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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

En las dueñas, con pasión

Aun par de horas de alcanzar el destino llamo para situarme: «¿Qué tal hace por ahí, tito?». «He salido a la terraza y, por el oeste, que son las que descargan, se ve despejado». Dos horas después, más que llover, jarreaba desde ese horizonte que parecía raso. Igual mi tío emitió el pronóstico mirando al suelo, tanto es así que estuve a punto de volver a llamarlo y, en cuanto descolgara, preguntar: «¿Mariano Medina?». Necesitaba meterme en vena los acordes de nuestra hermandad porque llevaba la tira de kilómetros zarandeado por el escalofrío de quienes se inmolaron. No pudo ser pero, a cambio, sucumbí al anhelo de contemplar al fin la estancia en la que abrió los ojos el poeta y el patio en el que madura el limonero. Dos mundos concentrados en uno: el de los Alba y el de sus arrendados. A un lado, el patio principal, excelso, chorreando gótico-mudéjar hasta renacentista, apoyado en columnas de mármol blanco con adornos platerescos para que no falte de ná y, lindando con él, otro que se mece únicamente con el azahar y el murmullo de las fuentes. Éste fue el que escogió el segundo de Antonio y Ana para alimentar ensoñaciones, mientras la numerosísima familia hacía las maletas por ver si remitían las penurias y éstas no solo aumentaron sino que una tuberculosis les arrebató el principal sustento. A los duques actuales no les basta con el que poseen y han abierto las dependencias para que, por un pico, el vulgo pueda contemplar por sí mismo en qué condiciones se despereza el linaje y husmear las pinturas y el mobiliario de firma que hasta ahora había tenido que conformarse con ver en el ¡Hola! Yo jamás habría tenido este ansia por adentrarme en ese palacio de no haber correteado por allí la sensible mente de un crío que cuando su hermano Francisco registró los bolsillos del viejo gabán, tras el triste desenlace de Colliure, encontró enrollados sus últimos versos: «Estos días azules y este sol de la infancia». Sí, no requería más para configurar su universo. Qué bien le haría a todas las creencias una pasada machadiana.

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