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Javier Llopis

Con el agua al cuello

Javier Llopis

De lo dramático a lo cómico

La comedia es tragedia más tiempo. Es un viejo axioma de los guionistas de Hollywood, que se atribuye a ese mago del humor llamado Woody Allen. Un hombre camina por la calle, pisa una piel de plátano y sufre una aparatosa caída. Mientras la víctima se retuerce de dolor en el suelo, la primera respuesta de los espectadores es partirse de risa ante la sorpresiva comicidad del percance. Esta reacción puede interpretarse como una muestra de la crueldad innata del ser humano o como un reflejo psicológico incontrolable, pero lo que nadie puede negar es que con escenas como ésta millones de personas han atronado con sus carcajadas las salas de cine de todo el mundo.

La prolongación en el tiempo del denominado problema catalán y la saturación de declaraciones grandilocuentes en torno al proceso independentista empiezan a generar en el patio de butacas un efecto muy parecido al que producían los espectaculares batacazos del cine mudo. Puede que sea por el agotamiento de un público harto de recibir un alud constante de noticias sobre un mismo tema o puede que sea por un error garrafal de los guionistas del procedimiento de desconexión con España, pero lo cierto es que estamos cruzando esa tenue frontera que separa lo dramático de lo cómico. Un asunto que hace sólo unas semanas provocaba miedo y alarma general entre la ciudadanía, empieza a provocar risas y se convierte en el desencadenante de su propia línea de chistes más o menos afortunados.

Este gradual giro del argumento de la película se escenificó en todo su esplendor surrealista durante las últimas y maratonianas sesiones del parlamento autonómico catalán. Los mismos padres de la patria que aprobaban dar el paso histórico hacia la independencia, dándole carpetazo a una etapa que se prolongaba desde los lejanos tiempos de los Reyes Católicos, se mostraban incapaces a la hora de llegar a un acuerdo sobre la elección del presidente de la Generalitat y se enzarzaban en una fullera discusión de estrategias políticas, que nada tenía que ver con la solemnidad de la ocasión. Lo trascendental y lo risible se mezclaban en una misma situación y en la mente de cualquier observador medianamente inteligente se perfilaban unas cuantas preguntas sin respuesta: ¿nadie había pensado que esto podía pasar?, ¿ninguno de los innumerables aprendices de brujo que han diseñado el proceso independentista catalán había previsto la posibilidad de llegar a este callejón sin salida?, ¿existe algún tipo de plan B?

Mientras las teles y los periódicos de todo el mundo rebotan la patética imagen de un Artur Mas superado por los acontecimientos, crece la sensación de que el proceso hacia la independencia de Cataluña es una operación improvisada sobre la marcha a la que unos se han sumado por convicción, otros por puro oportunismo y algunos por salvar el culo ante una más que probable quema electoral. El tema que está conmocionando la política española y que tiene en vilo a todo un país empieza a aparecer ante la opinión pública como un apresurado apaño con un armazón ideológico lleno de contradicciones y de puntos débiles, que en cualquier momento pueden provocar el derrumbe general de todo el invento.

Detrás de la estomagante sucesión de metáforas marineras y de viajes a Ítaca se dibuja el inconfundible perfil de la chapuza y en estos momentos, las gentes que realmente cortan el bacalao en Cataluña y en España empiezan a pensar en la necesidad de buscar una salida airosa que permita enterrar este episodio con la menor cantidad posible de traumas y de víctimas colaterales. Tras la sobredosis de épica, llega el momento de reengancharse a la normalidad y nadie parece tener muy claro cuál es el camino de regreso.

La delirante deriva del problema catalán nos demuestra la vigencia de otro viejo dicho cargado de sabiduría: de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso, entre estos dos estados de ánimo existe la misma distancia microscópica que separa el suspiro melancólico de una damisela enamorada del eructo cervecero del parroquiano del bar de la esquina.

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