Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crónicas precarias

Una nueva traición de la junta electoral

Otra vez. Otra vez me ha vuelto a pasar. La tragedia es el hilo conductor de mi existencia. ¡De nuevo no me han elegido para estar en mesa electoral! Y mira que tenía un pálpito, una intuición. Me decía a mí misma: venga Lucía, ahora sí que te toca. Pues nada, no hay manera, enésimo rechazo de las autoridades competentes. Para ellos soy como la última rebanada del pan de molde. Con la ilusión que me hacía, que hasta escribí un artículo al respecto en las últimas elecciones locales.

Durante la semana pasada me intenté convencer de que el cartero se había equivocado o el envío iba con retraso, pero ya no puedo prolongar este autoengaño. He de aceptarlo: el sistema electoral no me quiere. No entiendo qué puede tener en mi contra, pero es así. ¿Será por el pelo rizado? ¿Porque soy bajita? ¿Porque digo «okey makey» como si estuviéramos en 1983?

Sea por lo que sea, el caso es que no me consideran suficientemente buena para contar papeletas. «Es al azar», diréis. Me da igual, yo ahí veo tongo. En cada nueva cita con la fiesta de la democracia espero impaciente que llegue mi carta certificada anunciándome la buena nueva y siempre me llevo un chasco tremendo. En cambio, tengo a un conocido al que ya le ha tocado tres veces. ¡TRES! Y encima el tipo se queja. Si es que Dios le da pan al que no tiene dientes.

¿No se supone que vivimos en un país de corruptos y ladrones? Pues que me digan a quién tengo que sobornar. No exijo que me pongan de presidenta de la mesa, no soy tan ambiciosa. Me conformo con un humilde puestito de vocal en una esquinita. Y llevaría un termo con café y galletas para todos. Además, estoy segura de que se me daría bien pedir el DNI a los asistentes y luego proclamar con voz firme y serena «Ha votado». Nací para ello.

Encima, esta jornada electoral tiene todas las papeletas («papeletas», ¿lo pilláis? Hasta me salen chistes con las urnas, mis compañeros de mesa se lo pasarían genial) para convertirse en un evento desternillante. Gente que no consigue distinguir cuál de las 400 candidaturas de unidad popular es la suya y acaba votando por equivocación a los carlistas. Antisistema que dejan lonchas de chorizo en los sobres para enviar mensajes grasientos de protesta y de paso expandir el cáncer. Votos a Ralph Wiggum. Papeletas con insultos a políticos. Y, mi parte favorita, vecinos ejerciendo de apoderados que normalmente se sonríen y saludan, pero en el momento del recuento vigilarán como hienas rabiosas para que los otros no hagan trampas. Además, como los resultados este año son imprevisibles, habrá emoción hasta el último segundo. ¡Va a ser mágico y me lo voy a perder!

Es muy injusto, si Rajoy ha podido cumplir su sueño de ser comentarista deportivo -por fin encuentra un trabajo que realmente le motiva- ¿por qué no pueden hacerme feliz a mí durante unas horas? Pero bueno, si los traidores y mezquinos responsables de realizar el sorteo no me aceptan, allá ellos. Ya están en mi lista negra. Y yo soy muy rencorosa, lo aviso. Mañana se van a despertar todos con una cabeza de caballo en la cama.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats