Opinión | El ático
Antonio Gracia
Non nobis solum
Oyes decir a un obispazo que tal vez ayudar a quienes mueren de hambre y guerra nos cueste nuestro bienestar así en el cielo como en la tierra. Que es un peligro abrir las puertas de nuestra generosidad y nuestras casas porque se acerca la invasión de los bárbaros. Y te gustaría darle un puntapié al tal obispazo y a sus piadosos congéneres. Pero te vas a dormir para olvidar tanta mentecatez.
Te despiertas con un sabor amargo entre los labios del alma: ayer no fue un día esplendoroso, sino atormentado. No pasó nada terrible, pero sí llegó el eco, como todos los días, del «Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé...» del penurioso César Vallejo. Y suena el becqueriano «Hoy como ayer, mañana como hoy, y siempre igual...».
Y qué hacer hoy, ante semejante perspectiva, sino volver a recibir el oleaje de la melancolía, del sinsentido de levantarte para hacerte preguntas sin respuesta que derriban tu afán de luchar para sobrevivir. Qué hacer, si no puedes salvarte, si no puedes salvar el mundo del desbocamiento hacia el abismo. Qué hacer sin tener una razón para seguir viviendo.
Miras hacia todos los lados de la vida y de la muerte; y de pronto lo ves con claridad, aunque por un instante: sí puedes hacer algo para salvar el mundo: concentra en un anhelo todo cuanto deseas para la humanidad y haz algo por una sola persona, sonríele, dale la esperanza que tú no tienes, muéstrate ante ella como si la tuvieras, dale la mano, conviértela en tu buena obra, en tu razón para seguir viviendo... Al final esa sonrisa solidariamente fingida acabará transformándote a ti, será tuya realmente, le dará un sentido a tu existencia porque has apostado por la esperanza en vez de cultivar la desesperación.
¿No es eso lo que predica Voltaire, al final del Cándido, cuando habla de cultivar el jardín propio? ¿No quería decir que el polen de las flores va de un jardín a otro y perfuma el mundo? ¿No hacía lo mismo Unamuno en su novela sobre el bueno de don Manuel?
Vuelve a mirar el mundo: eso es lo que hicieron Buda, Confucio, Jesucristo... Aunque el menesteroso y apiadado Cervantes crease a Don Quijote para demostrar que el mundo no tiene solución (por causa y culpa de congéneres como vuesa merced, señor obispazo).
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