Si las políticas económicas empleadas por el anterior gobierno socialista de Rodríguez Zapatero para afrontar la crisis de 2008 fueron torpes y equivocadas, las que pudieran implementar una coalición de gobierno entre los socialdemócratas de Pedro Sánchez y los anticapitalistas de Podemos podrían ser tan desastrosas que acabarían abocando a la economía española a una depresión sin precedentes. De igual manera, si la conjunción liberal socialista entre PSOE y C´s lograra formar gobierno con la abstención de nacionalistas y los podemitas de Pablo Iglesias las contrapartidas serían de tal naturaleza que Albert Rivera y Ciudadanos ya no tendrían nada que predicar, pues ahí acabaría su reinvento de crear un nuevo centro derecha español.

¿Qué nos quedaría por contemplar ante esta situación? Pues a un Partido Popular encharcado en una ciénaga de casos de corrupción y a un Mariano Rajoy arrastrado hacia la soledad más absoluta aunque, eso sí, satisfecho de sí mismo. Observamos también a un Pedro Sánchez al que sus barones esperan para darle la puntilla por soberbio, insensato y con actitudes propias de un macarra político, y que, a la vista de las declaraciones que hace a los medios de comunicación, también muy orgulloso de sí mismo y de su ignorante atrevimiento. Pero también vemos algo más grave que todo eso, vemos a millones de españoles a merced de la estupidez de unos y de otros.

Alguien dejó dicho que el necio tiene siempre una ventaja sobre el hombre de talento: que siempre está satisfecho de sí mismo. Estos dos especímenes de la política, uno por creerse imprescindible y el otro por bisoñez, menosprecian a esos millones de españoles que esperaban un pacto de personas inteligentes, responsables, con una visión de Estado y que supieran interpretar lo que se dijo en las urnas. Que no es, como muchos quieren hacernos ver, un cambio hacia políticas radicales, sino hacia un entendimiento entre las dos primeras fuerzas políticas que representan el 61 por ciento de la representación parlamentaria y el por 53 por ciento de los votantes del 20D. Un pacto entre Partido Popular y Partido Socialista para la gobernabilidad y para afrontar las múltiples reformas estructurales que nuestros socios europeos esperan y que España necesita con urgencia. Un pacto que, de surgir, sumaría a Ciudadanos sin ninguna duda.

¿A qué esperan, pues? Cosa tonta y necia es esta pérdida de tiempo en la espera. Pues de una estupidez supina es colocar al país a riesgo de las incertidumbres geopolíticas, sin rumbo ante los desafíos de orden económico mundial, utilizando a las instituciones como armas de estrategia política para formar frentes y solventar cuestiones personales, cuestiones estas que no importan a nadie.

Váyanse Rajoy y Sánchez a tomar aire y reúnanse los talentos de ambos partidos para formar pactos que nos hagan olvidar la crisis económica y política que aún padecemos. Tienen una oportunidad única para ello. Pactos para aplicar fórmulas de transparencia y leyes que impidan la impunidad con la que actúan los corruptos, pactos para iniciar el camino de las reformas constitucionales que los nuevos tiempos reclaman, pactos para reformar la Administración pública y su burocracia napoleónica, pactos por un sistema educativo moderno y eficiente, pactos para lograr un crecimiento económico sostenible que cree empleo estable y de calidad, pactos, en definitiva, que destierren de las vidas ciudadanas la sensación de que se está a merced del viento político de la estupidez. De unos y de otros.