lo que de ellos/as se espera.

Tampoco estaría mal que se esforzaran un poquitín en disimular su «modus loquendi», con léxicos más ricos y más precisas concepciones, limando, a ser posible, cacofonías, repeticiones, muletillas multiplicadas y hasta equivocaciones de bulto o tomo y lomo.

Tener una ideología o ser partidario, que tanto monta, no conlleva forzosamente que no se permita disentir al adversario en el sentido propio de la palabra (el que se localiza al otro lado o enfrente) o no se le conceda ni el beneficio de la duda, ni la cortesía de ser escuchado íntegramente, ni manteniendo la alternancia verbal esencia de la conversación civilizada. Uno llega a creer que en el fondo y la forma la mayoría no son informadores sino ministros o presidentes despechados, aunque ni siquiera tienen el detalle de leer o ver lo que otros o ellos mismos han afirmado o defendido o rebatido en otros programas o a otras horas del mismo. Hasta uno puede preguntarse ¿quién los escogerá?, ¿Por qué casi siempre son los/as mismas/os? No se cansan de verse, porque a otros sí nos cansa tener que estar cambiando de canal o dejando de ver lo impresentable y oír lo indecible.

El tema es arduo, dejemos algo para mañana, no sea que caigamos en lo mismo que se critica. Sólo añadiría que la esencia de la comunicación es lo que pretendía y conseguía el poeta al empezar el famoso relato de las vicisitudes de Eneas, desde Troya al Averno: dejar a los oyentes boquiabiertos: «intentique ore tenebant».

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