Síguenos en redes sociales:

El problema es Rajoy

Los resultados electorales han dejado un panorama inédito en el que los acuerdos para formar gobierno parecen imposibles o contrarios, sean cuales sean las alianzas, a lo que supuestamente hemos votado los españoles. Ninguna suma está exenta de interpretaciones torticeras y las últimas maniobras del PSOE dando escaños a los separatistas son difícilmente digeribles y dejan claro que se propone obtener el poder, casi, a cualquier precio.

Obviando lactancias intempestivas, indumentarias caprichosas y juramentos absurdos, el gran problema es el presidente en funciones con su empecinamiento en seguir gobernando contra toda lógica y contra toda ética. Cualquiera que ceda a un acuerdo de gobernabilidad teniendo como candidato a Rajoy está condenado. Ninguna democracia madura puede permitirse que el jefe del ejecutivo sea alguien salpicado por severísimas acusaciones de corrupción. Tenía razón Pedro Sánchez, el mensaje a Bárcenas es motivo suficiente para exigirle la dimisión, pero hemos visto también cómo se le acusaba de percibir sobres en B, de pagar la reforma de la sede central en negro con dinero proveniente del mercadeo político -empresarial, de destruir (personalmente) documentos relativos a la financiación ilegal, de estar grabado cobrando directamente del tesorero, de haber viajado por cortesía del jefe de la Gürtel o de ser consciente de que se destruyeron pruebas esenciales antes del registro policial. El PP, durante años, se ha comportado de modo muy similar a una organización mafiosa, con el esperpento final del diputado De la Serna y el embajador trapacero. El partido del Gobierno ha seguido vaciando las arcas públicas hasta el último día y su única contrición viene de la mano de unos resultados nefastos y unas encuestas peores.

No es la mayoría lo que necesita España, es acabar con la impunidad de los delincuentes oficiales, cambiar una ley electoral tramposa, separar la justicia del ejecutivo, rebajar el aparato administrativo y todo su boato de coches oficiales, sobresueldos, pensiones vitalicias escandalosas, cargos de confianza dignos de toda sospecha y alejarse de esa forma prepotente y distante que ha caracterizado el ejercicio político profesional. Y Rajoy es el más inmovilista, nunca ha reconocido abiertamente la podredumbre de su partido y carece del liderazgo mínimo para reconducir el problema catalán, mucho peor tras cuatro años de poder casi absoluto. Además compromete cualquier idea de reforma y de pulcritud política; quien le apoye quedará marcado como cómplice de un corrupto. Este candidato nunca debió repetir, el PP tuvo que echarlo y presentar a alguien limpio, sin embargo nos encontramos que siguen quienes se atrincheran en el favor cómplice, el silencio culpable y los bajos fondos de un entramado de reparto que ha desangrado el país. Es un insulto que repitan personajes siniestros como Javier Arenas, Rita Barberá o Celia Villalobos.

Rajoy representa a ese PP podrido y sus cambios son cosméticos, forzados por las tendencias electorales; no son sinceros ni suficientes. Dejar que gobierne por segunda vez sería un lastre para nuestra democracia que arrastraría al fondo a quienes le apoyen. Los partidos implicados en las alianzas deberían dejarlo claro que con Mariano no hay acuerdo posible, es una rémora y un tipo sospechoso; esta es la primera condición para negociar. Desde los populares tendría que oírse alguna voz sin miedo que diga que el emperador está desnudo? y sucio.

Pulsa para ver más contenido para ti